«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Tengamos la guerra en paz

7 de marzo de 2022

Viendo el encono de algunas discusiones sobre la guerra de Ucrania, he recordado una historia política familiar. Es «política» en el doble sentido, porque trató de apasionados posicionamientos ideológicos y porque ocurrió en la familia de mi mujer. Fue en el 39. La jovencita que andando el tiempo terminaría siendo mi abuela política rompió con su novio, porque éste era germanófilo y los Gómez eran, como se sabe en Cádiz, anglófilos de toda la vida. Setenta años después, a pesar de la buena planta que seguía teniendo aquel caballero y que ya no sería germanófilo en absoluto, ella estaba convencida de que no hubo otra decisión posible, sin una pizca de arrepentimiento ni nostalgia.

De esta situación hay grandes lecciones que hemos de aprender para nuestra propia nación: autonomía energética, inversión en defensa y peso internacional.

Con aquella ruptura estoy en deuda porque, sin ella, mi mujer sería un 25% distinta de lo que ahora es, en el mejor de los casos. Eso me predispone a escuchar con agradecimiento los agrios argumentos a favor de Putin y las consiguientes recomendaciones melosas a Ucrania de que rinda su soberanía a las abruptas exigencias de una potencia extranjera, porque es mucho mejor apaciguarla que meterse en camisa de once varas, etc. Lejos de mí rasgarme las vestiduras, por mucho que yo sostenga firmemente el derecho de Ucrania como nación libre y mantenga que Europa tiene una oportunidad única de recuperar su dignidad asistiendo al débil, que, además, es el amigo. Y repita que de esta situación hay grandes lecciones que hemos de aprender para nuestra propia nación: autonomía energética, inversión en defensa y peso internacional.

Prehistoria familiar aparte, hay algo más importante que me impele a escuchar a los que no piensan como yo, por muy claras que vea las razones de Ucrania y admire el ejemplo heroico que está dando al mundo. Tengo siempre presente a Emmanuel Lévinas cuando, recordando el Talmud, recomendaba desconfiar profundamente de la justicia de una causa que se defienda unánimemente: «Si todo el mundo condena a alguien, es inocente». Esta aparente paradoja tiene dos explicaciones racionales, y complementarias. La primera, porque esas condenas unánimes se producen por poderosos procesos miméticos y, por tanto, mentirosos, donde la masa social se impone a la conciencia individual. La segunda explicación es que, si no hay nadie que se oponga a una causa, sus argumentos no estarán contrastados. Cuanto más justa sea una postura, más falta hacen sus contradictores. Que haya personas sensatas, honestas y formadas que nos expliquen las razones de Putin es algo que agradecer. Y que rebatir, por supuesto. Si mi postura fuese la unánime me sentiría profundamente incómodo de sostenerla.

Ni cancelar a Dostoievski ni a Chéjov ni a Solzhenitsin ni censurar a Tarkovski ni acallar a Chaikovski ayudará lo más mínimo a los ucranianos; o, mejor dicho, totalmente al revés.

E incluso podemos formar hombro con hombro con ellos en cosas tan urgentes como desactivar la paranoia anti rusa. Ni cancelar a Dostoievski ni a Chéjov ni a Solzhenitsin ni censurar a Tarkovski ni acallar a Chaikovski ayudará lo más mínimo a los ucranianos; o, mejor dicho, totalmente al revés. Los grandes autores siempre están del lado de la justicia y de la piedad. Además, si me permiten traer otro recuerdo familiar, pero esta vez de mi sangre, más cáustica, repetiré la frase con que mi abuelo ridiculizaba esas protestas que solamente perjudican al que protesta: «Ea, pues no como rancho: que se fastidie el almirante».

La agresión a Ucrania, sin embargo, está siendo tan brutal que, antes de discutir razones, posicionamientos políticos, antecedentes históricos, conspiraciones económicas, alianzas globalistas y maniobras mediáticas, urge que Rusia se retire del territorio ucraniano. La imagen que me asalta constantemente en medio de nuestras trifulcas es la de un grandullón en el patio de un colegio reventando la cara a un compañerito de dos cursos por abajo, enclenque, pero valeroso; y todos los demás, comentando muy acaloradamente —incluso algunos ya de espaldas— las razones a favor del abusón o del chiquitín, pero sin interrumpir la paliza en ningún momento. Y el vértigo que me da esa situación no lo imputo exclusivamente a los putinófilos, sino también a quienes se entretienen acusando de quintacolumnistas a los que defienden a Ucrania desde otras posiciones ideológicas distintas a las suyas.

Estoy tan convencido de la causa de los ucranianos, que me vienen especialmente bien los reparos de quienes no lo ven como yo; siempre, eso sí, en que estamos todos de acuerdo en la necesidad de poder discutirlo a fondo en una Europa en paz y con la soberanía de Ucrania sana y salva.

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