La auténtica utopía hubiera sido que un político tomase decisiones justas a sabiendas de que eso pudiera restarle poder, o incluso costarle el cargo. Y por un momento pareció que Susana Díaz estaba dispuesta a cambiar las cosas, a dejar al margen los cambalaches de la aritmética parlamentaria y a inmolarse, si fuera necesario, en defensa de la justicia y la honestidad.
Pero no. Finalmente, el aparato del poder se impuso a la voluntad de hacer las cosas como es debido. La presidenta de la Junta de Andalucía llegó al cargo con promesas de regeneración. Aseguró que no toleraría el fraude de los ERE que ensombreció la gestión de sus antecesores, que lucharía contra la corrupción, que recuperaría la confianza de la gente y devolvería el prestigio a la política.
Tuvo la oportunidad de demostrar que no mentía. Cuando sus socios de Izquierda Unida actuaron con arbitrariedad, imponiendo la ideología a la legalidad, optó por la solución correcta, que casi siempre es la más difícil, y retiró la competencia de adjudicar viviendas a la consejera comunista que había abusado de tal prerrogativa de manera parcial.
Las familias desalojadas de la Corrala Utopía, que habían acampado en la Plaza Nueva de Sevilla, recibieron las llaves de pisos para ser realojadas, a pesar de que el procedimiento no se ajustaba a los principios de igualdad y justicia, tal como constataron los propios Servicios Jurídicos de la Junta.
No es criticable querer atender a las personas necesitadas y en riesgo de exclusión social, pero sí favorecer a algunos alterando el orden legítimo de las listas de adjudicación de viviendas. Esos vecinos tienen el mismo derecho que otros a ver atendidas sus necesidades, pero Izquierda Unida, en su afán de dar un golpe de efecto demagógico, no puede repartir prebendas a unos en perjuicio de otros.
Susana Díaz hizo muy bien al imponer su autoridad para evitar la arbitrariedad. Pero, de inmediato, los profesionales de la política le recordaron que disfrutar de un despacho de poder, coche oficial, sueldo público y capacidad de gestionar presupuestos y nombramientos, tiene un precio. Los dirigentes de Izquierda Unida amenazaron con retirarle el apoyo que precisa para seguir en la presidencia, y desde su propio partido la convencieron de que ese arranque de honestidad les costaría la pérdida de un bastión que ahora controlan, no por haber ganado unas elecciones, sino por haber sumado, junto a los comunistas, los votos necesarios para superar al Partido Popular.
En 1516, la Utopía de Tomás Moro nos presentaba una sociedad ideal de ciudadanos iguales, donde primaban humanismo y tolerancia, se rechazaba la violencia y se combatía el abuso y enriquecimiento ilícito de los poderosos. El texto nos puede parecer, cinco siglos más tarde, una interpretación naïf de la humanidad, más propia de la Arcadia idílica descrita por los poetas del Renacimiento que de la realidad de nuestros días. Algo tan inocente como la pretensión de Susana Díaz de que el poder se puede conservar sin hacer concesiones a la trapacería propia de la política. Una pena.