Las huelgas en educación son tan fáciles de hacer como difíciles de justificar. No cabe duda de que la situación económica que se vive en España favorece el descontento social, y eso afecta, muy especialmente, a sectores como la educación y la sanidad. Pero los profesores, en particular, deberían pensar un poco más en lo que hay en juego y ser algo más exigentes con las responsabilidades que les tocan en el estado lamentable de la educación española. Nadie puede dudar que invertimos más que otros países y obtenemos menos, como lo demuestran diversos informes internacionales, y eso ha de tener algo que ver, necesariamente, con la calidad del trabajo de los profesionales de la enseñanza.
Es cierto que la responsabilidad mayor de ese disparate está en la política educativa, que no está precisamente en manos de los profesores, sino de los partidos y, muy especialmente, ha estado en manos del partido socialista que es el auténtico autor del modelo educativo que padecemos. Por eso resulta especialmente llamativo que los profesores se quejen cuando se trata de corregir, aunque sea tímidamente y como sin querer, algunos de los defectos de un sistema que no ha cuidado la calidad, que ha menospreciado la exigencia y que ha confundido la educación con la superación voluntarista de etapas absolutamente artificiales, aunque no se sepa hacer la o con un canuto.
En particular, que la huelga haya sido, al parecer, más seguida entre los profesores universitarios, es bastante llamativo porque es en ese sector en el que la fuerza de los profesores ha sido mayor, hasta el punto de que los distintos ministerios se han limitado a dejar hacer a los rectores. Pero mientras los rectores sigan gastando a su gusto, manteniendo contabilidades escandalosas y reduciendo la autonomía universitaria a un extraño gueto en el que cuentan mucho más los dirigentes sindicales o el personal no docente que los buenos profesores e investigadores, poco se podrá hacer. Pues bien, son algunos de estos profesores que nunca podrán salir de su pequeño cortijo de ignorancia los que capitanean la oposición a una reforma que, de manera insuficiente y tímida, trata de cambiar algunas de las reglas de juego que nos han traído hasta aquí.
Tampoco es reconfortante que los estudiantes pretendan mantener un modelo que es la causa de la inutilidad de sus estudios y del enorme subempleo que padecen los titulados españoles, pero en realidad no son los estudiantes quienes lo pretenden sino los alevines de políticos de izquierda que se hacen pasar por ellos y usan la universidad para aprender a colocar barricadas mientras escalan en la sección juvenil del partido o del sindicato. Eso ha sido la huelga.