«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Una película estupenda

20 de mayo de 2022

Se titula “El amanecer de la guerra” (Margus Paju, 2020) y pueden verla estos días en plataformas. De producción estonia, es un magnífico largometraje clásico cuidadísimo en los detalles y con una dirección de actores muy notable. Cuenta la historia de una operación de contraespionaje en la Estonia de 1939. 

Eran tiempos muy difíciles en Europa. El ascenso del III Reich había significado anexiones y ocupaciones. La traición a Checoslovaquia perpetrada en los Acuerdos de Múnich de 1938 había entregado los Sudetes a Alemania. Berlín ansiaba recuperar los territorios perdidos después de la Gran Guerra. En marzo de 1939, Lituania firmó la cesión de Memel incapaz de resistir la actividad subversiva instigada desde el Reich.

Sin embargo, Alemania no era la única que albergaba deseos de expandirse. La Unión Soviética trataba de recuperar regiones del Imperio de los Zares perdidos después de la paz de Brest-Litovsk que los bolcheviques firmaron por separado traicionando, por cierto, a los aliados de Rusia. El ciclo revolucionario iniciado 1917 había brindado a los patriotas polacos, finlandeses, estonios, letones y lituanos la oportunidad de proclamar las independencias de sus respectivos países. Entre 1917 y 1918, el Báltico tenía nuevas fronteras.

El patriotismo se presenta como algo propio de una clase media nacionalista, pero no fue así

La restauración de Polonia y el nacimiento de las Repúblicas de Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania cerraban un proceso histórico que había comenzado ya durante el zarismo. Las reivindicaciones patrióticas del siglo XIX condujeron a las independencias del siglo XX. Sin embargo, eran país cuyas fronteras estaban amenazadas por dos grandes potencias fracturadas por la Gran Guerra: la Unión Soviética y el Imperio Alemán. 

Este es el trasfondo de la película en que Feliks Kangur (Priit Võigemast), agente de la contrainteligencia estonia, debe desbaratar una operación soviética. A medida que la trama de desarrolla, el espectador va comprendiendo los acontecimientos apocalípticos que se van desarrollando a su alrededor: el Pacto Ribbentrop-Molotov, la invasión de Polonia y, en fin, en palabras de Churchill, la tormenta que se cernía sobre Europa. 

Uno de los aspectos más interesantes —y del que se puede hablar sin desvelar el fin de la película— es la relación entre Kangur y el subteniente Toomas Otsing (Johan Kristjan Aimla), agente estonio experto en entradas, escuchas y otras tareas operativas. La propaganda soviética tendía a debilitar las resistencias nacionales acusando a las jóvenes repúblicas bálticas y a Polonia de ser Estados al servicio de la burguesía y el capitalismo controlados por una oligarquía que gobernaba en perjuicio de sus ciudadanos. Recuerdo, por ejemplo, el maltrato que describe Jan Karski a manos de los soviéticos cuando lo capturan en 1939. En “Historia de un Estado clandestino” (Acantilado, 2011), su monumental obra sobre la resistencia polaca, Karski recuerda que insultaban a los oficiales polacos acusándolos de ser “terratenientes” o de estar o su servicio.

Después de la Gran Guerra, la defensa de la nación y la tierra de los padres seguían siendo fuerzas poderosísimas en la movilización política, social y, llegado el caso, militar

Cuando Kangur pregunta a Otsing dónde vive, el subteniente responde que “en el barrio obrero”. A la pregunta por el lugar dónde se ha formado, contesta que tiene la educación de la calle. Sin embargo, llegado el momento, Otsing se describirá a sí mismo simplemente como “un oficial estonio”. Su extracción social no socavaba su patriotismo. He aquí un aspecto esencial del que se habla más bien poco en nuestros días: las clases populares y la nación. El patriotismo se presenta como algo propio de una clase media nacionalista, pero no fue así. Las clases populares -los obreros, los campesinos y otros tantos colectivos que podríamos situar en ese espectro- combatieron contra los invasores de sus países en defensa de la patria, es decir, de su patria. Aquí se equivocaron los comunistas: después de la Gran Guerra, la defensa de la nación y la tierra de los padres seguían siendo fuerzas poderosísimas en la movilización política, social y, llegado el caso, militar.

Ese patriotismo no impidió a estonios, letones, lituanos, finlandeses y polacos colaborar cuando se trataba de enfrentarse a enemigos comunes. Las relaciones entre estos pueblos son tan estrechas que a menudo recuerdan las que tenemos los países ribereños del Mediterráneo. No es la única similitud que podemos encontrar con el Báltico.

Se trata, en fin, de una película que apunta varios temas de interés para nuestros días. No se pierdan el personaje del agente finlandés que aparece de vez en cuando ni el de la profesora de Historia del Arte polaca. 

Que la disfruten. 

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