«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
El cristianismo se encuentra en uno de los momentos más trascendentales de su historia

Los retos de León XIV: la unidad de la Iglesia, la persecución a los católicos y las finanzas del Vaticano

El Papa León XIV. Europa Press

Que las pantallas y el ruido no hipnoticen ni aturdan a los católicos. Los programas de televisión, las portadas de la prensa digital y de papel y los mensajes de jefes de Estado de los días comprendidos entre la muerte del Papa Francisco I y la coronación de su sucesor no deben dar a los católicos, sobre todo a aquellos que viven en la comodidad de las burbujas de sus movimientos y sus parroquias, la impresión de que la Iglesia cuenta con el respeto y hasta la admiración de la mayoría de la humanidad.

En realidad, el cristianismo entero se encuentra en uno de los momentos más trascendentales de su historia bimilenaria. León XIV se enfrenta al regreso a la irrelevancia que la Iglesia tenía al principio de su existencia, sobre todo en una Europa posreligiosa. Miles de templos que todavía existen, se cierran, están vacíos o incluso son quemados. Y ese abandono no se debe exclusivamente a asuntos mundanos como los escándalos sexuales o la corrupción económica, sino a una rendición ante el Mundo.

Un consejo básico de gestión de personal es no insultar ni despreciar a los tuyos, sean clientes, votantes… o creyentes. El Papa Francisco I, siempre que se dirigía a sus ovejas, les abroncaba, tanto a sacerdotes como a madres de familia numerosa. Este hábito quizás se debía a que primero hablaba y luego, quizás, pensaba, pero define su pontificado.

¡Ojalá su sucesor regrese al silencio y a las palabras meditadas! Como escribe el apóstol Santiago en su carta, “Si alguien se cree religioso y no refrena su lengua, sino que se engaña a sí mismo, su religiosidad está vacía”. Y San Pedro mandó lo siguiente: «Si uno habla, que sean sus palabras como palabras de Dios».

En mi opinión, el primer y mayor reto de León XIV es restaurar la unidad entre los católicos. La Iglesia «de los puentes» y «hospital de campaña» ha levantado muros y celdas interiores. Muchos se han sentido maltratados y despreciados por el papa que invocaba permanentemente la misericordia. La curia de Francisco aplicó ceses, destituciones (¡hasta de obispos!) y condenas con unos métodos tan severos y ajenos a las normas canónicas que algunos de los afectados los calificaron de tiránicos.  

Estos críticos también denuncian la instauración de un «régimen de terror» dentro de la Iglesia. En la diócesis de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio estaba al cabo de la calle de lo que ocurría en las parroquias mediante una engrasada red de espías y vigilantes. Ese mismo sistema se implantó en sus doce años de pontificado en todo el mundo, lo que provocó la desaparición de toda crítica abierta. Nada similar se vivió en los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, abierto al debate y al argumento.

El grupo de los más perseguidos lo forman los laicos y sacerdotes que desean la misa oficiada por el rito tradicional, el vigente hasta el final del Concilio Vaticano II, nunca abolido, como reconoció Benedicto XVI cuando lo liberó de sus restricciones mediante el ‘motu proprio’ Summorum Pontificum de 2007. En uno de los actos más ultrajantes de su pontificado, Francisco I lo derogó mediante otro ‘motu proprio’, Traditionis Custodes, en 2021 sin tener al menos la elegancia (o la compasión) de esperar al fallecimiento de su predecesor.

Desde entonces se ha rumoreado la existencia de un documento para prohibir el rito romano. León XIV, que proviene de Estados Unidos, donde la asistencia a las misas en latín y con el cura de espaldas es creciente, ¿atenderá la petición de estos católicos o, por el contrario, aplicará los planes de la curia francisquista? Los jóvenes y adultos que se convierten o que regresan a los sacramentos reconocen que para ellos la belleza de esta liturgia ha sido un elemento fundamental en su peregrinar.

En la doctrina, el cardenal Prevost tendrá que afrontar un serio problema que estalla con el Concilio Vaticano II: el encaje de la Iglesia en sociedades plurales y multiculturales. Un sector amplísimo en la cúpula de la Iglesia y los teólogos académicos propone adaptarse a esa pluralidad, copiando las medidas de los cultos protestantes, como la ordenación de mujeres, la prédica contra el cambio climático. Para ello, están dispuestos a alterar y pervertir el Evangelio y la doctrina a fin de integrar a «todos, todos, todos», sin llamarles a la conversión y el arrepentimiento. Aunque las consecuencias para las confesiones protestantes están a la vista, ese sector eclesiástico se empeña desde hace décadas en unirse a la carrera hacia la extinción.

Y una pieza esencial en este asunto es el impulso y la bendición de la inmigración. En su lista de reproches y amonestaciones, Francisco guardaba los más duros para los gobiernos y los ciudadanos europeos y norteamericanos que quieren defender las fronteras de sus naciones. Una actitud que, si bien contradecía las opiniones y las súplicas del clero africano (despreciado por los actuales dirigentes vaticanos), le garantizaba aplausos de los medios de comuncación.

Desde los años 60 del siglo XX, Francisco ha sido el pontífice que con más insistencia ha expresado su convencimiento de que «todas las religiones son un camino para llegar a Dios«. Un sincretismo grato a los poderosos del mundo, pero que constituye una herejía y, además, provoca la pérdida de sentido de la Iglesia. Así, hay misioneros que presumen de no evangelizar, con lo que reniegan de San Pablo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!». Y el mensaje que ha transmitido al rebaño es que, si todas las religiones son iguales, ¿por qué no puede uno divorciarse? ¿Por qué va a preocuparse del prójimo? ¿Por qué no busca una que se acomode a su vida?

Las persecuciones a los católicos, sobre todo en África y Asia, continentes donde crece el número de bautizados, constituyen otro de los desafíos de León XIV. Las matanzas de católicos en Nigeria, Irak y Siria ejecutadas en estos años han sido acogidas en Roma con silencio o con un puñado de palabras de condena, sin que el papa Francisco usara su aparente prestigio entre los líderes políticos y periodísticos para frenarlas. En China, la diplomacia vaticana, encabezada por el cardenal Parolin, prefirió pactar con la dictadura comunista y otorgarle un derecho de presentación de obispos que en los siglos anteriores los papas se habían esforzado por retirar a los monarcas seculares.

Y, por último, el desastre de las finanzas del Vaticano. A la pésima gestión, se une el desplome de las donaciones y aportaciones por parte de los fieles. Una censura popular al pontificado de Francisco tan inocultable como los vacíos de la plaza de San Pedro en sus últimas comparecencias.

De los 16 papas habidos en los últimos doscientos años, 11 murieron con 80 años cumplidos o más. Por ello, a León XIV, cuya edad es de 69, le calculamos un largo pontificado. Con fe en Dios, el Vicario de Cristo puede tratar de encarar estos retos o bien, como hizo su predecesor, desentenderse y agravarlos. Entonces, podríamos asistir a la concreción de un temor que ha atravesado los últimos años de Francisco y este período de sede vacante: un cisma.

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