«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

Tres reflexiones sobre el paisaje postelectoral

29 de julio de 2023

Se equivocaron todas las encuestas, si es que las encuestas siguen haciéndose para prever lo que pasará y no, como parece, para intentar que pase esto o aquello. Se equivocaron, en fin, y todo son análisis de los que tanto erraron para explicar un panorama que no supieron predecir.

No aspiro a explicarlo, pero sí querría introducir tres factores que creo cruciales para entenderlo.

El primero es la demografía, un factor que va a haber que tener en cuenta en todos los fenómenos relevantes del panorama nacional en cualquier aspecto: político, económico, social o cultural. España es un país viejo, uno de los países con mayor esperanza de vida y más baja natalidad de todo el planeta.

Eso tiene muchas repercusiones en el voto. Las personas de edad tienden a ser más conservadores, no en el sentido ideológico, sino vital; más adversos a los cambios y menos receptivos a las novedades. Eso ayudaría a explicar que se haya encastillado en el familiar bipartidismo que representan los ‘partidos dinásticos’, PSOE y PP, y que sigan encerrados en un espectro del siglo pasado de izquierda y derecha.

En este simple esquema, Vox no es otra cosa que «extrema derecha». No tienen otro medio de clasificarlo. En el más favorable de los casos, una escisión del PP que representaría las viejas esencias, pero nada más, no una propuesta sustancialmente distinta.

Por lo demás, y paradójicamente, un electorado de más edad es también un electorado presentista. No quiere «experimentos», por bien que les suenen, y los resultados a largo plazo de las políticas de los partidos en el poder tienen para esta población menor importancia, cuando no nula.

En segundo lugar, el panorama refleja la confusión generada por un cambio de paradigma político para el que todavía no hay etiquetas seguras y, en cualquier caso, para el que se siguen empleando las antiguas, que ya no sirven para nada pero que mantienen su carga emocional.

¿Qué partido hay de izquierdas, de lo que un tipo de mediados del siglo pasado llamaría izquierda? ¿Hay algún partido que insista en la lucha obrera, que hable de nacionalizar los medios de producción? Por otra parte, ¿qué significa ser de derechas, si la derecha es el PP? ¿O liberal? ¿Algún partido quiere dejar que las fuerzas del mercado decidan el resultado de la economía nacional?

No, para nada, en realidad. Los modelos económicos son prácticamente idénticos, con meras diferencia de matiz, entre los dos grandes partidos y, en cualquier caso, nuestra economía se decide fuera, en Bruselas cuando no en Washington.

De hecho, Vox ha sido atacado como «extrema derecha» y, por tanto, el partido de la clase dominante cuando sólo hay que echar un vistazo a los niveles de renta de sus votantes comparados con los de otros partidos para advertir el absurdo de semejante aserto. Pero también es atacado desde el pensamiento liberal por ser «demasiado social» y peligrosamente «obrerista».

Porque Vox representa —o debería representar— una banda del nuevo espectro, el soberanismo frente al globalismo, la reivindicación de que lo que conviene a los españoles deben decidirlo los españoles y ajustarse a la realidad nacional, y no desde fuera, sin nuestro consentimiento y con un esquema común para todo el mundo (o para toda la Unión Europea).

Pero, por nuevo, el votante español no reconoce la nueva etiqueta y echa mano de la que los medios le prestan asiduamente: extrema derecha.

Por último, y enlazando con lo anterior, la propaganda existe porque funciona. Y, en el caso de Vox, ha sido incesante y omnímoda, llegando casi especialmente de sus previsibles aliados en la gobernabilidad, el Partido Popular.

Es cierto que la mayoría huye de los extremos, pero se trata de los extremismos percibidos, no los reales. Animo a cualquiera que tenga ya cierta edad a que piense en su «yo» de hace veinte o veinticinco años, e imagine que en ese momento le hablan de un partido que impone que cualquier varón que decida que es una mujer deba ser aceptado con tal a todos los efectos legales sin necesidad de cambio alguno; que defiende que entren ilegalmente cientos de miles de extranjeros procedentes de países culturalmente remotos al nuestro, con otra visión del mundo muy distinta y conservando sus lealtades nacionales; que se resigna a que en partes de España sea imposible educar a sus hijos en español, la lengua común. Es seguro que consideraría eso completamente extremo, extremista hasta la locura.

Y, sin embargo, se ha convencido de que el «extremista» es Vox, un partido cuya mayoría de propuestas serían consideradas de sentido común por el consenso político hace sólo unas décadas.

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