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LA GACETA DE LA SEMANA

De la aventura marítima de Colau a la nueva ley contra la biología en Alemania

La exalcaldesa de Barcelona. Ada Colau. Europa Press

¿Nueva Guerra Fría? La política expansiva rusa comienza a tener pinta de (otra) lección macrabra de Historia. Es como un retorno a la Guerra Fría, salvando el grueso combate ideológico de aquella, comunismo versus capitalismo. La Unión Soviética, con el beneplácito o la inacción de Occidente (en Yalta los vencedores se habían repartido el continente con grandes ventajas para Stalin), aseguró en muy poco tiempo la implantación de las democracias populares, es decir, el socialismo de partido único. Como dato, los americanos, al acabar el gran conflicto bélico contra el Eje, no disponían siquiera de mapas mínimamente detallados del territorio ruso. En cada nación, desde Polonia hasta Albania, los comunistas dieron golpes de Estado más o menos incruentos, pero técnicamente impecables. Y, una vez en el poder y convertidos en satélites del imperio soviético, aseguraron el tinglado mediante durísimas purgas, instrumento infalible para el asentamiento de regímenes donde imperaba el miedo. Claro que el dominio ruso de su patio trasero viviría también momentos de intervención militar (Hungría, 1956; Checoslovaquia, 1968) y severos dolores de cabeza (los díscolos Tito y Ceaucescu). Ahora Putin no pretende exportar la idea del paraíso obrero, más bien representa los viejos y fuertes valores de la madre Rusia, moral ortodoxa, nacionalismo recio y control político y económico de unas elites nacidas tras el desmantelamiento y subasta del Estado por Yeltsin. País sin tradición democrática, supone la mayor amenaza a esta Europa encantada de conocerse y muy entretenida en estupideces climatológico-sexuales.

Espías. Apoyo el párrafo anterior, amén de la ocupación de Crimea o la guerra contra Ucrania, con esta noticia que ha desvelado el Washington Post. El periódico habría obtenido de un servicio de inteligencia europeo un documento secreto ruso según el cual Rusia insta a una «campaña informativa ofensiva, militar, política, económica, comercial y psico-informativa» contra Occidente. Y detalla que «es importante crear un mecanismo que encuentre los puntos vulnerables de sus políticas exteriores e internas para poder desarrollar medidas prácticas que debiliten a los adversarios de Rusia». Sólo les falta hacerse con el control de Spectra.

Irán. Siento quizás relajar algunas hipótesis e histerias periodísticas, pero creo que el conflicto entre Israel e Irán no pasará de los episodios recientes. Fuegos de artificio en comparación al potencial militar de ambos enemigos, que no se utilizará. El régimen de los Ayatolás sabe de su inferioridad ante EEUU, el Estado hebreo y el vecino sunita.

La aventura. Hemos conocido que Inmaculada Colau se embarcará en la llamada Flotilla de la Libertad. El diminutivo da la medida, aunque yo hubiera preferido una doble oferta rimante: Flotilla de la Libertacilla. No reclamará esta empresa marítima la liberación de los rehenes israelíes, los justicieros siguen apoyando al régimen terrorista que domina (cada vez menos) Gaza y usa a sus habitantes con fines políticos espurios. Tampoco debemos extrañarnos, Arafat ya le parecía a la izquierda lerda un héroe, cuando su biografía es la de un personaje, digamos, no precisamente defensor ni amante de los derechos humanos. Según informan los bucaneros, buscarán romper el bloqueo marítimo y llevar alimentos y medicamentos hasta la franja, zarpando de Estambul este domingo. Nuestra Colau, peor alcalde de la historia, bulldozer que atesora el mérito de haberse cargado Barcelona, denuncia «el genocidio que Israel está cometiendo contra la población palestina». Estaremos atentos al periplo y deseamos, desde aquí, que no encuentre mala mar. ¿Volverá, como Ulises, sobreviviendo a la cólera de Poseidón?

Mucha policía… La izquierda jergona funciona, más madera, alimentada de eslóganes totalitarios y propaganda alucinada. El problema sería que comparece un electorado (nada despreciable) al que parecen gustarle estas cosas. Desde Barcelona llegan noticias que son como aquella crónica de una muerte anunciada. Los Comunes y el nacionalismo guardan un sueño húmido, acolchado tras el 15M cual iniciación al mercado político: ver expulsadas de la ciudad a Policía Nacional y Guardia Civil. Han conseguido pintar de sistémico franquismo a ambas instituciones. Aunque no sepan nada de la dictadura, si Marcelino Camacho levantara la cabeza. Naturalmente, el PSC estará arrimando el hombro en semenjante empeño. Y con la ley de Memoria Democrática, o ley mordaza según la cual no deben contar la Historia los historiadores sino los políticos, el ministro del ramo, Ángel Víctor Torres, ha asegurado que la Jefatura de Vía Layetana de Barcelona será designada lugar de memoria. El alcalde Collboni, socialista catalán y, por tanto, siempre dispuesto a desespañolizar lo que sea, añade riqueza democrática a la medida: «La ofensiva de la ultraderecha con la complicidad de la derecha también en muchas comunidades autónomas de España para blanquear la dictadura franquista».

El momento. Comenta con sagacidad Carlos Marín-Blázquez que «en adelante, cualquier retroceso en el nivel de vida deberá atribuirse al cambio climático. Nunca a la incompetencia de nuestros gobernantes». Y, en su columna, añade: «Con este soma idiotizador infiltrándose en los hogares como un gas de la risa del que nadie queda a resguardo, se genera una cierta atmósfera colectiva. En pocas palabras, se consigue que el criterio de verdad bascule hacia lo cómico».

La ciencia ha muerto, viva la oscuridad. Alemania, mandando a paseo tres siglos de ilustración y conocimiento científico, lanza una ley que permitirá a una persona «cambiar de sexo» una vez al año. Así, convierte en una convención, como cambiar de casa, de coche, de marca de galletas o de pareja, la fantasía de poder ir contra la naturaleza. Contra la biología. Supone un paso más en el borrado de la mujer, principal víctima de la chaladura feminista. Y ahonda la idea de una sociedad de niños grandes y malcriados a los que todo debe consentírseles.

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