“Por cada flor de jacaranda en la rama, una promesa, un deseo, un acto de amor a punto de cumplirse. Aunque sea un sueño”, escribía Alberto Ruy-Sánchez. Entre aromas a jacaranda nos recibió el museo Ramón Gaya esta semana. Un antiguo palacete del siglo XIX, la denominada Casa de los Palarea, situada en el viejo trazado árabe de la ciudad. Desde allí, las hermosas vistas de una ciudad, en permanente primavera, que cada día te ofrece desde escuchar un recital de poesía, la presentación de un libro o ver una pieza de danza. En esta ocasión, una reunión cordial entre anécdotas y retazos vitales. Una estupenda evocación de Ramón Gaya en torno a dos libros: ‘Y así nos entendimos. La correspondencia de Gaya y María Zambrano entre 1949 y 1990’ y ‘Otra Modernidad. Estudios sobre la obra de Ramón Gaya’, de Miriam Moreno Aguirre. Representantes de la cultura como el pintor Pedro Serna, Eloy Sánchez Rosillo, Pedro García Montalvo, Andrés Trapiello, Laura Mariateresa Durante e Isabel Verdejo, viuda del pintor, acompañaron a autores y editores (editorial Pre-Textos) con lo que comprobamos que, a pesar de los años trascurridos desde su muerte, su nombre, su obra pictórica y sus libros siguen presentes entre nosotros sin perder ni un ápice de interés y prestigio artístico.
Modernidad
El trabajo de Miriam Moreno, ‘Otra Modernidad. Estudios sobre la obra de Ramón Gaya’, “es en conjunto el más ‘abarcador’ hasta ahora sobre la obra de Gaya. Y eso es así por el tesón y la objetividad indispensable de la autora, pero también por la cercanía que proporcionaron los 25 años que trató de cerca al pintor. Todo lo que dice está fundamentado. No deja nada a la imaginación. No hay florituras, sí una prosa eficiente, clara, limpia”, describió Eloy Sánchez Rosillo. “Un estudio, además, de suma dificultad ya que no existe catalogación completa de la obra pictórica”, añadió. A la luz de las ideas de Gaya comprobamos que no hay diferenciación entre vida y obra, “de ahí que resulte complejo desentrañar ese latido suyo siempre referido a la Modernidad”: “La esencia intemporal de la pintura verdadera es que el arte sucediese dentro de la historia, todo en él sucedería sucesivamente… ahora bien, si el arte no sucede en la historia, entonces ¿dónde no sucede? y ¿qué puede ser eso que se manifiesta como una transcendencia que se queda, que no huye?”. Y siempre manteniendo un discurso ético y estético a prueba de bombas, siempre a contracorriente de lo llamado moderno, Gaya tenía claro su oficio: “El artista es el hombre que comprende la realidad, que se apiada de ella”.
Con naturalidad, casi con desdén…
La autora, Miriam Moreno, subrayó que Gaya no sólo era español, “vivió en Italia, México, París, Portugal…” porque hablar de Ramón Gaya es hablar del Madrid de la Generación del 27, del México que acogió a los exiliados de la Guerra Civil, del París de la vanguardia y era hablar también de Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Jorge Guillén o María Zambrano y tantos otros autores con los que forjó amistad, “y se sintió solo en muchos momentos. Su patria, en definitiva, era la pintura”. Gaya renunció a esos postulados a ultranza de la Modernidad que no le importaban, pero como no le importaba quien tenía lo moderno como lo puramente activo: “Yo no he dicho que la Modernidad no exista sino tan sólo que… no importa, que puede importarnos porque eso tan endeble, tan de superficie, tan de pasada… siempre se había sido… moderno, o mejor, siempre se había ido siendo, sucesivamente, inevitablemente moderno… se era moderno con naturalidad, con abandono, casi con desdén, y nunca tomando su delgada y frívola condición por una verdadera sustancia viva. No se podía ir hacia la Modernidad, perseguirla, conquistarla, puesto que se estaba irremediablemente en ella”, recordaba Aguirre. Precisamente, Juan Manuel Bonet, director del museo Reina Sofía en aquella época, destacó que Gaya fue merecidamente premio Velázquez ya con 92 años: “Gaya es el patriarca del arte español junto con Oteiza hoy por hoy. Ha vivido la modernidad de modo disidente, sí, pero ese es el caso de Derain o de Balthus en Francia o de De Pissis en Italia”.
Complicidad entre literatura y pincel
A lo largo de la historia de la cultura son muchas las relaciones de amistad entre escritores y pintores que fructificaron. Creadores que lucharon para elevar y cuidar sus nobles artes. Las complicidades entre Goya y Moratín, Valle-Inclán y Zuloaga o Picasso y Apollinaire entre otros. En la Generación del 27 mezclaron pinceles y palabra María Zambrano y Ramón Gaya que, como apuntaba Benjamín Prado “del mismo modo que Zambrano no era sólo la autora de ‘Claros del bosque’ o María Teresa León la de ‘Memoria de la melancolía’, el pintor y escritor murciano era mucho más que un dibujante de viñetas y el autor de ‘Velázquez, pájaro solitario”. En efecto, alumbraron conversaciones cargadas de recuerdos, ideas, sugerencias, confidencias, desengaños… Lo comprobamos en ‘Y así nos entendimos’, “una edición impresionantemente bella”, destacó Sánchez Rosillo. De María decía Gaya, “y lo cierto es que María piensa –y existe- como cualquier otro ser mortal. Lo que sucede es que María nunca se ha… puesto a pensar como tantos, sino que ha pensado siempre como sin proponérselo, como sin quererlo, como sin…saberlo. Estas buenas y extrañas personas, creadoras naturales de pensamiento, de poesía, de pintura, de música más que hacer tal o cual cosa, parecen serla, sin más”. La amistad y la admiración que ambos siempre se intercambiaron presiden estas cartas y tarjetas que, durante más de cuarenta años, volaron entre una y otro con profundas y cariñosas anécdotas, “los últimos 25 años Gaya ya no escribía a nadie porque esta labor podría llevarle tres días y casi convertirse en un ensayo. Estas cartas eran el germen a los ensayos que escribiría después”, apuntó Rosillo. Y siempre con la esperanza del Arte de fondo, “ha caído en un compás de espera… necesario y descomunal. Un buen día aparecerá en el aire una especie de Arco Iris inmenso y volveremos a tener poesía, música, pintura y escultura verdaderas, limpias, desnudas, sin colgajos adheridos, sin ingeniosidades pegadas, sin sustos, sin sorpresas, sin modas más o menos baratas, sin modernidades. (Naturalidad del Arte y Artificialidad de la Crítica, 1996)”.
Tan de vida y espíritu paralelos
Andrés Trapiello, sobre esa relación tan de vida y espíritu paralelos, reiteraba esa cierta soledad que compartían, “estas cartas vienen a ser una especie de oasis dentro del mar de su amistad. En el fondo, algo traicioneras para los que intentamos reconstruir esa amistad ya que tendemos a ordenar ese océano a través de ellas. Y es imposible, son sólo momentos, son alusiones a la intimidad de ellos que no tienen necesidad de hacer explícito”. Lo importante es lo que estas cartas nos dicen, “que la amistad es muy honda y muy importante. Se hablan como dos hermanos. Un puñado de cartas que Ramón, además, valoraba muchísimo. Las guardaba como oro en paño. Iban con él y las mudanzas fueron infinitas…”. Trapiello destacó también que, “Zambrano es una ‘correspondiente’ excepcional, extraordinaria. De hecho, Bergamín un buen día recomendó a la filósofa malagueña que lo que tenía que hacer no era escribir, sino hacer epistolario. María está aquí más viva y comunica mejor que nunca”. Con estas cartas asistimos a esa devoción que daba la amistad sincera, “como ves te hablo como a un amigo vivo y como a un amigo un poco muerto, quiero decirte… bueno, lo entiendes o no. Yo sé que lo entiendes, si no lo tacharía. Pero a ti, ni te explico, ni tacho nada. Como tú conmigo. Yo me excedo en la palabra; tú, en el silencio. Es igual y no es igual”. A Trapiello le interesan, “los detalles, el tratamiento que se dan, el uso del ‘usted’, la época de los matices, la urdimbre humana de la época”. Hay que recordar que a Jorge Guillén, fundamental en su vida, nunca Ramón le apeó el tratamiento: “Con diecisiete años en Murcia, quizá un poco tarde, había visto revistas que habían traído pintores ingleses: cosas cubistas…. Entonces llegué a París para ver aquello en su lugar y me gustó, claro, me refiero a Picasso, Braque… pero cuando volví a España, al llegar a Murcia, recuerdo que me encontré en la calle con Jorge Guillén y me preguntó con avidez: “¿Qué, dígame usted, qué impresión ha traído de París?” y le dije: “Mire usted, a mí lo que me gusta son Las Meninas”.
La obra de Gaya da mucho más de sí. Queda mucho trabajo por hacer y vendrán más libros porque el pintor murciano es “tan inevitable como necesario”.