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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Vientres planos y curvas decrecientes

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En 1631 Miguel Caja Leruela publicó en Nápoles su obra Restauración de la abundancia de España, libro en el cual el otrora Alcalde Mayor Entregador de la Mesta proponía soluciones ganaderas a una España siempre amenazada de despoblación. Como el lector sabe, el influjo del Nuevo Mundo, sumado al paso de numerosos españoles a la biológicamente estéril esfera religiosa, debilitaban a una nación amenazada por otras potencias más fuertes demográficamente.

Eran tiempos de arbitristas que recuerdan el proceder de muchos de los actuales sabios, sociólogos y encuestadores que se asoman diariamente a las telepantallas para mostrar sus habilidades interpretativas de consultas y estudios demoscópicos a menudo destinados a sondear, cual nueva ciencia media, la voluntad de voto de los españoles que tienen derecho a ello.

La presente semana, además de intenciones de voto y debates, ha traído unos datos que se alejan de la inmediatez de la vida política. Las cifras, ofrecidas por el Instituto Nacional de Estadística, han arrojado un dato que no por esperado debe dejar de ser contemplado con preocupación: por primera vez desde este Instituto se fundara, el número de defunciones supera al de nacimientos, o lo que es lo mismo, España tiene un crecimiento vegetativo descendente. Si este es el desalentador panorama, las proyecciones hechas por los expertos indican que la pirámide poblacional podría llegar a invertirse, con la consiguiente amenaza de colapso. Si estos son los números, cabe preguntarse por las causas del envejecimiento de la ciudadanía española.

Entre tales razones sin duda figuran aquellas que tienen que ver con la profunda crisis económica que arrancó en la pasada década. Sin embargo, en tiempos de rampante feminismo y obsesiva y formalista búsqueda de la paridad sexual, cabe preguntarse si tal factor es el único que explica la situación actual. No es esta la única época en la que España sufre estrecheces económicas, por no hablar de los numerosos periodos bélicos a los que ha debido enfrentarse nuestra nación, sin que su censo haya sufrido una tendencia decreciente tan continuada. Deben existir, por lo tanto, otras causas que se sumen a las de origen económico.

No faltan precedentes históricos que tuvieron en el útero el punto en el que se cruzaban condiciones de vida e ideología, en este caso de clase. Ejemplo de ello es la iniciativa propuesta en el inicio del convulso siglo XX por el anarquista español Luis Bulffi y Quintana, antes de vincularse al Partido Socialista Monárquico Obrero Alfonso XIII, en una obrita de elocuente título: ¡Huelga de vientres! Medios prácticos para evitar las familias numerosas. El librito, de sesgo visceralmente anticlerical y a tono con la retórica revolucionaria de la época, proponía algo que en la España actual se ha logrado por otros medios menos exaltados. Sus objetivos, que debían cristalizar en una liberadora huelga de vientres, quedaban claros en esta afirmación de aspiraciones maximalistas:

 «…derribar el organismo burgués y alzarse en negación portentosa para acometer empresa titánica como es el barrer de la superficie de la tierra el germen de la opresión y de la tiranía y allanar los profundos surcos que tantos siglos de régimen ignorantil han cavado en el modo de ser de los humanos

Los medios para acceder a tal situación iban más allá de los habituales en la época –el escrito cita «el condón, el pesario, la esponja, la borla de seda absorbente» junto a la retirada a tiempo-, hasta el punto de que el higienista Bulffi se permitía incluso recomendar una serie de productos químicos inyectables para evitar la concepción de «hijos no deseados».

Más de un siglo después de la publicación del folleto, sorprende la actualidad de algunas de las expresiones empleadas por el bilbaíno. Con unos anticonceptivos menos agresivos que los prescritos por Bulffi y un aborto prácticamente despenalizado en España y erradicado de una jerga política que prefiere emplear el circunloquio «interrupción voluntaria del embarazo», el texto parece desconectado de nuestro presente. No obstante, en él pueden rastrearse algunas líneas de continuidad con ciertas ideologías actuales. Hablar hoy de proletariado suena a anacronismo, si bien, en un contexto marcado por la reaparición de la guerra santa, las apelaciones a la Humanidad son constantes pese a que la yihad divida esta en dos partes antagónicas: la de los hombres islamizados y la de los cafres politeístas. Pese a todo, no pocos son los que se aferran a una idea de Humanidad tan sublime que convierte en mera anécdota la división referida. Si los hombres coranizados encuentran todas las respuestas en un libro, no pocos hombres las hallarán en estudios como el apocalíptico Informe Lugano, que halla la solución a muchos de los problemas ya apuntados por Bulffi en la reducción drástica, en una cantidad estimada de 2.000 millones de hombres, de la población mundial. En el límite, no faltarán quienes propongan la vuelta a la Naturaleza de un conjunto reducido de humanos adornados de atributos animalistas y vegetarianos cuya huella contaminante sea casi imperceptible.

Lejos de tan extremas posiciones, lo cierto es que los españoles, tales son los datos expuestos por el INE, han frenado su reproducción y con ella la recurrencia de una nación ayuna de proyectos que todo lo fía, como el elector citado en las urnas puede comprobar, en una Europa cuyas fisuras van dejando ver la estructura real del proyecto que en la Guerra Fría sucedió al pergeñado por el nazismo, tan afecto a determinadas formas de maternidad: las de la eugenesia.

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