Se ha suscitado una curiosa polémica que me hace pensar si seré una especie de monstruo inhumano al que le da placer la tortura de sus semejantes. Hasta ahora yo no me reconocía en absoluto en semejante perfil, pero ahora ya no sé qué pensar. Resulta que en la frontera de Melilla con Marruecos hay unas triples vallas de seis metros de altura, que en su parte superior y en los espacios intermedios tienen unos muy robustos espinos artificiales. Este severo obstáculo se instaló para evitar las irrupciones masivas de africanos que entraban en territorio español huyendo del hambre y la miseria de sus países. Pero a pesar de todo, esos desventurados siguen trepando, arañándose y pinchándose con el espino, con tal de llegar al otro lado. Algunos lo consiguen, y tocan suelo español hechos una lástima; otros, más desdichados, incluso han perdido la vida en el intento.
Ahora surgen voces que reclaman que se quiten los espinos, porque consideran estas vallas algo inhumano. Incluso alguien dijo el otro día que las vallas contravienen el derecho humano de libre desplazamiento; pero, consciente de que se metía en un jardín complicadillo, matizó inmediatamente y añadió que, como es natural, los países tienen derecho a regular la inmigración. Total: que los que creíamos que las vallas estaban para que no pasase nadie sin permiso, ahora parece que tenemos que defender unas vallas que se puedan franquear, porque los que las han puesto son los que tienen la culpa de los muertos y los heridos, y no los que decidieron correr ese alto riesgo. Y como no acabamos de entender que la misión de unas vallas sea que resulten fáciles de saltar, damos la impresión de que somos unos monstruos de maldad que disfrutamos con la sangre de los desheredados de la vida.
Pongámonos en la hipótesis de que las verjas de Melilla son inhumanas. En tal caso, lo que habría que hacer sería quitarlas, porque parece un poco idiota mantenerlas para que las salten. Más bien la alternativa a estas vallas sean otras vallas diferentes, que impidan el paso sin herir a nadie. Pero hasta ahora, desgraciadamente, eso aún no se ha inventado, al menos que yo sepa. Si existen, sería cuestión de plantarlas. Sin embargo, mucho me temo que las mismas voces que ahora claman contra los espinos clamarían contra el mero hecho de no dejar pasar a nadie, en cuanto empezasen a morir de inanición al pie de la valla.
Cuesta mucho trabajo conseguir el testimonio de alguien que diga que los primeros y principales responsables de esta situación terrible son, a todas luces, los corrompidos gobernantes despóticos de los países de los que huyen esos infelices que acaban estrellándose en las controvertidas vallas de Melilla.