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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La cabeza de Mas, de momento

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Una semana después del casual y armónico empate a 1515 votos, un grupo de distinguidos integrantes de la CUP, los miembros del Consejo Político y del Grupo de Acción Parlamentaria, acarrearon sus mochilas hasta un centro cívico de Barcelona para debatir a propósito de la investidura de Arturo Mas como presidente de la Generalidad.

Horas más tarde, en un manejo de los tiempos próximo al ensañamiento terapeútico, esta batasunizante plataforma política decidió pedir, o mejor dicho, volver a reclamar, la cabeza de Mas, inserta en esa extravagante e imaginativa isocefalia en la que figuran testas tan destacadas como las de Junqueras, Romeva y Munté. En definitiva, la CUP, inmisericorde y ajena al piadoso ayuno de un grupo de catalanistas que pedían la investidura de Mas, exige precisamente la salida de este de cualquier posibilidad de un gobierno que ellos conciben con un único e indisimulado propósito: destruir España mutilando de su actual territorio la región catalana, paso previo a un desgajamiento mayor, el de los Países Catalanes.

En tal contexto, después de la continuada humillación a la que ha sido sometido un Mas que dejará quebrantado a su partido tras haberse sometido a todas aquellas exigencias cupianas que salvaran su sillón, es muy posible que Cataluña vuelva a las urnas. De tal cita sólo podrían escapar los censados en tal región si la hispanofobia, común denominador de una amplia mayoría de formaciones políticas catalanas, operara una vez más como aglutinante y propiciara que Mas se echara a un lado por el bien del «país» y cediera el curul presidencial quizá a Munté

Seguiría Arturo, de este modo, la senda que ya transitara Juan José –Ibarreche– tras el fracaso del plan al que dio nombre: la de un retiro dorado en el cual se marchitan diversas carreras políticas que un buen día comenzaron a desentonar incluso para los propios. Entretanto, y mientras las urnas esperan, conviene recapitular, reconstruir estos agitados meses para tratar de entender mejor lo ocurrido. Unos meses marcados, tal nos parece, por un acusado tacticismo.

Por lo que respecta al cupiesco ambiente, todo parece indicar que sus dilaciones no sólo respondían al anhelado guillotinamiento –metafórico- de Mas. Conscientes de que la secesión de una parte de España no es un mero juego, la CUP ha dilatado los tiempos al máximo en la esperanza de que en España –ellos prefieren la fórmula franquista «Estado español»– cristalizara un gobierno que comulgara más o menos con su credo catalanista, a saber: facciones de implantación nacional transidas de fundamentalismo democrático que aceptaran la secesión de Cataluña por la vía del «derecho a decidir»; o confusos grupos que invocan con los ojos en blanco a un mágico federalismo que solucionara para siempre las llamadas «tensiones territoriales».

Un tal gobierno, huelga decirlo, debería haber estado constituido, liderado, mejor dicho, por PSOE o Podemos, partidos obsesionados por distinguir a los españoles en función de su lugar de residencia, tendencia a la que el PP se suma mediante su inacción ante los notorios agravios que reciben nuestros compatriotas dependiendo del suelo que pisen. Un tal gobierno que, de momento, no ha sido constituido, porque ni los balcanizantes podemitas, esos seductores, tienen el suficiente número de votos, ni los socialdemócratas, liderados, de momento, por la vana y risueña cabeza de Sánchez, tienen la menor idea de cómo construir ese federalismo que predican y que parece concebido únicamente para contentar a su socio en Cataluña, el PSC con el que tanto ha jugado a confundir a muchos catalanes empeñados en no percibir la realidad. Así las cosas, a la CUP se le ha pasado el tiempo mirando, como siempre ocurre con los catalanistas ya sean montaraces ya trajeados, a Madrid.

Porque en Madrid el tiempo también se ha detenido, o más bien ralentizado, después de un 20 de diciembre que no ha permitido, de momento, la formación de un gobierno nacional que, o bien mantenga la actual situación, o se entregue a unos proyectos desnacionalizadores que desde las filas del «progresismo» se dicen modernizadores.

Es tiempo de tacticismo, y mientras Rajoy parece esperar, una vez más, que el calendario le sea propicio, Iglesias no ha perdido la oportunidad de intentar remover las aguas del PSOE, en una versión renovada del divide et impera, con el que trata de resquebrajar la unidad del partido hegemónico de la democracia coronada de la que él tanto reniega y de la que es fruto.

Pretende Iglesias que el grupo por él considerado como «sensato» dentro del PSOE le ayude a derribar al gobierno en funciones, el PP de un Rajoy que ya ha dejado aprobados los Presupuestos Generales del Estado. Con el objetivo final de fagocitar al PSOE, Iglesias, quintaesencia del actual régimen, insiste de nuevo en poner sobre la mesa el mayor anhelo de la CUP: la celebración de un referéndum separatista en Cataluña. Se tocan de este modo tan extremadas y asamblearias posiciones mientras en el horizonte comienza a recortarse la posibilidad de la celebración de unas nuevas elecciones que se asemejan a la segunda vuelta tan común en otros países y que probablemente supusieran el fortalecimiento de PP y Podemos.

 

Mientras tanto, desde Sevilla, Susana Díaz lanza un acertado gorjeo: «Lo insensato es querer presidir un país que se está dispuesto a romper con un referéndum de secesión. Lecciones ninguna, Iglesias.»

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