Los horrores conocidos tras la IIGM detuvieron el avance de estas ideas durante décadas, pero hoy todo eso parece olvidado.
El empecinado empeño de la justicia británica de terminar con la vida del pequeño Alfie ha resucitado antiguos fantasmas en el viejo continente: los fantasmas de la eugenesia, en la misma Gran Bretaña en la que esta comenzó su andadura contemporánea.
Aunque hasta hace poco tiempo se evitaba no solo el término, sino incluso la apariencia de que así fuese, lo que late bajo las decisiones que toma la justicia en distintas partes de Europa no es otra cosa sino eugenesia; es decir, la eliminación de aquellos que presentan deficiencias físicas o psíquicas.
En buena parte, el aborto lo hace innecesario; ya hay países de Europa en los que no nacen niños con Síndrome de Down, ni tampoco con otras “taras” que, a veces, no son más que pequeñas diferencias con lo que se considera “normalidad”. Para los casos residuales hay una receta infalible: apelar al sufrimiento, el Satán de una sociedad hedonista, en cuya erradicación todo se justifica.
Aún así, siguen existiendo casos a los que aplicar esos principios eugenésicos. Cada vez se advierte mayor decisión en los órganos facultados a estos fines. No puede resultar extraño: la eugenesia era una práctica promovida y defendida desde la convicción progresista a comienzos del siglo XX.
Los horrores conocidos tras la IIGM detuvieron el avance de estas ideas durante décadas, pero hoy todo eso parece olvidado.
El sueño de la perfección
Fueron los apóstoles progresistas los primeros en resultar seducidos por el horizonte de una humanidad libre de enfermedades y taras. El surgimiento de grandes masas de desheredados producto de la revolución industrial era la cara más fea del progreso, lo que escandalizaba a quienes difundían la idea de que la historia de la humanidad era la expresión de un avance sin final.
No es casual que uno de los primeros en defender la necesidad de seleccionar la especie humana fuese Francis Galton, primo de Charles Darwin, a partir de cuya obra extrajo la idea de que la civilización impedía que se cumpliera la selección natural en cuanto estaba presidida por la idea de protección de los débiles, que de otro modo habrían sido eliminados. La eugenesia debía ser introducida en la conciencia de las sociedades europeas “como una nueva religión” a fin de que “la humanidad esté representada por las razas más aptas”.
Matarlos a todos
Galton no se limitó a glosar sus ideas de un modo teórico, sino que fundó en 1907 la Sociedad Eugenésica, a la que pertenecieron destacados intelectuales de su tiempo.
Una de ellos fue la celebrada autora feminista Virginia Woolf, que nos dejó algunos memorables párrafos al respecto: “en el camino encontramos una larga fila de imbéciles (…) todos eran criaturas idiotas e inútiles que arrastraban los pies, era absolutamente horroroso. No hay duda de que habría que matarlos a todos”.
Para entonces había comenzado la Primera Guerra Mundial; mientras robustos, bien educados e inteligentes jóvenes caían día tras día en las trincheras, de cada mil reclutas en la industrial Manchester más de cuatrocientos eran rechazados por inútiles para el servicio.
Los defensores de la eugenesia – como John Maynard Keynes, el más célebre economista del siglo XX, o Alexander Graham Bell – se hallaban alarmados ante la pérdida de la “buena sangre”.
También Winston Churchill
Las doctrinas de Galton sobre la eugenesia eran tan populares y su aceptación tan universal que fueron capaces de poner de acuerdo incluso a Bernard Shaw y Winston Churchill. Pese a ser uno socialista y el otro liberal, ambos opinaban que la grandeza de la civilización dependía de esa buena sangre. El primero escribió, rendido ante Galton, que “ahora ya no hay ninguna excusa sensata para negarse a hacer frente al hecho de que nada, salvo una religión eugenésica, pude salvar a nuestra civilización del destino que ha vencido a todas las civilizaciones anteriores”. Para Shaw era evidente que había sido la degeneración racial lo que había hundido a los imperios del pasado.
Y algo semejante creía Winston Churchill quien, en 1910, al ser nombrado ministro del Interior, propuso en secreto la esterilización de los cien mil británicos peor dotados, como los “idiotas y alcohólicos”.
Un poco más tarde, en el verano de 1912, se celebró el Primer Congreso Internacional de Eugenesia, en el que tomaron parte destacados científicos de todo el mundo, aunque principalmente británicos y alemanes. Galton había muerto el año anterior, pero sus discípulos se afanaban en celebrar el triunfo de sus doctrinas. En dicho congreso figuraba, como vicepresidente honorario, Winston Churchill, a la sazón Primer Lord del Almirantazgo.
Los alemanes
Aunque fueron ingleses quienes primero formularon las doctrinas eugenésicas – al ser los primeros conocedores del evolucionismo darwiniano –, fue quizá en Alemania donde se adoptó con mayor entusiasmo la visión eugenésica del mundo.
Ernst Haeckel fue uno de sus más dinámico propagadores, en la convicción de que el futuro de la humanidad no era otro sino el de aprender a vivir según las leyes de la naturaleza. Estaba seguro de que nos aguardaba el reino de la felicidad a la vuelta de la esquina, y de que cesarían las guerras y la influencia de las Iglesias cristianas: el mundo entero estaría consagrado al cultivo de las artes y de las ciencias.
Haeckel era pacifista, como la mayor parte de la eugenesistas, al considerar que la guerra no solo destruía a los mejores ejemplares de la especie humana, sino que preservaba a los inútiles, enfermos y viejos, exactamente al contrario de lo que hacía la naturaleza. Comenzó entonces a afirmarse la idea de que si los mejores morían y los peores se conservaban, en el conjunto de la sociedad el balance era negativo. Ideas que manifestaría Hitler unas décadas después: había que impedir la descendencia de los individuos que se presentasen taras físicas o psíquicas y derramar tanta sangre “mala”, al menos, como sangre “buena”se perdiera en el campo de batalla.
No fue difícil dar el salto – según Wilhelm Schallmayer, disícipulo de Haeckel – a la afirmación de que el valor de la persona estaba en relación directa con su utilidad para la especie. Ernst Lehmann, un famoso botánico partidario de Hitler, declaraba que la diferenciación individual era un “tumor que hay que extirpar”.
La eugenesistas habían dispuesto el terreno para la justificación de la eliminación de los “genéticamente inferiores”. Entre ellos, destacaba el zoólogo Konrad Lorenz, futuro miembro de la Oficina del Partido Nacional-Socialista para la Política Racial.
Eugenesia y guerra
Alfred Ploetz, otro discípulo de Haeckel, sostenía la idea de que lo que estaba operando en la sociedad occidental conducía a la degeneración, por un proceso de contraselección, de modo que había que enviar a la guerra a los individuos inferiores como carne de cañón, para que defendieran a los verdaderamente valiosos. Además, los avances en medicina favorecían la supervivencia de los degenerados.
Ploetz estaría propuesto para el premio Nobel de la Paz, y Hitler, que participaba de su preocupación por la contraselección que producían las guerras, le entregaría una cátedra en 1936 en la Universidad de Munich. Como Ploetz, Erwin Liek, médico de Danzig, sostenía que había una relación entre la enfermedad y la moral, y que la primera era una manifestación de las carencias morales del individuo. La supervivencia de los individuos incapaces de formar en el ejército, no hacía más que dañar al conjunto de la nación.
Tales teorías (que en modo alguno estaban limitadas a Alemania) servían, al mismo tiempo, para justificar posiciones completamente distintas. En plena época de la expansión imperialista, era necesario reasignar una interpretación distinta a la guerra. El norteamericano Roland Campbell Macfie estableció que la guerra tenía una repercusión positiva en la salud y la belleza de las razas combatientes, en parte debido a la escasez de hombres, que volvía más exigentes a las mujeres a la hora de comprometerse.
Una nueva moralidad
Pero con independencia de los posicionamientos de cada cual en otras materias, uno de los puntos comunes entre todos ellos era el de la necesidad de superar el pasado moral del hombre y, sobre todo, de Occidente.
La sombra de Nietzsche planea sobre la eugenesia, por cuanto exige la destrucción de inocentes, sacrificados a la teórica necesidad colectiva de mejorar la raza. Esa aniquilación de inocentes implica la de los recién nacidos que no cumplan con el mínimo de salud exigible, por lo que debe contemplarse desde un punto de vista diferente al cristiano su “supresión”. Haeckel, escribió que “matar a un recién nacido minusválido no puede considerarse asesinato, como pretenden nuestros modernos manuales de Derecho. Debemos considerarlo, más bien, como una medida sensata y aprobarlo, pues es bueno tanto para los afectados como para la sociedad en su conjunto”. Un punto de vista muy semejante al del padre del animalismo contemporáneo, Peter Singer.
Existía la idea (una idea que llega hasta el día de hoy, sin base alguna) de que el cristianismo desaparecería ante el acoso de la ciencia. Para Hitler, ese acoso no debía ser agresivo: “el dogma del cristianismo se desvanece ante los avances de la ciencia; la religión tendrá que hacer más y más concesiones. Los mitos se desintegran gradualmente…” Por lo tanto, la moralidad de la religión cristiana se desvanecería y dejaría de ser un problema.
A lo largo del proceso se observa que el punto de vista de los eugenistas no es el de la construcción de una nueva religión como tal, sino el de que la ciencia ocupe el papel que hasta entonces la religión había venido desempeñando como base de la interpretación del mundo.
Hitler…
Es ampliamente conocido que durante el Tercer Reich se aprobaron y ejecutaron leyes eugenésicas que implicaron la esterilización y muerte de miles de personas.
Las ideas eugenésicas y social-darwinistas de Hitler al respecto eran inequívocas; la sociedad debía eliminar una cantidad de sangre perjudicial proporcional a la sangre buena que resultara derramada. Aunque Hitler temía la reacción popular, la aproximación de la guerra no hacía más que incidir en lo perentorio de tales medidas.
En el mes de agosto de 1939, se cursó orden a todo el personal sanitario de que consignaran los casos de recién nacidos que padeciesen deformidades de cualquier tipo. Y, a partir del 9 de octubre de ese mismo año, se giró la notificación de que los centros médicos clasificasen a sus enfermos según sus distintas patologías. Todo ello, naturalmente, a efectos meramente estadísticos…Lo que en realidad se perseguía era conocer cuántos pacientes de sangre no germánica y cuántos individuos con dolencias irrecuperables o con malformaciones congénitas usaban los servicios sanitarios del Reich. El resultado de todo ello fue la eliminación de unos 5.000 niños y aproximadamente unas 70.000 vidas indignas, en su mayoría enfermos mentales y ciegos o sordomudos.
Como quiera que los rumores acerca de lo que estaba pasando se extendían por todo el Reich, los nazis orquestaron la correspondiente campaña de propaganda. Los argumentos públicos en favor de la eutanasia fueron de cariz básicamente humanitario y, a muchos alemanes, incluso entre quienes no eran nazis, les parecían convincentes: el sufrimiento inenarrable de unos seres que padecían una situación atroz no podía prolongarse por anticuadas consideraciones de índole puramente moral.
…y no solo Hitler
Pero, frente a una creencia muy extendida, no fue solo en Alemania donde se tomaron medidas eugenésicas. Muchas otros Estados desarrollaron leyes muy semejantes, que incluyeron esterilizaciones masivas.
Por esa misma época, casi la mitad de los estados de los EE.UU. habían aprobado leyes de este tipo, y las de California, en concreto, sirvieron de inspiración a las leyes nazis.
En los mismos Estados Unidos había una fuerte corriente de opinión favorable a la restricción de la inmigración para evitar la afluencia de personas de bajo origen racial. Una de quienes más defendieron esa idea fue Margaret Sanger, fundadora de Planned Parenthood, la mayor multinacional mundial del aborto, que abogó por la esterilización de los discapacitados intelectuales y el rechazo a la entrada en el país de los “retrasados, idiotas, sifilíticos, epilépticos, criminales, prostitutas, locos…” Sanger era socialista, condenaba el capitalismo y la religión, al tiempo que defendía ideas abiertamente racistas y esotéricas.
El país que llevó más lejos estas políticas fue Suecia. En 1922 el Parlamento sueco dio el visto bueno a la creación del Instituto Nacional de Biología de las Razas, y en 1934 aprobó una ley de esterilización que, en unos 40 años de vigencia, esterilizó a unos 60.000 ciudadanos suecos y practicó lobotomías a casi 5.000 personas “indeseables”.
Deshumanización
En vísperas de la IGM los suecos concedieron el Premio Nobel de Medicina a Charles Richet, cuya obra principal “La selección humana” ya era suficientemente elocuente en su título. En ella defendía que “una masa de carne humana sin inteligencia no es nada, pues lo que hace al hombre es la inteligencia”. La consecuencia no podía ser otra sino la ausencia de dignidad en la persona: la mera pertenencia a la especie no es suficiente para el acceso a la dignidad, sino solo la inteligencia. Mejor lo expresó Peter Singer seis décadas más tarde cuando habló de la “autoconciencia” del niño como única razón para respetar su vida.
Pero la idea es la misma. Por eso Richet sostenía que “hay mala materia viva que no es digna de ningún respeto ni de ninguna compasión (sic). Suprimirlos resueltamente sería prestarles un servicio, pues jamás podrán otra cosa que sobrellevar una existencia miserable».
No cabe duda de que las resoluciones judiciales que se prodigan hoy en el Reino Unido, como en el caso de Alfie, tienen unos antecedentes bien siniestros. El juez que ha determinado el sacrificio de la pequeña criatura – un destacado miembro del lobby gay – no es más que la penúltima consecuencia de un proceso de deshumanización que inició su andadura hace más de un siglo y que fue solo temporalmente detenido tras la IIGM. Alfie ha sido la última de sus víctimas hasta el momento.
Hoy, una Europa amnésica, parece bien dispuesta a olvidar una de las páginas más negras de su historia.