Uno de los temas de las cenas de verano es la necesaria unión de las derechas. O una nueva fusión, según los más optimistas. O una disolución de Vox, según los más peperos. O un entendimiento, coordinación y, por fin, fair play, según los más voxeros. Sale en cada cena, con indisimulada envidia o manifiesta admiración, el trato exquisito, casi versallesco, que Pedro dio a Yolanda, presidente a vicepresidenta, con complicidad evidente durante toda la campaña y, especialmente, en el debate televisivo. El partido se llama «Sumar» y, claramente, Sánchez se sumó al álgebra y ha sumado, el tío.
Puestos a jugar con los nombres, el problema del PP es que se llama Pepe, que remite en el imaginario colectivo a Gotera y Otilio. Su estrategia no ha estado clara en ningún momento y sigue sin estarlo. Lo de Murcia es un ejemplo. Pero el problema de fondo es que Vox se llama voz. Quiero decir, que tiene un mensaje claro y diferenciado.
Si se comparan programas, adhesiones a agendas y tantos por ciento de votaciones en la Unión Europea a la par, el PSOE y el PP tienen muchísimo más en común que el PP con Vox. Son datos objetivos y obviarlos no ayuda a entender la diferencia que lamentamos en las cenas penúltimas de agosto.
Hay que asumir que la fusión no sería posible y que la colaboración es difícil. Se pueden sumar Sumar y el PSOE porque son manzanas con manzanas, todas rojas. Sumar peras con naranjas, sin embargo, es imposible, para explicarlo con los rudimentos de la infancia.
Cuando nos quejamos de que en el mismo día (20 de agosto) el ABC titule que «Altos cargos del PP piden cambios que mejoren la relación con Vox» y que El Confidencial titule: «Dirigentes del PP piden a Feijóo ‘abrir fuego’ contra Vox: «Ahora tenemos que ir a por ellos»», no entendemos que, en realidad, los que no entienden son ellos.
Ni se pueden sumar (peras con naranjas) salvo para algo mayor y coyuntural, como evitar un gobierno Frankenstein. Eso sería como contar piezas de frutas. Ni tampoco se puede hundir a Vox y ocupar su espacio, porque es el espacio de un mensaje al que sólo Vox pone voz. Hasta que esto no cale en los análisis de unos y de otros, no podremos avanzar. Si a base de «abrir fuego» lograsen calcinar a Vox, surgiría, con las primeras lluvias, una nueva voz que representase unas ideas y unos sentimientos a los que el PP no puede representar porque no se puede estar a la vez en misa y repicando.
La solución más natural sería que el PP y el PSOE pactasen. Esto no puede pasar en España porque el PSOE ha manejado maravillosamente bien la demonización de la derecha y le resulta más rentable presentarse como el gran freno al PP (con el que vota mano a mano en Bruselas). También entiendo que los votantes del PP –no Feijoo– tengan reparos morales a pactar con el PSOE que pacta con ERC y Bildu.
Así las cosas, no queda otra al bloque llamado de derechas que hacer un esfuerzo por entenderse a pesar de hablar idiomas distintos. En vez de poner traductores en el Congreso, nos saldría más barato que lo pusiesen –un traductor ideológico– en las reuniones del PP con Vox. Tendrían que hacerse con respeto a sus «hechos diferenciales» y a los votantes mutuos. Sin este básico, estamos condenados a continuos desencuentros, ridículas controversias y graves pérdidas de traducción como las que hemos vivido estos meses y se han recrudecido estos días.