«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Vicepresidente Primero Acción Política de VOX. Jefe de la Delegación de Vox en el Parlamento Europeo. Abogado del Estado
Vicepresidente Primero Acción Política de VOX. Jefe de la Delegación de Vox en el Parlamento Europeo. Abogado del Estado

Una Europa de naciones soberanas

1 de octubre de 2022

Las elecciones en Italia nos demuestran, una vez más, que los conservadores y reformistas europeos, las fuerzas patrióticas de Europa, podemos ganar elecciones. Y podemos hacerlo sin necesidad de renunciar a nuestros principios o disimular nuestras ideas, como equivocadamente han creído siempre otras fuerzas que se autoproclamaban conservadoras delante de sus votantes, pero que cuando llegan unas elecciones sólo se preocupan de “no hacer ruido” y de mantener un perfil bajo.

Los principios y valores que representamos, defendidos abiertamente y sin complejos, son capaces de conectar con la mayoría social siempre que sepamos vivir, sentir y combatir las exigencias de nuestros pueblos en cada momento. Esto es algo que ya nos habían enseñado el Fidesz de Hungría o el Partido Ley y Justicia de Polonia, que no sólo ganan elecciones, sino que aumentan sus mayorías elección tras elección sin renunciar a una coma de sus programas.

Los principios y valores que representamos, defendidos abiertamente y sin complejos, son capaces de conectar con la mayoría social

Por supuesto, no es incompatible con tener una estrategia política y comunicativa. Tenemos que ser inteligentes para poder llegar a capas de la población que no están familiarizadas con nuestro programa y nuestro discurso. Pero eso no significa renunciar a nuestras ideas o escondernos o empaquetarlas en un producto estandarizado como si fuese algo a negociar en el mercado.

Nosotros no somos gestores. Nuestras naciones no son empresas. Somos políticos y tenemos que hacer política. Y podemos y debemos ganar haciendo política. Tras el triunfo electoral de Giorgia Meloni, los medios españoles titularon que «Europa» tenía un plan para frenar a la ganadora de las elecciones de Italia. Como si «Europa» fueran los burócratas de Bruselas, Ursula Von der Leyen o el proyecto de directiva Bauhaus, y no el Coliseo Romano, la catedral de San Juan de Letrán, el Vaticano, El Escorial o Versalles.

Europa somos nosotros. Europa son los 3.000 años de historia que nos preceden, no un puñado de funcionarios y cargos no electos de la Comisión Europea diciéndole a las naciones cómo deben comportarse y desenvolverse. Claro que la Comisión Europea, y el Parlamento, y el Consejo, y el Tribunal de Justicia son parte de Europa. Y una parte importante a la que no renunciamos. Pero no son “Europa”.

Europa es mucho más que la Unión. Europa son sus naciones, sus pueblos, su historia, su cultura, su religión. Pero Europa no son las no go-zones que promueven los globalistas, ni la invasión migratoria, ni el reemplazo poblacional.

El adversario, ¡el enemigo!, desde hace décadas lucha por la imposición de una especie de cosmopolitismo concreto pero banal que pretende recomponer nuestras relaciones personales, familiares, sociales, profesionales, desde la integración supranacional de los mercados, las redes sociales y las organizaciones internacionales, gubernamentales o no. Nos saca de lo natural, nuestro territorio, paisaje, familia, nación, religión, y nos ofrece, a cambio, un plan de banalidades artificiales: frente al territorio físico, espacios vacíos virtuales; frente al paisaje concreto, el planeta indefinido; frente a la familia, inmigración y acogimiento temporal; frente a la nación que nos une y abraza, la colectivización en grupos en conflicto, indigenismo, tribalismo, sexismo; frente a la religión, la idolatría fanática del clima, del sexo o del dinero.

Su finalidad no es otra que la de crear y promover un nuevo tipo de individuo que se destruye y se reconstruye, desterritorializado, nómada geográfico, nómada espiritual, nómada virtual. Ese tipo de individuo que dice caminar, pero no sabe ni de dónde sale ni a dónde va. Pero camina. Y termina el día agotado, sin ni una sola idea propia.  

Europa es mucho más que la Unión. Europa son sus naciones, sus pueblos, su historia, su cultura, su religión

Un mundo en que cada hombre no tiene nada que decir y nada que aportar a cualquier otro ciudadano del mundo pues habrá perdido la identidad desde la que aportar algo nuevo y enriquecer la sociedad internacional. Un tipo de individuo que vive en un universo casi infinito de sensaciones donde los sentidos (vista, olfato, oído, gusto y tacto) están desbordados y le incapacitan, de hecho, para ser consciente de su identidad y descubrir, desde la identidad, su vocación. Un mundo de redes sociales virtuales donde las redes comunitarias, físicas, naturales, reales desaparecen.

Y nosotros, conservadores, somos los más ambiciosos. Pegados al terreno, vivimos en la realidad. Sin perder ni renunciar a ninguna de nuestras redes comunitarias y naturales queremos y combatimos en las redes sociales virtuales. Pero si hay que elegir, siempre lo permanente.

Ese adversario son las élites globalistas que viven en la extraterritorialidad, que ni residen, ni viven, ni piensan ni sienten como su pueblo. Desconectadas de la nación. Ni entienden a su pueblo, ni viven sus problemas, ni tienen sus aspiraciones, ni desean tenerlas. Élites que desprecian a los pueblos.

Decía San Juan Pablo II que el primer derecho de toda nación es el derecho a su continuidad histórica, el derecho a ser uno mismo. Porque todas las naciones tienen su identidad. Forjada en los campos de batalla. En las derrotas y en las victorias. Una identidad que no es uniformidad ni homogeneidad, sino riqueza y variedad: una historia común compartida, unas costumbres y tradiciones, instituciones jurídicas y políticas ancestrales; una religión, una lengua quizás, o muchas lenguas propias; un modo de hacer, sentir, incluso pensar.

Toda Nación tiene derecho a preservar su identidad, su herencia y su Ley; y para ello, a proteger sus fronteras

Esa identidad es riqueza. Y debe ser preservada. Y compartida. Porque el patriota no tiene su identidad para poseerla de modo exclusivo y excluyente, como Gollum portaba el anillo en las minas de Moria. El conservador luce su identidad para compartirla, como un preciado tesoro que se pone al servicio del resto de las naciones. Así, España hizo su Hispanidad, llevando a base de heroísmo, por todo el orbe la convicción de que todos los hombres somos iguales en dignidad y derechos sin excepción, y podemos salvarnos. Y por eso de España salió la teoría de los derechos humanos y el derecho internacional de gentes.

Toda Nación tiene derecho a preservar su identidad, su herencia y su Ley; y para ello, a proteger sus fronteras. Por ello, tenemos derecho a regular las condiciones de entrada de quienes aspiran a vivir en ella. La inmigración debe ser legal, controlada, adaptada a las necesidades nacionales y con capacidad y voluntad de adaptación. Y por el mismo motivo, reivindicamos el derecho de todo ser humano a no emigrar, a vivir, crecer y desarrollarse en su propia comunidad nacional contribuyendo a su prosperidad de acuerdo con la cultura que a cada uno le sea propia. No nos parece un bien en sí mismo que nuestros jóvenes tengan que irse a EEUU, a Reino Unido o a la India a buscar un empleo.

Las políticas de fronteras abiertas y las sociedades multiculturales han fracasado en Occidente y países como Bélgica, Francia o Reino Unido son el ejemplo más evidente. Pese a ello, las élites globalistas apuestan por la llegada de millones de inmigrantes, legales o ilegales, en los próximos años con el objetivo de revertir el invierno demográfico mientras imponen políticas contrarias a la familia, que preserva la identidad.

El avance del globalismo amenaza la preservación de la identidad cultural de las naciones occidentales, socava su soberanía y pone en jaque el Estado social. Porque solo en la Nación hay verdadera solidaridad. La Nación es un tipo de comunidad en que se forjan y desarrollan unas especiales relaciones personales, económicas, sociales, culturales, espirituales, que conforman al hombre, le ayudan a su perfecta identificación: el respeto a la Ley, a la autoridad, a la tradición.

Es en la Nación donde el ser humano se hace ser histórico, amplía su herencia, aprende a amar lo no sensible

Es en la Nación donde el ser humano se hace ser histórico, amplía su herencia, aprende a amar lo no sensible, se hace apto para la solidaridad y el sacrificio, hasta el heroísmo, por personas que no conoce pero con las que comparte esa historia compartida, esa herencia, ese territorio, esa cultura.

Pero la identidad siempre es para algo. Igual que el hombre es un ser vocacional. También la nación lo es. La búsqueda del bien común, la búsqueda de la felicidad, la difusión de la propia identidad. Y es esa Europa la que queremos y por la que luchamos: naciones solidarias que cooperan, no naciones olvidadas u oscurecidas.

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