«Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas» es una de las mentiras más grandes que se han extendido. Incluso por encima de la niña de la curva y el caimán en las alcantarillas de Nueva York. Lo que pasa en Las Vegas siempre se acaba sabiendo, porque tiene a los mejores trabajando para sus casinos. Si un día pegaste un chicle en la pared, ellos lo saben. Ni que decir tiene cuando has intentado contar las cartas o timar a la banca. Los secretos de la ciudad están en los ojos de las cámaras.
Recuerdo cuando llegué como si fuera hoy. Miré a mi alrededor y me quedé impresionada por ese oasis en el centro del desierto. No fue nada comparado con unas horas después, al ver la ciudad iluminada. Las grandes avenidas, las fuentes de colores, los casinos grandilocuentes y las bodas exprés, todo me fascinó desde el primer momento. Me sentí capaz de cualquier cosa y a la vez, perdida en un mundo de luces de neón. En Texas no hay nada igual, y no es que yo no conociera bien el mundo, pero Las Vegas no se parece a nada.
Tampoco olvido el día que heredé el Montecito. Ya era dueña de la mitad, tras mi divorcio, pero fui una semana propietaria del mejor casino. Fueron siete días fascinantes. Pobre Casey… siempre fue tan excesivo, para querer, para odiar, para gastar y hasta para morir. El vértigo que sentí cuando me informaron de las deudas del casino fueron comparables, en cantidad y calidad, a cuando conseguí vendérselo a A. J. Cooper. Maldito Casey, 241 millones de deuda fiscal me privaron del privilegio de ser propietaria de un casino en Las Vegas. Hasta muerto me la jugaste. Me convertí en viuda de un ex marido generoso en pagos pendientes. Eso sí, una viuda espectacular y muy guapa.
Yo nací para el lujo y vivir bien, no para tener deudas, por eso vivo en el Montecito, aquí tienen las suites que mejor hacen mis exigentes sueños realidad. No podría tener un hogar mejor que esa inmensa habitación, con todos sus extras; y mi cama, sobre mesas de Black Jack, ruletas girando, tiendas de lujo, cocteleras agitándose y espectáculos. Mi paraíso personal.
Y si yo vivo aquí, cómo no voy a recomendarlo a los clientes. Sé que algunos piensan que es exagerado, pero soy la mejor anfitriona del mundo -no me gusta que me llamen relaciones públicas-. No hay casino que tenga a nadie como yo. Los VIP se sienten satisfechos en todos sus caprichos, pero no se sienten como en casa, porque nadie en Las Vegas se quiere sentir así. Tienen sus excéntricas necesidades satisfechas, les doy todo lo que piden, y además tienen su alcance la excitación de una ciudad como esta. Mientras, yo cumplo con mi trabajo con una sonrisa en la cara y una calculadora en la cabeza.consiguiendo que gasten el máximo posible.
Soy Samantha Márquez, Sam para los amigos. ¿En qué puedo ayudarle?