El final de la procesión ha coincidido con el inicio a media noche del siguiente desfile, el de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte.
El canto de dos mil cofrades que, comandados por el coro de la hermandad, han entonado al unísono «La muerte no es el final» en la Plaza Mayor de Zamora, ha constituido el momento culmen de la profesión de Jesús en su tercera caída, conocido popularmente como procesión de «los excombatientes».
Pasadas las once y cuarto de la noche se ha vivido el cenit de la procesión con el cántico del sacerdote Cesáreo Gabaráin, que desde hace doce años recuerda a los hermanos fallecidos y desde entonces se ha convertido en uno de los emblemas de esta hermandad, fundada en 1942 por antiguos combatientes de la Guerra Civil.
El desfile, pese a la amenaza de lluvia a su salida, ha completado un recorrido marcado por la canción final de la que es testigo el libro de los hermanos fallecidos de la cofradía y por la aportación estética que en la década de los años ochenta realizó el escultor local José Luis Alonso Coomonte.
Las quince cruces de distintas formas y tamaños de este artista han constituido uno de los mayores atractivos de una procesión de Lunes Santo, que se ha convertido en uno de los desfiles de mayor plasticidad de la Semana Santa de Zamora, aunque alejado de los cánones monacales y la estética medieval de otras procesiones de la ciudad.
Vestidos con túnica y caperuz de raso negro y capa blanca con el escudo de la cofradía en rojo, los nazarenos, todos hombres al no permitirse el acceso a mujeres a esta hermandad, han desfilado por las calles del barrio de San Lázaro y la zona centro de la ciudad.
Tras los clarines que han abierto el desfile y la figura del «barandales» que con sus campanas ha anunciado la llegada de la procesión, en la parte inicial del cortejo se ha mostrado una colección de cruces de vidrio, madera, hierro forjado y hueso donadas en su mayoría por el artista benaventano Coomonte.
Estas cruces se incorporaron en su mayor parte entre los años ochenta y noventa del siglo pasado, aunque posteriormente también ha habido otras aportaciones y este año se ha estrenado junto a ellas una cruz alzada de hueso y madera realizada por el hermano de la cofradía Adrián Prieto.
Entre las cruces firmadas por Coomonte, una de las más espectaculares y también la de mayor tamaño es la Cruz de Yugos, realizada con yugos utilizados para uncir los bueyes en un guiño estético de la procesión a la Zamora rural.
Otra obra firmada por Coomonte que resulta uno de los elementos más admirados de la procesión ha sido la corona de espinas, portada a hombros por treinta cofrades por su gran peso y forjada con cerca de sesenta rejas de arado soldadas entre sí.
En la procesión también han desfilado tres pasos, encabezados por el de «La despedida», firmado por el cacereño de la escuela sevillana Enrique Pérez Comendador.
Tras él se ha portado a hombros el paso titular de la cofradía, el de «Jesús en su tercera caída», del que es autor el bilbaíno Quintín de Torre, para cerrar el cortejo la Virgen de la Amargura, una talla del zamorano Ramón Abrantes que refleja el dolor de la madre por el hijo muerto.
El final de la procesión ha coincidido con el inicio a media noche del siguiente desfile, el de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte, que en contraste con el de La tercera caída, ha inundado la noche zamorana de cogullas monacales de estameña blanca, olor a teas quemadas y cantos gregorianos.