A la fecha de este artĆculo, son ya mĆ”s de quince dĆas continuados de movilizaciones y todo parece indicar que estas se van a perpetuar durante mĆ”s tiempo.
Hay ademĆ”s, factores externos que estĆ”n apoyando estas protestas como es el alineamiento de partidos polĆticos con los rifeƱos, o el aporte económico que se ha detectado reciben los lĆderes locales desde el extranjero por parte de marroquĆes emigrados y contrarios a la polĆtica de la monarquĆa alauita.
Muy probablemente, y asà se considera desde AICS, estos dos elementos añadidos a las protestas son los que estÔn permitiendo por un lado la continuidad de las movilizaciones, y por otro su expansión a ciudades alejadas precisamente de la zona del Rif.
Ante esto, la respuesta gubernamental no se valora que sea la mĆ”s adecuada, por cuanto de favorecedora de la narrativa extremista puede resultar, y en este grupo no se incluye a los habitantes del Rif que se manifiestan en las calles de Alhucemas. La polĆtica planteada desde Rabat se estĆ” articulando en dos lĆneas de acción, que pretenden desarrollarse en paralelo.
La primera de ellas es la represiva. Esta se cimenta en un amplio despliegue de Fuerzas de PolicĆa, y en algunos casos como Alhucemas, de Unidades Militares. Si bien en el caso de las Fuerzas del EjĆ©rcito, no se tiene conocimiento desde AICS que hayan tenido contacto con los manifestantes, siendo su presencia mĆ”s disuasoria; en el de las Unidades Antidisturbios, el excesivo empleo de la violencia (desproporcionada) estĆ” abriendo la puerta a la creación de mĆ”rtires-hĆ©roes entre los manifestantes.
Unido a esta represión estĆ”n las detenciones de algunos lĆderes de los grupos sociales implicados en las protestas. Primero fue Nasser Zafzafi, quien inicialmente eludió el arresto apoyado por los mismos manifestantes, pero que luego fue capturado por las Fuerzas de Seguridad marroquĆes. Casi veinticuatro horas mĆ”s tarde, Habib Hannoudi, otro activista de Alhucemas, fue detenido en TĆ”nger.
Con estas dos actuaciones policiales, y especialmente con la primera, una vez mĆ”s Rabat ha creado un mĆ”rtir; ademĆ”s, la presencia del padre de Zafzafi al frente de una de las manifestaciones ārogando por la integridad fĆsicaā de su hijo, ha aumentado la popularidad del lĆder rifeƱo.
En paralelo, tampoco las detenciones masivas de grupos de apoyo a los habitantes de Alhucemas en ciudades como Meknes o Marrakech, ayudan a pacificar un enrarecido ambiente que poco a poco comienza a impregnar las capas mÔs desfavorecidas de la población marroquà (a la sazón caldo de cultivo y granero para los grupos islamistas).
La segunda lĆnea de acción es el uso erróneo de la maquinaria propagandĆstica del Estado para desacreditar a los manifestantes. En este aspecto, tambiĆ©n se considera que Rabat estĆ” actuando de manera errónea.
En una Ć©poca en que las redes sociales son mucho mĆ”s rĆ”pidas que las mejores agencias de noticias del mundo, donde se retransmiten vĆdeos tomados con un telĆ©fono móvil prĆ”cticamente en tiempo real, plantear una campaƱa de propaganda para romper la cohesión de los manifestantes de manera tan improvisada, no se valora que sea la mejor opción. Tampoco lo ha sido la de expulsar a periodistasĀ extranjeros, como Djamel Alilat, que fue obligado a volar a Argelia cuando cubrĆa los disturbios en el Rif.
El problema en Marruecos va mĆ”s allĆ” de las manifestaciones en Alhucemas, y por supuesto no se reduce al hecho de que el pescador Mouhcine Fikri muriese cuando intentaba recuperar su mercancĆa requisada de un camión de basura, estos son la llama y la chispa, respectivamente, de un barril de pólvora que tarde o temprano iba a estallar.
Desde hace muchos aƱos, y hay que remontarse al reinado de Hassan II, padre del actual Rey, la región del Rif ha sufrido la indiferencia, cuando no la marginación, desde Rabat. De hecho, el propio monarca, durante la Ć©poca conocida como āAƱos de Plomoā, prohibió la asistencia a la escuela o el conocimiento y difusión de la cultura regional bereber. La mano dura empleada por el desaparecido monarca, junto con la designación de Alhucemas como āzona militarā (decreto de 1958), hizo que la población rifeƱa tuviera escasas posibilidades de hacerse oĆr.
Esta presión ejercida sobre la cultura y los habitantes del norte de Marruecos, que siempre han sido vistos como secesionistas, se relajó sensiblemente con la llegada al trono de Mohamed VI. El nuevo Rey, derogó la ley que prohibĆa la cultura bereber, sin embargo la región siguió sumida en el desprecio desde Rabat y el Palacio Real.
Cuando se produjo la conocida como Primavera Ćrabe, la región del Rif se consideró que podĆa ser la mĆ”s proclive a unirse a esa revolución popular, sin embargo, la maniobra diseƱada desde el Palacio Real de Rabat-SalĆ©, con una operación de aperturismo (mĆ”s maquillaje que otra cosa), redujo hasta la mĆnima expresión cualquier manifestación relacionada con el fenómeno social nacido en TĆŗnez.
Es probable que una vez pasada esta prueba de fuego, en la sociedad dirigente marroquĆ, el conocido como Makhzen, se pensase que nada podrĆa alterar el futuro del paĆs, y que los problemas sociales ya no iban a ser una piedra en el camino.
En paralelo, desde Rabat comenzó a aplicarse un ambicioso programa destinado a erradicar el chabolismo, tan comĆŗn alrededor de las grandes ciudades, y comenzaron a construirse viviendas sociales subvencionadas por el Estado. Mohamed VI era consciente que el alto nivel de analfabetismo y la pobreza de las capas mĆ”s bajas de la sociedad eran el granero donde las revueltas populares y el terrorismo islamista podĆan conseguir sus afiliados.
Sin embargo, ninguna de estas iniciativas de mejoras sociales llegó a la región del Rif. Para Rabat y para el Rey, los bereberes eran secesionistas y no terroristas, y en eso tenĆan y tienen razón; no obstante, el problema no es la población local, sino las posibilidades que una situación como la actual proporciona a terceros actores.
Si algo ha aprendido y perfeccionado en su aplicación el terrorismo islamista, es su capacidad para aprovechar momentos de debilidad polĆtica o social de un paĆs para establecerse en Ć©l.
En general, las dos organizaciones terroristas mĆ”s importantes del momento, al-Qaeda y Estado IslĆ”mico, no son autóctonas de aquellos paĆses en los que operan, sino que son grandes productoras de grupos terroristas y exportan su ideario (el terrorismo islamista maquillado de expansión religiosa) donde estratĆ©gicamente les interesa.
Ocurrió en TĆŗnez, como resultado de la Primavera Ćrabe; en Libia, cuando comenzaron las protestas por las viviendas sociales y Gaddafi usó desproporcionadamente la fuerza; en Egipto, con el derrocamiento tras un golpe de estado de Hosni Mubarak; y en otros paĆses hasta la PenĆnsula ArĆ”biga.
El procedimiento en todos los casos ha seguido el mismo patrón. Primero una entrada ideológica, apoyando en la sombra los movimientos revolucionarios y poco a poco mutĆ”ndolos al aspecto religioso; el segundo paso es forzar la respuesta desmedida de las autoridades (por cierto, una forma de actuar que se puede considerar estandarizada en la mayorĆa de los paĆses musulmanes); y por Ćŗltimo, cuando se ha producido muertos o los heridos por los altercados son numerosos, una intervención de los grupos armados con atentados selectivos. En esta Ćŗltima fase, la maquinaria de propaganda islamista tambiĆ©n se activa, haciendo ver que las acciones armadas son la Ćŗnica salida ante la represión estatal, que para entonces ya se ha transformado e, lucha contra el Islam.
Esta maniobra de propaganda, por lo general, lleva al Gobierno de turno a volcar mĆ”s recursos armados contra la población, eslabón mĆ”s dĆ©bil de la cadena y mĆ”s susceptible de ser sometido por la fuerza, lo que hace que las actividades y la narrativa islamista cobren cada vez mĆ”s sentido. El ejemplo mĆ”s claro de esta evolución es Ansar Bayt al-Maqdis (franquicia de Estado IslĆ”mico en Egipto) y el sur de la PenĆnsula del SinaĆ.
Cierto es, por otro lado, que durante los Ćŗltimos tres aƱos, la organización que mĆ”s ha utilizado esta tĆ”ctica ha sido Estado IslĆ”mico, y en ese caso, Marruecos podĆa sentirse relativamente a salvo por cuanto la expansión de los grupos afiliados a al-Baghdadi no tenĆan una significativa presencia que amenazase sus fronteras. De hecho, el grupo mĆ”s peligroso, por cuanto que cercano a Marruecos, es Jund al-Khilafa, que opera en el extremo noroccidental de Argelia y cuyos miembros han llevado a cabo limitadas operaciones de reconocimiento sobre potenciales objetivos en la costa mediterrĆ”nea marroquĆ (en concreto en los alrededores de la ciudad de Saidia, famosa por los numerosos resort turĆsticos visitados principalmente por espaƱoles). Sin embargo, desde principios de 2017, esta tendencia de al-Qaeda de mantener un perfil relativamente bajo, especialmente en el norte de la franja del Sahel, se valora que se ha invertido, en detrimento de Estado IslĆ”mico cuya presencia mĆ”s allĆ” de Libia es cada vez menor. Al mismo tiempo, la franquicia de la organización liderada por al-Zawahiri, al-Qaeda en el Magreb IslĆ”mico, y en particular el nuevo subgrupo nacido a principios de aƱo, Jamaah Nusra al-Islam wal-Muslimin, tambiĆ©n ha evolucionado en sus formas de entender la lucha armada, adoptando formas muy similares a las de Estado IslĆ”mico. De hecho, los Ćŗltimos discursos publicados de sus lĆderes marcan nuevas pautas de actuación en las que el control territorial permanente pasa a ser una prioridad.
En este sentido, los problemas que se dirimen en Marruecos son una oportunidad que, es muy probable, no deje escapar la franquicia terrorista (al menos lo intentarĆ”). Hasta ahora, al-Qaeda ha sido la Ćŗnica organización terrorista que ha actuado en el paĆs y, en la actualidad, se valora que sigue siendo la Ćŗnica con una capacidad operativa razonable para intentar una penetración y asentamiento permanente en territorio marroquĆ.
Se esperaba, y asà lo estÔ haciendo, que la nueva formación creada en el Sahel bajo el paraguas de al-Qaeda en el Magreb IslÔmico comenzase su actividad con ataques selectivos, de duración y fuerza limitada, y principalmente en Mali. Solo cuando la coordinación operaciones de todos los grupos integrantes estuviera aquilatada, se
valoraba posible una expansión operativa hacia el norte (Argelia y Marruecos). Esta previsión, por el momento, se estĆ” ajustando perfectamente a la realidad. El Jamah Nusra al-Islam wal-Muslimin ha realizado hasta hoy mĆ”s de 20 atentados, limitados en duración y letalidad, y todos ellos en Mali. La mayorĆa han sido ejecutados por Ansar al-Dine, uno de los grupos mayoritarios de la nueva sub-franquicia, mientras que al-Mourabitoum, grupo de bandera de al-Qaeda en el Magreb IslĆ”mico, no parece que haya entrado en acción por el momento.
Respecto a este grupo, que en su dĆa liderase Mokhtar bel-Mokhtar, su Ć”rea principal de operaciones (la considerada como tal históricamente) es el sur de Argelia. De hecho, su precedente āFirmantes con Sangreā, fue quien llevó a cabo el trĆ”gico ataque a la refinerĆa localizada en In Amenas.
Esta situación en la región, no pueden verse como capĆtulos independientes de un mismo libro, sino como un hecho global que amenaza toda la región. Las autoridades marroquĆes, conocedoras en profundidad del fenómeno islamista radical, no pueden seguir con su polĆtica de represión, sino que deben buscar una salida mĆ”s o menos negociada al problema en Alhucemas. Es cierto que, para todos los paĆses del norte de Ćfrica, esta manera de solucionar los problemas domĆ©sticos es una constante, un patrón de conducta estandarizado, pero en este caso se debe jugar mĆ”s con la inteligencia que con las formas históricas.
Aunque no lo parezca, y sin Ônimo de ser catastrofista, lo que es razonablemente acertado es el hecho de que esta situación de disturbios constantes, en los que la base reivindicativa se asienta en derechos sociales, mejoras de vida y ayuda a la población, son la base de actuación del islamismo radical. Cual semilla perfectamente abonada, la narrativa radical se puede esparcir con inusitada rapidez por las capas mÔs desfavorecidas de la sociedad rifeña y cuando Rabat quiera reaccionar puede ser tarde.
Las formas de Marruecos son en beneficio de todos, y de EspaƱa mucho mƔs.