Con enorme sigilo, a principios de abril, Yolanda Díaz inscribió en el Ministerio del Interior una asociación que lleva por nombre Sumar y que, con toda probabilidad, servirá como plataforma desde la cual, si no asaltar los cielos, objetivo que se marcaron los capitalizadores del 15-M, hoy convertidos en cargos públicos o en altavoces de determinados intereses económicos en los grandes medios de comunicación, cosechar los votos suficientes como para constituir una fuerza política capaz de integrarse en un segundo Gobierno Frankestein. En efecto, según se ha conocido, la facción eclesiástica -de Iglesias Turrión, se entiende- que se sienta en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, nada sabía de este proyecto, que ha sucedido al llamado «periodo de escucha», anunciado por la Díaz. Si Zapatero, frente a una supuesta derecha arriscada y autoritaria, hizo del diálogo su palabra fetiche, la gallega ha dado un paso más en su estrategia de humildad brutal: doña Yolanda ha venido a la política a escuchar… aunque, añadimos nosotros, ni todo ni a todos.
El periodo que ahora se cierra, previo a la cristalización de un partido político al que se le tratarán de diluir todos los atributos propios de un partido político, antecede a una serie de contactos con la sociedad civil, es decir, con una parte de ella, y a un periodo en el que Díaz irá sumando personalidades a su estructura. La primera integrante de un anunciado frente amplio, congregado, quizá, alrededor de otro nombre, podría ser Ada Colau.
La gallega sigue siendo un producto típico del PCE y las marcas que orbitan, con cada vez más divagantes y extravagantes contenidos, alrededor del histórico partido
La estrategia seguida por una estéticamente renovada Yolanda Díaz, que ha formado un excelente tándem con Nadia Calviño, repartiéndose la escena cual dioscuros gubernamentales, la ha llevado a ser la política más valorada, siempre según el CIS, por los españoles, que parecen encantados de recibir las toneladas de sentimentalismo que exhala una política de ya larga trayectoria, en la que ha dado las suficientes pistas como para adivinar por dónde irá la susodicha suma. En efecto, la gallega lleva casi toda su vida dentro de la política activa, circunstancia que nos permite avizorar muchas de sus propuestas. Alguna de ellas, de hecho, son ya conocidas. La cabeza visible de Sumar, por ejemplo, ya se pronunció en su día a propósito de las sectas catalanistas que sostienen a Pedro Sánchez. Siempre dispuesta a escuchar, a escuchar aquello que quiere oír, la coruñesa apremió al doctor a retomar la mesa de diálogo hacia la secesión de Cataluña, para acordar la celebración de un referéndum, en el cual, los avecindados en esa región decidan unilateralmente sobre la integridad de la nación española. Un apremio que, por otro lado, nada tiene de particular, pues en 2012 la, en palabras de Rosa Belmonte, «ministra del extraño prestigio», de cuyo currículum desaparecieron tres másteres hace un año, ya quería lo mismo para Galicia.
Sumar, no es más que un proyecto diseñado para restar. Concretamente, la soberanía española
Nada hay, por lo tanto, de nuevo, en la nueva Yolanda Díaz. La gallega sigue siendo un producto típico del PCE y las marcas que orbitan, con cada vez más divagantes y extravagantes contenidos, alrededor del histórico partido. Díaz, como la inmensa mayoría de quienes han militado en el único partido que representó una oposición al general gallego que protagoniza todavía una amplia cuota de pantalla, no concibe una nación española única, sino una estructura confederal que, en realidad, sólo beneficia a las oligarquías locales y al gran capital, que es quien ha decidido el ascenso, y probablemente la caída en el momento oportuno, de la política gallega. Al cabo, Sumar, no es más que un proyecto diseñado para restar. Concretamente, la soberanía española.