«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Sémper desencadenado

11 de julio de 2023

De él dice Isabel Díaz Ayuso que es el político más guapo del Partido Popular. A mí me recuerda a Bradley Cooper, con quien comparte generación. Y no porque Borja Sémper se me antoje atractivo, sino porque siempre parece estar a punto de susurrarte al oído aquello de Shallow: «Dime algo, nena, ¿eres feliz en este mundo moderno? O necesitas más…consenso?»

Es lo único que hace vibrar al portavoz de la campaña de los populares. Comentaba en una reciente entrevista respecto de la negativa de Vox a asumir la consigna ideológica de la violencia de género, que él sabía que la violencia machista existía porque era un consenso social. Semper midriático, arrobado, contenido en su euforia, alzándose como Lázaro de su tumba, reanimado, con un motivo por el que vivir. Han cantado consenso.

Sin embargo, poco dura la alegría en casa del moderado. Inmediatamente sintió la caída libre de su hallazgo en el abismo progresista, la dilución de su genialidad en el océano de indigencia intelectual de un ministerio de Igualdad cualquiera. No se dio por vencido. El consenso bien vale el arrojo, la pasión, unas mejillas encendidas, unos gestos contundentes, una matización a tiempo. «Es una realidad empírica, demostrada, ¡científica! No lo vamos a aceptar», concluía, dedito en alto, en un ejercicio de severidad bizcochable.

Opinaba también que un sector importante de los votantes de Vox no está radicalizado. Pero en esas contradicciones tan suyas —tan semperianas—, tan aburridas, como el azul pastel de la camisa que elige para contrastar su bronceado de surfero en Mundaca, también advertía que no podemos pasar del extremismo de Podemos al de Vox.  

Vestido de consultor, desabrochado el botón de canallita (pero poco), Sémper, liberal de Valdemarín, no hace concesiones al carisma, se mueve mejor en el razonamiento perezoso y agosteño, pegajoso. Los nuevos tiempos no están hechos para el ¡programa, programa, programa! de Anguita. Quién quiere la crispación que genera exigir responsabilidad, ideas y compromiso cuando el consenso socialdemócrata te libra de insultos, de tensión espiritual y de marginalidades. 

Borja Sémper recuerda algo a Macron. Puede que sea por ese aire de pisar moqueta con ligereza o de enseñar tarjeta de banca de inversión. Quizá se trate del gesto de fastidio del francés cuando se le molesta con unos incendios callejeros o unos disturbios a cargo de la «chusma» y que el vasco emula cuando le preguntan por la proposición de ley de regadíos de Doñana y él no ha podido formarse una opinión porque estaba viendo el fútbol. Sin embargo, esa desidia en atender al contribuyente, el semblante hastiado respecto al votante de a pie, ese mohín de je m’en fous, solo lo bordaba el exministro De Guindos en su día. Nadie más se lo ha podido permitir desde entonces, dentro o fuera de los populares.

Tras abandonar el servicio público en 2020, Borja regresa ahora, generosamente dúctil, para cambiar la política en España.

El PP no ha podido encontrar mejor mascarón de proa para navegar su indefinición, su visión de la vida, un poco Beverly Hills cañí. Para transitar del azul al rojo —del rosa al amarillo, que diría Summers—, sin preguntas trascendentes, sin más rupturas con el progresismo que el mangalarguismo estival.

Sémper, siempre maleable, duda en un bucle infinito. Dice que, por ejemplo, a veces se levanta muy español y por la noche ya no sabe. La contradicción, el cambio de opinión, tan cercanos al engaño y al cálculo electoral no sirven en política. Puede probar suerte como filósofo orgánico; en el gobierno merecemos firmeza en las convicciones, no la suavidad metrosexual de un Descartes posmoderno.

En estos días en los que recordamos el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA, es de recibo, al César lo que es del César, no obviar el valor de un joven Borja Sémper militante del PP en los años del plomo. Sin embargo, la caridad cristiana sí nos llevar a olvidar aquello que copiaron a Obama, Basagoiti al mando, sobre la «Política Pop», inicio de la sucesión de magnos aciertos que les ha llevado a su actual condición de partido cuasi residual en el País Vasco.

Al Sémper poeta, con barba de tres días, arquitecto frustrado y fan de Calamaro, le compraríamos un coche usado. Luego le vemos, reincidente —ya se mojó por nosotros allá en la campaña de 2009 en la playa de la Concha—, descalzo por la arena de una playa artificial en un bochornoso verano azul y se nos pasa.

Recientemente, el portavoz popular produjo alguna que otra licuación en esa derecha que se resiste a la defunción del bipartidismo, que quiere ver jazmines en el ojal donde hay un pin de la Agenda 2030, al hablar con cierta contundencia sobre Pedro Sánchez. Acusaba al presidente del Gobierno, acertadamente, de estar en «un selfi infinito». De él, de Borja Sémper nos inquieta que encarne, en una historia interminable, el avance de la nada.

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