El 12 de abril de 1961, el teniente segundo Yuri Gagarin era lanzado al espacio, completaba una órbita en torno a la Tierra y volvía al suelo sano y salvo.
Uno de los acontecimientos más trascendentales del siglo XX fue sin duda la carrera espacial y, más concretamente, el momento en que alguien logró poner a un hombre en el espacio. El mérito fue para la Unión Soviética cuando, el 12 de abril de 1961, el teniente segundo Yuri Gagarin, a bordo de la nave Vostok 1, era lanzado al espacio, completaba una órbita en torno a la Tierra y volvía al suelo sano y salvo. Nunca había pasado nada igual.
Dicen que el presidente Kennedy, irritado por el éxito soviético, preguntó: “¿Por qué han llegado ellos antes?”, y alguien le contestó: “Porque sus alemanes son mejores que los nuestros”. En efecto, después de la segunda guerra mundial tanto los soviéticos como los americanos capturaron a los responsables de los programas científicos alemanes, y en especial a los ingenieros de las bombas volantes. Werner von Braun trabajó para los americanos. Helmut Gröttrupp, para los soviéticos. Los Estados Unidos y la Unión Soviética se entregaron entonces a una tenaz carrera: perfeccionar el uso de cohetes y poner satélites en órbita permitía ganar una ventaja decisiva sobre el rival, tanto en control de comunicaciones como en uso bélico directo. Todo eso sin contar con el impacto propagandístico de semejante proeza en un momento en el que soviéticos y norteamericanos, embarcados en una “guerra fría” sin concesiones, pugnaban por mostrarse ante el mundo como primera potencia mundial.
Los hitos de la carrera espacial son bien conocidos. Primero, lograr que un satélite orbitara en torno a la Tierra; después, colocar un hombre a bordo. No fue fácil. Los programas de cohetes dejaron paso a los proyectos sobre satélites a principios de los años 50. Los rusos fueron por delante todo el tiempo. En octubre de 1957 lanzaron el primer satélite artificial, el Sputnik 1. Los americanos respondieron cuatro meses después con el Explorer 1. En noviembre siguiente, los soviéticos volvían a adelantarse poniendo por primera vez a un animal en órbita: la perrita Laika, en el Sputnik 2. Los americanos respondieron con monos y ardillas a bordo de misiles intercontinentales. Y el gran golpe llegó en aquel mes de abril de 1961, cuando el piloto Yuri Gagarin completó una vuelta al planeta. Los norteamericanos no lo conseguirán hasta febrero de 1962, con el vuelo orbital de John Glenn.
Se ha dicho que Gagarin, una vez en el cielo, pronunció aquella famosa frase de “Aquí no veo a ningún Dios”. Pero esa frase no es suya, sino del premier soviético Kruschev. Al contrario, Gagarin era creyente, bautizado en la iglesia ortodoxa, e hizo bautizar a su hija mayor, Elena, antes de su viaje al espacio. Respecto a lo que
Gagarin encontrara, sólo sabemos que la fama le hundió la vida. Pero para entonces la carrera espacial ya acariciaba otro horizonte: llegar a la Luna.