La falta de inteligencia y la patología espiritual, cubiertas de anonimato, van a acabar desmoronando este edificio tan extremadamente útil como son las redes sociales, casi lo único que queda para la denuncia de los abusos del poder
Hay errores conceptuales de bulto. Por ejemplo, alguien que escribía en Twitter “¿Hablamos de tolerancia?. Le creía inteligente”. Los magmas intelectuales de comprensión suelen conducir a semejantes juicios desprovistos de la mínima dosis de coherencia, al menos en mi opinión. La inteligencia solo muy remotamente podría confundirse con la tolerancia y aún en tal supuesto necesitaríamos una singular noción de lo inteligente. Creo que se puede ser muy inteligente y poco tolerante y viceversa, aunque la tolerancia de los torpes no creo que sea propiamente tal, porque para ser tolerante de verdad se necesita un juicio nítido acerca de qué es la tolerancia y por qué conviene aplicarla, lo mismo que para dejar de serlo se reclama un análisis de los efectos nocivos del exceso. Muchos confunden tolerancia con buenismo, con resignación, con palabrería de autoayuda y cosas por el estilo. Y es en mi opinión un error de bulto.
Sinceramente creo que se interpreta mal el mensaje cristiano de ofrecer la otra mejilla. ¿Por qué a quien nos ofende le tenemos que ampliar el campo de su ofensa ofreciéndole la otra mejilla? ¿Acaso pretendemos que el ofensor recapacite antes de volver a insistir en la ofensa ahora en el nuevo costado que ponemos a su disposición? Me parece un error no solo de lógica elemental sino de psicología de primer curso de carrera. Además, en lo que a mi respecta, no creo que el cristianismo se base en semejante cosa. ¿debemos ante el abuso de una clase política sobre factores esenciales de nueva vida ofrecerles que penetren con el mismo abuso en otros campos todavía para ellos inéditos? La pregunta es puramente retórica puesto que es obvio que no existe segmento vital que permanezca fuera del control de la gente que conforma esa clase.
Yo, desde luego, no estoy dispuesto, ni a eso ni a mirar a otro lado. Porque si he recibido la vida y la dignidad de ser persona humana, lo que me parece una claudicación mas allá de la cobardía es apelar a ese mensaje de la otra mejilla con una hermenéutica muy propia de un buenismo dañino. No se trata de ojo por ojo y diente por diente, aunque sea postulado del judaísmo del que trae causa el cristianismo. La religión hebrea es la de un Dios para un pueblo y un territorio. Por ello preservar la identidad genética se convierte en un postulado de su teología. El cristianismo universalizó el mensaje: un Dios, pero para todos los hombres y en toda al tierra. En esta universalización se difuminaron ciertas bases ideológicas y se dulcificó el ojo por ojo y diente por diente, aunque, por ejemplo, las monstruosidades de la Inquisición se fundamentaron en algo tan elemental como el no creyente en el Dios cristiano merece ser ejecutado. No nos olvidemos de que en algo tan serio como la Exhortación a la Milicia Templaria, de Bernardo de Claraval se maneja el concepto de malicida, es decir, el que elimina al malo, al no creyente, al infiel y se asegura que no peca a los ojos de Dios el que mata al infiel, porque es un malicida, y eliminar el mal no es pecado a los ojos de Dios. Pues una suerte de malicidas son los integrantes del Sistema que son capaces de privar de libertad y hasta de vida con tal de mantenerse en el poder. Y si alguien no cree que son capaces de llegar a ese extremo es debido a que no ha tenido que sufrirlos, sencillamente porque no tiene la entidad para que le consideren enemigo. Me gustaría ver a muchos predicadores del buenismo cósmico encerrados, privados de libertad viendo como sus vidas, sus haciendas las de sus familias sufren agresiones derivadas de una miserable sed de poder. El buenismo de salón es material de literatura de consumo fácil, pero poco mal. El problema son los odios y rencores humanos
Ante la bofetada del agresor en sus diversas variantes, es imprescindible un esfuerzo interior para evitar a toda costa el odio, el rencor, la venganza incontrolada. Son cánceres del alma que corroen el indiviso y lo arrastran a un abismo insondable. Lo malo de estas tendencias de baja alma es que el individuo es en su genética espiritual muy propenso a ellas. De ahí que sea necesario el esfuerzo. En otro caso no se reclamaría. Pero una cosa es pelear para que el rencor y el odio no encuentren habitación en nuestra morada interior, y otra es seguir ofreciéndole carnaza al agresor para que disfrute en su patología. Porque, esto es importante, una suerte de agresores responden a una patología nítida. Un violador, por ejemplo, es necesariamente un ser patológicamente confeccionado, sea de origen o de subsiguiente enfermedad, pero no me cabe duda que la respuesta a la agresión no es ofrecerle mas víctimas. Es tan absolutamente absurdo como contrario al mensaje cristiano, y si no lo fuera, lo patológico sería abrazar semejante suerte de credo.
No, hay que luchar contra la agresión del hombre sobre el hombre en las ingentes variedades que nos ofrece la historia. Eso no significa, como algunos que tienen la enorme virtud de malinterpretar casi todo lo que queda a su alcance, que se estimule la violencia. Desgraciadamente para los que odiamos la violencia y leemos historia las lecciones del surco del hombre nos quedan lamentablemente nítidas. No hace falta estimular el apetito cuando llevas dos días sin comer. Tampoco la violencia en cuanto conoces los rincones del alma humana. Todo lo contrario. Lo que conviene, como antes decía, es no permitir que el agresor se instale en la conciencia de impunidad, que comente con risa abierta a otro de su bando “no te preocupes, esta gente aguanta todo, y, encima, te añaden mas campo para que podamos seguir abusando”. Si nos creemos que quien vive instalado en el abuso va a recapacitar en un momento dado, a pedir perdón y a ofrecernos la solución consistente en dejar de ser él mismo, estamos cometiendo un error de primer curso de Bachillerato.
Y pensemos en lo que sucede en la redes sociales. Van a acabar feneciendo a costa de lo que se consideró como su principal activo: el anonimato. Nada mas peligroso que ofrecer el anonimato a las almas enfermas que, desgraciadamente, abundan con tendencia creciente. Esos mismos que insultan, amenazan de muerte y dictan lindezas a través de las redes, serían incapaces de dirigir la palabra si su propia identidad fuera conocida y estuvieran físicamente en lo que se llama el cara a cara. El anonimato es el clímax de los cobardes. No dan opiniones sino que expresan sus frustraciones, y como el campo que ofrecen los medios de comunicación hoy en día para sentirse frustrados es tan inabarcable, las potencialidades del anonimato se convierten en inconmensurables. Y esto, si no al tiempo, acabará con la eficacia de las redes sociales. Porque es ofrecer campo abonado a los que sufren patologías. Por ello de vez en cuando conviene contestarles con ironía y en otras implemente pasar millas, como se dice ahora. Pero estimularles ofreciéndoles la otra mejilla es sencillamente un buenismo patológico conducente a un abismo conductual. Si queremos preservar un instrumento, un espacio para gente sensata debemos erradicar con energía a los que viven de sus propias patologías.
Seamos serenos, calmos, pero otorguemos a la palabra tolerancia un sentido de reciprocidad: tolerante con quien no se instala en el insulto, en la ofensa, en la descalificación sin motivo, con quien razona, construye, edifica, aporta, pero no con aquellos que quieren que compartamos su suerte de patología compulsiva cubierta de un cobarde anonimato. Tolerancia con esta gente es caminar a una demolición del edificio de verdadera convivencia humana. ¿Como evitarlos? Esto es asunto de otro orden, pero cuando uno te insulta, te ofenden en redes sociales y lees eso de que “¿hablamos de tolerancia”, le creía mas inteligente”, la verdad es que comprendes que la falta de inteligencia y la patología espiritual, cubiertas de anonimato, van a acabar desmoronando este edificio tan extremadamente útil como son las redes sociales, casi lo único que queda para la denuncia de los abusos del poder.