«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La «muerte» de la verdad y la tiranía de la mentira

Si nos tomáramos en serio la iniquidad liberal del «derecho a la libertad de conciencia» (en su manifestación pública exterior), aplicado a la escuela y la enseñanza, implicaría que todos los niños sacarían sobresaliente. La potestad superior del profesor no podría castigar el error con un suspenso, sino que debería verse sometido a aceptar que cada crío tiene su opinión acerca de lo que es la verdad. Es cierto, no hay verdad para el hombre moderno… ¿y por qué sí debería haberla para el menor? ¿Esto no sería un abuso de autoridad en los esquemas doctrinales liberales?

Pues bien, esto es lo que ocurre en el Estado laico liberal cuando sistemáticamente bajo el amparo de la «libertad de conciencia» condenada por el Magisterio de la Iglesia Católica y por la recta filosofía se da licencia a la prostitución, al divorcio, al aborto, al tráfico de drogas, a la usura, a la blasfemia, a los partidos políticos de ideologías perversas, y así un largo etc. Se está consintiendo el mal y corrompiendo a la sociedad. Igualmente, es lo que ocurre cuando se censura la opinión de la Iglesia tradicional en esta materia obligándola a ajustarse a los estándares relativistas liberales bien con insultos, bien con usos injustos de poder. Se está cometiendo un abuso.

PAPA GREGORIO XVI:

«De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia.Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad»

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