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POR ÓRDENES DEL RÉGIMEN DE DANIEL ORTEGA

El obispo nicaragüense Rolando Álvarez cumple más de 100 días aislado en una cárcel de máxima seguridad

El obispo de Nicaragua Rolando Álvarez. Reuters

El obispo de la localidad nicaragüense de Matagalpa, Rolando Álvarez Lagos, ha pagado cara la «osadía» de disentir del régimen de Daniel Ortega. Desde su arresto el 19 de agosto del año pasado en el Palacio Episcopal de Matagalpa -donde se encontraba recluido sin posibilidad de oficiar misa en su parroquia- la vida del religioso se ha convertido en una auténtica calamidad, en medio de las continuas humillaciones a las que ha sido sometido por parte de la dictadura.

Álvarez estuvo en el vuelo de más de 200 presos políticos que Ortega intempestivamente envió en febrero de este año a los Estados Unidos. Sin embargo, a diferencia del resto de sus compañeros, el religioso se negó a aceptar la expulsión de su país. Acto seguido el régimen lo devolvió a Nicaragua, le retiró la nacionalidad y al día siguiente lo condenó -en medio de un juicio exprés- a 26 años de cárcel por «traición a la patria».

Sin embargo, esto sólo era el principio de la tragedia. En días posteriores el obispo de Matagalpa fue trasladado a la prisión «La modelo», siendo confinado específicamente a un área de máxima seguridad de la misma que se ha dado en conocer como «El infiernillo». Dicho espacio, como es de suponerse, está destinado a albergar generalmente a delincuentes de alta peligrosidad.

El medio nicaragüense «Divergentes» especifica además que en el área en la que se encuentra el sacerdote hay unas 300 celdas, cuyas dimensiones no sobrepasan los tres metros de ancho por tres metros de largo. En el interior de las mismas no hay más que dos catres y un agujero por el que los reclusos pueden hacer sus necesidades.

Expresos políticos nicaragüenses afirman que dichas celdas habitualmente son utilizadas por el sistema penitenciario del país para infligir castigos a los detenidos. En el caso de Álvarez se sabe además que se encuentra sometido a vigilancia permanente las 24 horas del día, teniendo derecho eventual a ver por algunos minutos la luz del sol y a recibir algunos paquetes de sus familiares. Sus carceleros le toman fotografías casi diariamente, para demostrar que aún sigue vivo.

«El mismo hecho de tenerlo encarcelado está diciéndonos mucho. Él ha sido muy fiel desde el principio cuando dijo que no iba a dejar su patria y creo que es obediente a sus principios, el no declinar a su postura, y por eso se han ensañado con él y con la misma Iglesia», dijo a la Voz de América Edwin Román, un sacerdote nicaragüense exiliado sobre la prisión del obispo Álvarez.

Esto se da en un contexto en el que la Iglesia Católica parece haberse convertido en el blanco favorito de los ataques de la tiranía orteguista, que durante el último año ha centrado su embestida en la actividad que, en medio de severas dificultades de toda índole, adelantan sacerdotes y religiosas en el país centroamericano.

Tal embestida ha sido alertada recientemente por la propia administración de Gobierno de los Estados Unidos, que ha llamado la atención sobre la persecución que sufren los católicos en la nación hispanoamericana.

«A lo largo del año, el presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo ordenaron la detención, exilio y agresiones verbales en contra de sacerdotes y obispos tildándolos de criminales y golpistas», recalca un informe del Gobierno de EEUU que revisa el estatus de la libertad religiosa en más de 200 países del mundo.

Por lo pronto, Rolando Álvarez parece haberse convertido en el perfecto efecto demostración del que ha echado mano Ortega para mandar un mensaje a sus detractores: si no haces lo que yo digo, atente a las consecuencias. Y es que, si ya ha hecho todo esto con un sacerdote, ¿Qué destino le aguarda al resto de sus opositores?

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