«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid
Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

Vientos de cambio

30 de noviembre de 2021

Decimos en la Argentina que las modas del hemisferio norte nos llegan con una década de atraso, pero siempre llegan. Algo tendrá que ver el asunto con que somos un país vastísimo capitaneado por una ciudad portuaria, en la que siempre fue paquete [elegante], lo que llegaba en paquebote.

La brisa de derecha, que soplaba hacía rato en lo que fue Occidente, se ha convertido en un vendaval, y ese vendaval nos está llegando en bastante menos de una década.

¿Será la velocidad con la que se mueve el enjambre, y todo lo demás, en este mundo posmoderno? Algo de eso hay, pero tratemos de mirar más allá.

Los movimientos políticos que hoy pelean palmo a palmo contra la avanzada progre han conseguido, contra todo lo que podía esperar la intelligentsia, una profunda raigambre popular… por lo que la reacción uniforme es tacharlos de populistas – cierto, también de fascistas, trogloditas, extremos, xenófobos y quién sabe cuántos oscuros e imperdonables vicios más – y esto nos lleva a sospechar que no estamos ante una moda más.

No, señores, la resistencia contra el progresismo no es retrógrada (¿hace falta recordar que el progresismo no trae progreso?), cruel, fea, ni mala pero, principalmente, no es ideológica. Tenemos ideas, claro, pero no peleamos por un manual, sino por nuestra forma de ser.

El progre vende identidades enlatadas agitando banderas de tolerancia, pero no tolera ninguna identidad tradicional, sólo las inventadas.

Javier Milei dio una voz política a ese hartazgo. No lo votaron cuatro solemnes señores liberales, no lo votó la academia, no lo votó la gran industria, no lo votó la banca: lo votó la gente de a pie

Al contrario, nuestra lucha es el fruto genuino del hartazgo de la gente de a pie. De la gente que se gana a diario el pan y no quiere que la encierren sin trabajar y vivir de la limosna estatal; de los que aman a sus prójimos y no a un universo abstracto; de quienes están hasta la coronilla de que el Estado los asfixie con impuestos que se gastan en darle clases de cómo vivir y educar a sus hijos.

La superclase quiere imponer a sangre y fuego (o a cancelación y pandemia) una agenda que nada tiene que ver con las necesidades del hombre común… y el hombre común dice ¡BASTA!

En la Argentina, Javier Milei dio una voz política a ese hartazgo. No lo votaron cuatro solemnes señores liberales, no lo votó la academia, no lo votó la gran industria, no lo votó la banca: lo votó la gente de a pie. Porque los argentinos pasamos en la mal llamada década ganada de ser un país pobre que mantenía un atractivo por cierta forma amable de vivir, por un apego a sus costumbres y los restos de la movilidad social y el crecimiento por el trabajo, a ser un país mucho más pobre, con menos trabajo, con una enorme cantidad de gente viviendo de la limosna estatal (que no es estatal sino limosna forzada sobre las espaldas de los que todavía trabajan) pero también pasamos a estar en la vanguardia progre. No hubo idea decadente que no se adoptara en la década kirchnerista.

El problema en nuestra tierra no son los pobres, son los malos… y los progres son los de peor calaña

Nada de qué sorprenderse, el progresismo y la miseria están unidos indisolublemente.

Y los argentinos también estamos hartos del cuento chino de la ampliación de derechos ¿De qué derechos hablan sin pan ni trabajo?

Por eso, aunque los progres renieguen y traguen hiel, nada hay de sorprendente en que Milei haya hecho una muy buena elección especialmente en los barrios más pobres de la ciudad de Buenos Aires.

Contra la leyenda de los señorones quejosos (que lloran justamente la carga fiscal, pero no combaten a sus victimarios) en la Argentina queda mucha gente humilde que quiere ganarse el sustento trabajando, que no quiere vivir de dádivas estatales.

El problema en nuestra tierra no son los pobres, son los malos… y los progres son los de peor calaña. Con su discurso sentimental, acusan de odiadores a los demás pero son ellos los que con su falso amor a los pobres que esclavizan logran sembrar odio y rencor.

Ahora, hay una cosa en la que la Argentina si es realmente única, en la que está sola en el mundo: el Gobierno organizó un gran aquelarre para … festejar haber perdido las elecciones.

Pareciera que Alberto Fernández esté imaginando llevar a la práctica la frase de Bertolt Brecht: “Aprendo que el pueblo ha perdido la confianza del Gobierno y éste podía ganarla de nuevo solamente con esfuerzos redoblados. En tal caso, ¿no sería más sencillo para el Gobierno ‘disolver’ el pueblo y elegir otro?”.

Alberto Fernández, el presidente más inútil de la historia local – en esto coincide también gran parte de su coalición – dice en ese aquelarre que no tiene nada que hablar con Milei: nada tiene, en realidad, que hablar con su pueblo. El presidente pierde las elecciones generales en todo el país y festeja porque perdió por menos que en las primarias. Festeja impúdicamente frente al pueblo al que asfixió con una de las cuarentenas más largas e inútiles del mundo, festeja como si su partido no hubiera perdido el Senado por primera vez desde la restauración democrática. Festeja, sordo, porque no está dispuesto a oír a su pueblo. La casta se encapsula en su ceguera ideológica.

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