«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Soñé que eras tú mi candidato

17 de septiembre de 2015

Últimamente sufro unas pesadillas terroríficas. La otra noche, sin ir más lejos, soñé con Pedro Sánchez justo en el momento en el que me disponía a presentarlo a la familia como mi nuevo y flamante novio. Para mi sorpresa la cena familiar no tenía lugar en tierras sorianas, donde desde hace 4 generaciones se celebran las Navidades, bodas, bautizos y comuniones de la estirpe. Para evitar un disgusto al abuelo, rendido admirador de Machado, se había decidido cambiar el ágape a Sevilla. Con el camino allanado al caminante, ya sin camino al andar, ni tropiezos geográficos que enturbiasen la presentación, nos plantamos allí, orgullosísima yo – esto lo notaba aún en sueños- de mi candidato de deslumbrante sonrisa y nívea camisa. No negaré que me rondaba cierta inquietud y me atenazaba un leve atisbo de desasosiego a cuenta del asuntillo ideológico – me avisaban mis propios ronquidos- pero alimentaba la esperanza de que el arrebatador atractivo del aspirante socialista mataría moscas con cañonazos en las nada ideologizadas libidos matriarcales. La noche empezó muy bien, con el socialista prometiendo a todos los niños de la casa funerales de estado para sus hámsters y demás mascotas domésticas y saludando a los miembros y miembras familiares con el artículo masculino y femenino correspondiente. Apenas había tenido tiempo de coger un poco de confianza cuando me pareció escuchar a un zalamero Sánchez preguntar por la ubicación del «servicio». Entendí en ese momento que mis parientes le juzgarían con un rasero muy estricto y serían parcos en compasión. Lo nuestro era imposible. Vapuleada a la par que aliviada desperté entre sudores fríos agradeciendo que sólo se tratara de un fugaz e intenso mal sueño.

No había terminado de cerrar los ojos cuando me ví de nuevo transportada al patio sevillano, sólo que entonces no era el socialista quien me acompañaba si no el prometedor Albert Rivera: el hombre que susurra al oído de las abuelas. Nada podía salir mal en esta ocasión. La madre del cordero no tardó en hacer acto de presencia. Al instante un aullido procedente del pasillo nos alertó de que algo no iba como cabría esperar. Rivera inspeccionaba cuarto a cuarto el número de camas por habitación mientras una tía abuela le juraba que nunca jamás en la historia familiar habían dormido más de dos ocupantes por alcoba. Solventado este pequeño incidente nos sentamos a la mesa y entre calçot y calçot esquivamos con maestría cualquier alusión al Ave mientras servíamos champagne y cava. El romance era un a más a más. La efusión familiar iba in crescendo, forte ma non troppo primero, fortíssimo después, hasta alcanzar un estado orgiástico de alegría, comprensión, felicidad y entendimiento. Toda la familia anegada de un narcótico sentimiento amoroso más fuerte que la consanguinidad. – Y … ¿cuando decís que os casáis? Rivera, que no es muy de callarse, aseguró entonces que como defensor de un estado aconfesional que era, de boda ni hablar. La abuela le miró con algo de aquella mirada melancólica que Lady Di debió mostrar ante su tarotista y supe que mi historia con Rivera había terminado. Incursión a la cocina, vaso de agua, Espidifen… El reloj marca las 3 de la mañana. Entre aturdida y asustada me dispongo a conciliar el sueño de nuevo. Si no había manera de poner coto a esa narcosis surrealista, me zambulliría en ella con la valentía de un cruzado.

Pablo iglesias en el patio de marras. Si tu subconsciente coloca a Pablo Iglesias como pretendiente, sólo cabe resignarse. Llegados a este punto no estaba dispuesta a mostrarme remilgada. Enseguida me percaté de que el podemita hacía gala de una vana actitud retadora que no nos conduciría a buen puerto. Mis sospechas no tardaron en manifestarse en forma de invitación al cuerpo doméstico para que se sentara a la mesa a cenar con la familia. Flanqueado por Doris y Gladys inició Iglesias una encarnizada defensa de la oprimida clase proletaria, acusando a las pobres asistentas de dejarse esclavizar bajo el yugo de la derecha. La escena terminó de la única manera posible: con Gladys y Doris hechas un mar de lágrimas mientras suplicaban con vehemencia que se les permitiera conservar el empleo. -El empapelado de las paredes, con 99.000 pajaritos posados sobre 99.000 peonías no ayudaba a aligerar el ambiente. – Sólo cabía liarse la manta a la cabeza y compartir con el leninista la sopa de almendras mientras éste le hacía ojitos a una prima rastafari, desorientada y malabarista. Ni siquiera me quedó el consuelo de evaluar a Pablo Casado como candidato. Desde entonces me acuesto todas las noches pensando en él mientras reflexiono sobre el propósito de estas alusiones en forma de advertencia de mi subconsciente, más allá de mi más que patente masoquismo, pienso, si son capaces de liarla así en una cena ¿Cómo vamos a darles el gobierno de una nación?

 

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