Igual no era tan buena idea apostarlo todo a reeducar a la sociedad de sus pecados originales como aspirar a una casa en propiedad, coche, un trabajo estable y comer carne habitualmente. Que el feminismo, el cambio climático, los talleres para la deconstrucción de la masculinidad, la llamada a la inmigración ilegal y el antinatalismo quizá no eran las principales reivindicaciones del pueblo. Cada vez más gente -a derecha e izquierda- percibe que esto es una imposición de las élites contra los de abajo. De ahí procede la joven periodista Ana Iris Simón, que ha dicho que el rey va desnudo y eso siempre escandaliza a los cortesanos. Y aunque no ha sido la primera en advertirlo -quienes lo hicieron antes son tachados de ultraderechistas y reaccionarios- su eficacia y repercusión está siendo mayor por su procedencia izquierdista y haber tenido la oportunidad de soltarle unas cuantas verdades al Gobierno en la mismísima Moncloa. Su discurso ha tambaleado la superioridad moral de una izquierda que debería recordar la máxima leninista de que hay que ir un paso por delante de la masa, pero sólo uno, porque si vas dos la gente no te entiende y deja de seguirte. De momento, el debate sólo se da entre periodistas y votantes, no así en los partidos progresistas, que tienen un plan diferente al de quienes reclaman ayudas a la natalidad y protección del trabajador autóctono.
El Foro Económico Mundial calcula que 1.000 millones de personas se incorporarán a los flujos migratorios en las próximas décadas
Los avisos de Ana Iris -que antes había expuesto en “Feria” su crítica a la deriva de la sociedad posmoderna y capitalista que ataca la forma de vida tradicional, la clase media, la familia y la natalidad- serán ignorados por las formaciones de una izquierda que ya no puede disimular su rendición al globalismo ni la sumisión a la Agenda 2030. En realidad todos los partidos -menos uno, sí, el que usted está pensando- asumen cada una de las medidas que salen del Foro de Davos (“El gran reinicio”) y otros organismos supranacionales. Agendas, en definitiva, que nadie ha votado pero que acaban convirtiéndose en obstáculos para la forma de vida de millones de personas. Ejemplo: el Foro Económico Mundial calcula que 1.000 millones de personas se incorporarán a los flujos migratorios en las próximas décadas.
Las críticas al globalismo o la cada vez mayor penetración de China en occidente han sido despachadas por PSOE, Podemos o Más Madrid
De todo eso se ha dado cuenta Ana Iris, que lo ha sufrido en sus carnes, por eso lamenta que “la aldea global haya arruinado a la aldea real” y reclama “recuperar la soberanía perdida frente al capitalismo global y europeo”, así como “medidas que beneficien nuestros productos frente a los de fuera”. Estas reivindicaciones no pueden ser asimiladas por los partidos de izquierda por mucho que finjan. Sencillamente es imposible: las han rechazado cuando las han propuesto otros. Las críticas al globalismo o la cada vez mayor penetración de China en Occidente han sido despachadas por PSOE, Podemos o Más Madrid -y resto de partidos del consenso- como “populistas”. Si, por ejemplo, alguien pide la recuperación de soberanía ante la UE entonces es tildado de “eurófobo”. Si además ese alguien reclama la protección de los productos autóctonos frente a los foráneos porque están elaborados con mano de obra esclava y no pasan los exigentes controles fitosanitarios que sí se les impone a los de casa, entonces es tachado de “racista” o “xenófobo”.
Naturalmente ella también ha recibido lo suyo. Le han llamado lepenista y falangista y le han acusado de normalizar el discurso de VOX. Seguramente, por decir cosas así: “Un capitalismo que también prefiere importar de fuera la natalidad en lugar de fomentarla dentro. No sé a ustedes, pero a mí se me ponen los pelos de punta cada vez que se habla de necesitar inmigrantes que nos paguen las pensiones como si las personas fuesen divisas. Esto último irrita sobremanera porque descubre la farsa sobre la que se sustenta el pacto entre el agotado eje izquierda-derecha: ambos están a favor de la inmigración ilegal masiva por mucho que los primeros lo revistan de humanitarismo y los segundos de solución demográfica. Si la izquierda (y el sindicalismo sistémico) lo enfoca como una cuestión moral, la derecha liberal (y la patronal) lo lleva al terreno de la economía para atraer mano de obra barata. En la práctica, como bien sabe Ana Iris, quienes padecen las consecuencias de una inmigración masiva y desordenada son los obreros autóctonos que ven caer sus salarios y transformar sus barrios en lugares inseguros.
Tampoco sale bien parado el mundo rural, pues ‘la emergencia climática’ es la coartada que el poder usa para desmantelar el sector primario y desindustrializar aún más los países. A todas horas aparece en la televisión alguien del Gobierno recordando el compromiso verde que, por muy bonito que suene, traerá ruina y miseria para España. “El desmantelamiento industrial que España pagó como peaje a Europa o el vaciamiento de lo que ahora se ha convenido en llamar lo rural. En los años 70 mi abuelo podía mantener a 8 hijos con 12 hectáreas de vides”, dice orgullosa Ana Iris, que recuerda algo tan elemental como que sin nacimientos no hay nación que valga. “No habrá agenda 2030 ni plan 2050 si en 2021 no hay techo para las placas solares porque no tenemos casas, ni niños que se conecten al wifi porque no tenemos hijos […] si realmente quieren plantarle cara al reto demográfico apuesten por las familias”. A la izquierda le ha molestado que esta joven que debería estar denunciando micromachismos, pintando murales inclusivos y haciendo planes para 2050, se dedique a escribir libros donde demuestra que la batalla que hoy se libra en todo occidente es entre nacionales y globalistas.
También molestan, pero menos, otras voces que rechistan en la izquierda. En este caso, son figuras de los tiempos dorados del PSOE. Desde luego en ellos no se aprecia una enmienda a la totalidad, sino un rechazo al sanchismo. No discuten ni entran en los debates de fondo que Ana Iris plantea, apelan a la vuelta del bipartidismo, mito de la estabilidad y el consenso. Es el caso de socialistas históricos como Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo Terreros o Joaquín Leguina, reacios desde el principio al pacto de gobierno del PSOE con Podemos y los partidos separatistas. Desde ahí las críticas a Sánchez han sido constantes. El último escándalo es el de los más que probables indultos a los golpistas catalanes, cuestión sobre la que el expresidente González aclara que no concedería. Alfonso Guerra opina igual: “Políticamente es totalmente indeseable y jurídicamente no es legal”. El propio Guerra, una vez dejada la política, eso sí, también censura algunas cuestiones sensibles en el PSOE. Una de ellas es la ley contra la violencia de género (“es inconstitucional”) y otra el estatuto de Cataluña, que a toro pasado le parecen horribles, aunque cuando tuvo la oportunidad de votar dijo “sí” a ambas desde su escaño en el Congreso.
El futuro lo tienen tan claro que ya lo dan por escrito hasta 2050, arcadia feliz que sólo alcanzarán quienes se convenzan de que su objetivo vital (…) será luchar contra el cambio climático en un mundo sin fronteras ni identidades nacionales
Que se trata de críticas circunstanciales y no de fondo lo demuestran ellos mismos. Felipe González, al contrario que Leguina y Redondo Terreros que se decantaron por Ayuso, reconoció haber votado a Ángel Gabilondo en las pasadas elecciones madrileñas. Ninguno cuestiona al PSOE, sino a “este PSOE”, al de Sánchez (Leguina: “Volveré al PSOE cuando él se vaya”). Tampoco ponen en duda los pilares de un sistema que contribuyeron a apuntalar con leyes educativas como la LOGSE o la ley de 1985 del poder judicial que consagra la interferencia del poder Ejecutivo en los jueces. En palabras de Guerra: el entierro de Montesquieu. Por eso no hay que lanzar las campanas al vuelo sobre una posible regeneración en la izquierda y menos en el PSOE. Ni el descontento de los veteranos socialistas provocará la recomposición en Ferraz, ni el terremoto Ana Iris modificará los postulados más que consolidados de Podemos o Más País, cuya revolución no incluye a los obreros (basura blanca machista) y sí a los inmigrantes (legales o no) y minorías sexuales (LGTBI, trans, etc). El futuro lo tienen tan claro que ya lo dan por escrito hasta 2050, arcadia feliz que sólo alcanzarán quienes se convenzan de que su objetivo vital no será lograr un trabajo estable, comprar una casa, conducir un coche y formar una familia, sino luchar contra el cambio climático en un mundo sin fronteras ni identidades nacionales. Llegados a este punto, ¿qué partido le queda a alguien como Ana Iris?