«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Serpientes de verano

7 de agosto de 2013

Si no fuera por la extraordinaria gravedad de los asuntos, cualquiera pensaría que no hay verano sin tema internacional de distracción. Cuando no son los conflictos con Marruecos, saltan las alarmas por Gibraltar; todo relacionado con cuestiones de gran sensibilidad para España y los españoles. Que el superalcalde de los Llanitos haya decidido echar al mar hasta setenta bloques de hormigón erizados de pinchos de hierro para que nuestros pesqueros no se arrimen a las aguas que consideran suyas, si no fuera por lo que supone, uno pensaría que no pasa de ser un gesto hostil. Pero es bastante más que eso, y España debe “poner pie en pared” para empezar a clarificar las cosas que sean necesarias.El Tratado de Utrecht, firmado en 1713 por un Felipe V de Anjou que no veía otra forma de asegurar su reinado en España, supuso la pérdida para nuestra Patria de importantes girones de su soberanía. Se cedió a Gran Bretaña una buena dosis de nuestro monopolio comercial con nuestras colonias americanas y, además, se les permitió tener dos enclaves importantes en el Mediterráneo occidental con Gibraltar y Menorca (esta última recuperada algo más tarde). Como no se trata aquí y ahora de juzgar lo acertado de tales cesiones, vamos a centrarnos en el rabioso presente.La Organización de las Naciones Unidas se ha pronunciado muy expresamente sobre la necesidad de descolonizar Gibraltar por parte de los británicos; pero éstos, como “superpotencia” de ese esperpento que es la ONU, se pasan por el “arco de las columnas de Hércules” lo que diga la organización internacional y el Monstruo del Lago Ness que viniera a terciar en el asunto.El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, con Currito Moratinos en funciones de Chambelán Canciller, guiado por el buenismo clásico de aquel desgobierno, dio alas al virrey británico de Gibraltar y lo elevó a la categoría de parte tercera en las negociaciones que, hasta entonces, siempre habían tenido lugar entre España y Gran Bretaña (otra iluminación más de ZP); ¡y los británicos encantados con el tema! Los sucesivos gobernadores de La Roca tienen muy clara la estrategia de ir “arañando” trocito a trocito cosas que, para ellos, son muy importantes: ora aumentan las capacidades aeroportuarias, ora extienden el perímetro de las aguas territoriales o, si no, hostigan a nuestros pesqueros para que no puedan faenar en aguas españolas.Al grito de “¡Gibraltar español!”, García Margallo parece reflejar nuestro hartazgo con medidas de presión. No se trata en absoluto de liarnos a tiros, ¡por supuesto que no! Pero sí ha llegado la hora de negociar de igual a igual con los británicos. Y, si no, ¡que cada palo aguante su vela!

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