«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Rostro emblemático de Intereconomía Televisión, al frente de programas como El Gato al Agua o Dando Caña, ha dirigido informativos en TVE, RNE, Antena 3 TV y Onda Cero Radio. Fue corresponsal de RNE en Londres. Ha escrito para Diario de Barcelona, Interviú, La Vanguardia, ABC, ÉPOCA y La Gaceta y ha publicado el libro 'Prisionero en Cuba'. Ha recibido cuatro Antenas de Oro, el Micrófono de Oro, la Antena de Plata de Madrid, el Micrófono de Plata de Murcia, el Premio Zapping de Cataluña y el Premio Ciudad de Tarazona.
Rostro emblemático de Intereconomía Televisión, al frente de programas como El Gato al Agua o Dando Caña, ha dirigido informativos en TVE, RNE, Antena 3 TV y Onda Cero Radio. Fue corresponsal de RNE en Londres. Ha escrito para Diario de Barcelona, Interviú, La Vanguardia, ABC, ÉPOCA y La Gaceta y ha publicado el libro 'Prisionero en Cuba'. Ha recibido cuatro Antenas de Oro, el Micrófono de Oro, la Antena de Plata de Madrid, el Micrófono de Plata de Murcia, el Premio Zapping de Cataluña y el Premio Ciudad de Tarazona.

Urnas de sangre

11 de marzo de 2014

Diez años después de la tragedia, nos queda el recuerdo de las víctimas, el dolor por la sangre derramada, el drama de las familias destrozadas, y la constatación de que la política no está a la altura de los ciudadanos, que sí mostraron solidaridad y abnegación ante el zarpazo del terrorismo.

Para que pese en sus conciencias queda la actitud que mantuvieron los cerebros del PSOE, que despreciaron los sentimientos humanos para obtener ventaja electoral en una operación que, para muchos, ha merecido el calificativo de golpe de estado.

Para el análisis de sus errores queda el modo en que el gobierno del PP administró la mayor matanza de la que hemos sido víctimas. Recibieron su castigo en unas urnas manchadas de sangre, en unas elecciones que debieron haberse cancelado ante una situación tal de alarma nacional.

Poco consuelo nos ofrecen las nuevas teorías que vienen a demostrar que el atentado no fue una respuesta al apoyo de España a la coalición internacional en la Guerra de Irak, sino en venganza al desmantelamiento, en noviembre de 2001, de una de las más importantes células de Al Qaeda en nuestro país, bautizada con el nombre de Abu Dahdah. Poco importa ya cuál fue el motivo que llevó a esos criminales a destrozar la vida y la felicidad de tantas personas. Y poca relevancia tiene que los asesinos fueran fanáticos islamistas en vez de delincuentes etarras.

Lo realmente lamentable es la constatación de que, incluso pasada ya una década, no hayamos sido capaces de superar nuestras diferencias y unirnos ante un enemigo común, que es el de la barbarie terrorista. La hipocresía política acuño el “nos merecemos un gobierno que no nos mienta”, en un tirabuzón dialéctico que, a fuer de ser verdad, venía a demostrar el cinismo en el que se amparaba.

Las sociedades son fuertes, se sobreponen a sus desgracias y miran hacia el futuro con ánimos renovados. Pero también deberían aprender del pasado. Y eso es lo que no acabamos de conseguir. Nos pasó ya cuando vimos evaporarse el Espíritu de Ermua. El brutal asesinato de Miguel Ángel Blanco pareció provocar la catarsis que nuestro pueblo necesitaba, arrastrando miles de manos blancas a las calles para exigir paz y libertad. Pero la unidad de los demócratas se vio nuevamente dinamitada por los intereses partidistas.

Y la conmemoración del 11 M vuelve a recordarnos la fragilidad de nuestras convicciones. Asistimos estos días a actos en memoria de los muertos sin acabar de comprender que las víctimas del terrorismo lo son, no por voluntad propia, sino porque un día la maldad de los criminales se cruzó en sus vidas. No es sensato considerar al colectivo de las víctimas como a un partido político más. Son personas como cualquiera de nosotros, con sus gustos y sus aficiones, sus aciertos y errores, su elección política a la hora de votar o la libertad de elección de su color favorito. La única diferencia es que a ellos, un día, una bomba les alcanzó en su camino como a cualquiera de nosotros otras circunstancias han moldeado nuestro carácter.

Todos somos víctimas. El terrorismo es nuestro enemigo común. Y las urnas que sustentan nuestra forma de convivencia no pueden estar manchadas de sangre. Es tiempo de honrar a nuestros muertos, amparar a nuestras víctimas, condenar la violencia, encarcelar a los asesinos y garantizarnos un sistema que defienda los valores de la sociedad.

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