«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Suerte, presidente

28 de marzo de 2014

No es fácil darle tierra un hermano, y en cualquier actividad sería obligada cierta misericordia para quien pasa por el trance, o al menos una breve cortesía de buen adversario. Pero el fair play no se ha inventado para la política, que es una guerra sin treguas sentimentales, deshumanizada hasta el extremo por la presión de tantos intereses. Y muy pocos benéficos.

El presidente Rajoy no es un chorizo, ni un sectario, ni un irresponsable. Lo digo para que -cuando repartamos las culpas del desastre este- sepamos diferenciar entre los verdaderos causantes y los otros, los de esta victoria sin alas, los que están presos de un fatalismo crónico que les impide hacer política y les obliga a afanarse en parchear el casco del Titanic, eso sí, con una minuciosidad sorprendente. Lo peor es que su pesimismo antropológico contagia a sus propios votantes, corrompiendo las ilusiones de regeneración hasta hacerlas increíbles, como si de verdad una maldición bíblica nos obligase a vivir en una España progre, pobre y rota, que es la trilogía que debiera llevar el escudo de la futura república, como antítesis total del que está en la portada de esta democracia.

El gran logro político de Rajoy por supuesto no es político, sino económico. Haber evitado el rescate y el caos financiero tiene el inconveniente de que es muy difícil condecorarse por ello, porque el lobo ahuyentado ya no causa miedo. De hecho esas son las buenas acciones que más que recompensa acaban generando castigo y desprecio. A otro gallego, por ejemplo, todavía no le han perdonado que evitase una revolución soviética y una guerra mundial. Además, el hecho de que cuadren las grandes cifras no impide que se siga echando el cierre a las empresas, y a la extinta clase media le va a ser difícil agradecer que los bancos sigan en pie, cuando a su alrededor toda una forma de vida se ha derrumbado.

Una vez lo encontré en un tren, a don Mariano, rumbo noreste, cuando todavía no era presidente. Al recorrer el pasillo se cruzó con un suboficial de boina verde y uniforme impecable. El soldado le miró con atención un instante y luego dijo suerte, con voz castrense, como quien está acostumbrado a ser obedecido. Mariano murmuró algo y caminó un poco más; después se detuvo, dio media vuelta y estrechó la mano del militar. Gracias” le dijo, y en su voz no se adivinaba si le obedecían alguna vez o si la progresía popular que le rodea toma ya todas las decisiones.

Ese sargento, que andará hoy en el sur del Líbano o en la guerra eterna de Afganistán, le deseó suerte a Rajoy porque él también conocía la soledad del mando; porque creyó que a España le hacía falta que don Mariano tuviese suerte; y, supongo también, porque no es lo mismo el fatalista que la tropa de chorizos, irresponsables y sectarios.

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