«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Una cárcel planetaria y un retrete en Chamartín

22 de agosto de 2022

O lo que es lo mismo: globalización.

Nunca se había enfrentado la humanidad a un porvenir tan atroz.

Si la Agenda 2030 (y no digamos la 2050) llega a puerto, la transformación del planeta tierra estará servida.

Tengo ya ochenta y cinco años, a falta de cuarenta y un días para cumplir los ochenta y seis, por lo que es harto dudoso que yo asista a semejante metamorfosis, pero la barrunto.

He pasado julio y agosto en mi refugio de Castilfrío de la Sierra, provincia de Soria, rodeado por gente de la familia, pero dentro de unos días se va mi hijo de nueve años, con su madre, a Japón, de donde no regresará hasta finales de septiembre, y yo, cuando él no está en España, me largo de ella… Adónde, aún no lo sé, pero cuanto más lejos, mejor. Ése es el motivo por el que llevo ya una temporadita repasando el mapamundi, continente tras continente, país por país, de guía de viajes en guía de viajes, y de ese modo he llegado a la desoladora conclusión de que no hay en este mundo devastado, congelado y criogenizado por la plandemia, un solo lugar en el que pueda apoyar la planta de mis botas de siete leguas.

¿Exagero? Sí, pero no mucho. Palabra.

Plandemia, he dicho, no pandemia, y obviamente no es una errata. Los negacionistas (yo me declaro neutral en ese debate con hechuras de combate) han puesto de moda ese palabro, y la verdad es que mis merodeos en busca de un lugar hacia el que poner la proa me inducen a concluir que los conspiranoicos no andan tan equivocados como los biempensantes creen. Razones de sobra hay para maliciarse que la irrupción del Covid, fantasmagórica (según algunos) o lo que sea, ha servido de coartada, de contexto y de rampa de lanzamiento para que los capitanes Araña perpetradores de la globalización nos impongan a todos las esposas, las manoplas y las camisas de fuerza con las que sueñan para poner fin al sueño, valga la redundancia, de la movilidad, la propiedad y el libre albedrío.  

Voy a citar sólo tres ejemplos, sin desarrollarlos, del mundo que se avecina…

¿Qué se avecina? No. Que ya está aquí.

Para citarlos todos –aludo a los que he ido encontrando en mis pesquisas de última hora– y para analizarlos tendría que escribir un libro entero y no una mísera columna.

Los datos que aporta el periodista ponen los pelos de punta. ¡Pobre China o, mejor dicho, pobres chinos! De Mao al K.O.

Primer ejemplo… Vámonos a China. Ayer, domingo 21, publicó El Mundo una crónica de urgencia sobre lo que está sucediendo en ese país habitado por mil cuatrocientos millones de personas constreñidas a ser hormigas. El artículo estaba firmado por Lucas de la Cal, corresponsal en Pequín del periódico citado. Es una pieza extensa.  Estremece lo que cuenta. El Orwell de 1984 no llegaba tan lejos. El Kafka de La colonia penitenciaria, que es el más cruel de sus relatos, sí. Las visiones de Lovecraft son otra referencia. Valga, como botón de muestra, lo que dice la entradilla: “El país asiático mantiene sus fronteras cerradas y, como parte de su estrategia de ‘Covid cero’, aísla ciudades y confina multitudes. El control social se dispara, la disidencia se persigue y Xi Jinping, ajeno a las malas previsiones económicas, planea su coronación”. Los datos que aporta el periodista ponen los pelos de punta. ¡Pobre China o, mejor dicho, pobres chinos! De Mao al K.O.

Segundo ejemplo… Japón. Si no es usted, dilecto y horrorizado lector, japonés o residente allí, sólo podrá visitar ese bellísimo, originalísimo y civilizadísimo archipiélago a condición de que lo haga integrándose en un grupo de turistas, tanto si llega a él incorporado previamente a uno como si se resigna a que lo pastoreen en otro creado in situ, inmediatamente después de su llegada, a tal efecto. Una azafata, o quizá azafato, hará de rabadán las veinticuatro horas del día y, vaya donde vaya y haga lo que haga, estará siempre al cuidado del rebaño. Cuesta trabajo creerlo, ¿verdad? Pero es así. ¡Beeee!

…y al cabo se topó con una severa gobernanta provista de uniforme cuasi castrense que le cobró dos euros y cincuenta céntimos

Tercer y último ejemplo… Estación madrileña de Chamartín. Una persona, de sexo femenino, muy cercana a mí, tuvo que coger un tren dirigido a Gijón, su patria chica, hace diez o doce días y antes de subirse al convoy, que lo era de baja velocidad, sintió el apremio de hacer aguas de las llamadas menores. Conocía el escenario. Buscó el lugar correspondiente y descubrió que había sido clausurado. Indagó de aquí para allá, con el agobio que cabe suponer, y al cabo se topó con una severa gobernanta provista de uniforme cuasi castrense que le cobró dos euros y cincuenta céntimos y le explicó, ya frente al nuevo templo mingitorio, que debía abrir su puerta, herméticamente cerrada, mediante el código QR de su móvil y no sé qué diabólica aplicación –¡abracadabra!– esgrimida a bocajarro de una célula fotoeléctrica no menos antipática. El sésamo, efectivamente, se abrió y permitió el acceso de la usuaria, que iba ya dando saltitos y achicando gotitas, al interior de un pulquérrimo retrete mientras repicaba en él un chaparrón de estruendosa música sinfónica que para sí hubiera querido la orquesta vienesa que el primer día del año interpreta a pleno pistón la vibrante Marcha Radetzky… 

Dejo para ulterior ocasión lo que a partir de ese momento ocurrió en aquella cabina futurista. Baste decir que después de un par de minutos o cosa así, con las nalgas de la cuitada aún sedentes sobre el inodoro, la tapa de éste bajó automáticamente y a punto estuvo de pillárselas. Menos mal que la titular de esa doble esfera anatómica dio un respingo y se levantó a tiempo.

Disculpen los detalles escatológicos y permítanme una sardónica observación: contra Franco meábamos mejor.

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