«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Yo sólo soy yo cuando estoy solo

7 de marzo de 2023

En ese endecasílabo de Miguel Hernández hay un adverbio, marcado por su preceptiva tilde en la primera sílaba, y un adjetivo, sin tilde en ninguna de ellas.

También hay una trampa… El poeta citado nunca escribió ese endecasílabo, que es de mi cosecha, sino uno, muy similar, al que el mío, mejorándolo, a mi juicio, parafrasea: «Yo nada más soy yo cuando estoy solo». Pertenece a un soneto de El rayo que no cesa, libro que memoricé, enterito, cuando tenía dieciocho años.

Me he tomado esa libertad. Discúlpela el lector en gracia a lo que en esta columna quiero decir.

En este país –muletilla no por ociosa menos significativa–, tan dado a las guerras civiles, estalla ahora una, de índole meramente prosódica y por ello, gracias a Dios, incruenta, entre los partidarios de mantener la tilde en el adverbio sólo, sinónimo de solamente. El adjetivo solo nunca la llevó. Pocos éramos y parió nada menos que la Real Academia Española, dividida entre los tildistas y los antitildistas. Así han bautizado los espectadores a las fuerzas contendientes en esta nueva pugna fratricida, en cuyo forcejeo no correrá la sangre, sino la tinta. Algo es algo.

Arturo Pérez-Reverte, por cierto, que es tan espadachín, dicho sea a título de elogio, como su personaje Alatriste, capitanea el bando de los tildistas, al que yo, que estudié Románicas y empuño péñola, me sumo con lógico y filológico entusiasmo. A tus órdenes, Arturo. Duelistas somos y en el Miranda Podadera andamos. 

¿Prosodia?, se preguntarán los lectores víctimas, por su edad, de los planes de estudios vigentes… Sí, chicos: «Parte de la gramática tradicional que estudia la pronunciación y la acentuación correctas». Ésa que no respetan, por ejemplo, los locutores de los partidos de fútbol, sobre todo cuando anuncian un gol. O, mejor dicho, un gooooooooool o un golgolgolgolgol, entre horrísonas exclamaciones. ¡Qué espanto! Si Gogol levantase la cabeza seguro que volvía escribir Las almas muertas. ¡Y tan muertas!

La semilla de esta discordia se sembró, creo recordar, en 2015, quizá un año más tarde, que fue cuando los académicos, renunciando, como en tantas otras ocasiones, a su deber de limpiar, fijar y dar esplendor a nuestro idioma, sembraron entre sus usuarios el desconcierto al suprimir del adverbio la tilde en cuestión. Claro que peor aún habría sido el añadirla al adjetivo obligándonos a escribir, por ejemplo, sóla, fané y descangallada o a decir, en momentos difíciles, no me dejes sólo, amor mío.

No sé si han visto ustedes ‒seguro que sí, porque lo repiten hasta la saciedad‒ el anuncio ése de la tele en el que Lola Flores, saliendo de su tumba por arte de photshop y cargando la suerte, nos explica con ronca voz de quejío tras una noche de colmado:

‒¿Saben por qué a mí se me conoció en todo el mundo? ¡Por el acento!

Pues eso, señores, señoras y señoros de la Expañola.

Posdata – Escribo esta columna en un bar. Se me acerca el camarero y me pregunta: «¿Un café solo o solo un café?». ¿Dónde carajo habrá puesto el acento? «Póngame sólo un café solo», le corrijo. Y lo nota.

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