«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Crónica de la violencia izquierdista en Vallecas

Dieciocho pasos

Grupo de radicales violentos en el acto de presentación de campaña de VOX en Vallecas.

Con un caminar corto, bamboleando una barriga ordinaria, un viejo se acerca a los escalones que preceden el descenso hasta una plazoleta circular de cemento en la que hasta diez minutos antes, sólo había niños dando vueltas en bicicleta. Niños haciendo cosas de niños como siempre han hecho en las plazas de toda España a la hora de la merienda. La única diferencia es que los niños llevan mascarillas y que su padre —no es que quiera determinar su sexualidad, Dios me libre, es que llevaba barba— les apremia para ir a casa entre las protestas de los chavales. Algo intuye el padre. Algo intuyen todos cuando el viejo ordinario de la barriga bamboleante levanta un megáfono barato, se lo lleva a la boca tapada con una mascarilla con los colores de la Segunda y Última República, y comienza a gritar: «¡Facistas, facistas!», así, sin la ese necesaria, a lo miliciano enrabietado en Zocódover.

Nadie le acompaña en el grito. Falta una hora y media para que comience el acto de presentación de la candidatura de VOX en la Plaza de la Constitución de Vallecas y en el pequeño escenario sólo hay técnicos de sonido y el jefe de Prensa del partido, Juan Ernesto Pflüger, un tipo de esos que te pides para compartir una trinchera, y que mira al viejo del megáfono, ladea la cabeza y resopla.

El viejo, que no debe de tener reloj, imperturbable, sigue maullando al megáfono que «Madrid, será la tumba del facimmo» y canta en letanía «No pasarán, no pasarán, no pasarán» tratando de llevar el ritmillo habitual de un eslogan publicitario que presenta las suficientes deficiencias históricas contrastadas como para descartarlo y pensar en otro. Pero ahí sigue el hombre. Impasible. A ver quién le presta un libro de Historia. A simple vista, debe de andar por los setenta largos. Perra vida. Otro al que se le murió el general en la cama. Ojo, que no es una crítica. Es compasión.

Al viejo republicano arrítmico del megáfono barato alguien debe de haberle dicho que Santiago Abascal, un vasco del Valle de Ayala, hijo de un comerciante de Amurrio con el valor acreditado frente a una banda de pistoleros, es un fascista. Quizá haya sido algún tertuliano de cualquier cadena nacional. Quizá algún cantante de Eurovisión. Quizá las dos jóvenes que están sentadas a la derecha (con perdón) del viejo y que hablan con un hombre también entrado en años.

—A ver —dice una de leggins apretados—, que es que estos de Vox no se preocupan de los trabajadores, y además —atención a la empanada—, que van de que quieren que haya orden, pero a mí mi abuelo me ha dicho que aquí cuando Franco no había orden.

El hombre carraspea, duda, y se lanza.

—Buenooooo… las movidas que había en la Complutense en mis años…

La otra joven, un poco más prieta, será la moda, se mete a fuego en la conversación.

—Y ahí le tienes, en el Valle de los Caídos.

—¡No pasarán, no pasarán! —grita el viejo.

El cuarteto se hace sexteto, y el sexteto, octeto, y de forma inesperada, allí hay una docena de tipos que me da la impresión de que no van a votar a VOX. De pie, a diez metros por detrás, otro grupo de tipos con camisetas negras y tres chicas con el pelo rapado por los lados, botas militares y camisa de cuadros anudada a la cintura. Y no hace falta llamar al Conde Draco para contar 30, sí, 30 antifas y un viejo con megáfono. Y eso que falta una hora y media para que comience el acto. ¿Cuántos habrá cuando falte media hora?

Falta media hora y al dispositivo policial se le han colado unos 800 antifas y un viejo con megáfono que han tomado la circunferencia exterior de la plazuela. Habrá sido un despiste, porque cuando la Policía quiere, pongamos una celebración en Neptuno de hermanos del Atleti o un acto de VOX en Sevilla, no se le cuela ni dios. El despiste ocupa los 360 grados llenos de tipos en edad militar en columna de a cuatro. Distancia interpersonal: cero centímetros. De propina, un grupo de unas veinte nekanes feministas de pelo corto, gafas y mascarillas moradas a las que jamás Avón llamó a su puerta. Dentro de la plazuela, unos 300 de VOX. ¿Se acuerdan de las películas del Oeste cuando los colonos hacían un círculo con sus carromatos y alrededor había mil indios pegando gritos que no tenían el detalle de ponerse en fila (india, claro)? He ahí el cuadro.

Quince minutos. Los gritos suben de intensidad. Cansinos soniquetes habituales como «Vosotros, fascistas, sois los terroristas», «Fuera, fascistas, de nuestras calles» son acompañados por una variedad sorprendente de gestos con las manos, con el dedo corazón y hasta con el índice amedrentando objetivos individuales. Frente a ellos, a la distancia de un escupitajo, la fuerza de elite de VOX: mujeres muy mujeres que ya no cumplen los 50 y que les importa una higa lo que les llamen. Mujeres libres que se revuelven y que se enfrentan a los antifas sin que se les mueva ni un pelo.

Llega el secretario general de VOX, Javier Ortega Smith, que se abre paso. Detrás de él, Macarena Olona, que sonríe con los ojos bajo un paraguas con los colores de España mientras le llueven insultos. Suben al miniescenario los eurodiputados Jorge Buxadé y Hermann Tertsch, que con sus arrestos habituales, saca el móvil y graba a los jaraneros y alborotadores. Me cruzo con el director de la Fundación Disenso, Jorge Martín Frías y con diputados nacionales como Manuel Mariscal y Víctor Sánchez del Real. Atisbo a Carla Toscano y a Jorge Cutillas y no sigo mirando hacia el atril porque hay que esquivar dos latas de cerveza, un botellín medio lleno o medio vacío (espero que de cerveza) y un huevo fresco que vuelan desde la filas del antifacimmmo.

Dos minutos. Llega Rocío Monasterio, la líder de VOX en la Comunidad de Madrid, y a su lado, Santiago Abascal, el director de campaña. Para Abascal, en comparación con lo que ha vivido y soportado más allá de Pancorbo, esto debe de ser un paseo por un parque en primavera… pero tiene el gesto serio.

El Estado Mayor de VOX está en el escenario y Abascal se pone frente al atril con las palabras «Protege Madrid», el lema de precampaña. El presidente mira a derecha e izquierda, completa 240 de los 360 grados y comprende, desde la experiencia de quien ha visto trabajar a los beltzas de la Brigada Móvil de la Ertzaintza, que aquello no es un despiste de la Policía. Es muy extraño ver a Abascal enfadado. Su lenguaje corporal lo confirma. Y sólo su lenguaje corporal porque no se le puede escuchar entre tanto aullido a pulmón libre de antifas, bukaneros del Rayo sin mascarilla, sindicatos de estudiantes treintañeros, del viejo con el megáfono y de las leggineras que se quejan de que Franco esté en el Valle. Escucho desde el lado malo de la Historia: «¡A por ellos, como en Paracuellos!». Escucho gritos de «Libertad» desde el lado de VOX. No sabría explicarle a un marciano cómo entiende la izquierda esto de la democracia. Paracuellos o libertad. Se lo podría contar, pero pensaría que estoy loco. 

Vuelan latas y piedras, vuela una rama de un metro de esas con las que te construyes una cabaña en Alaska. Vuelan los insultos feroces y escucho vivas a una banda asesina y algo de «arriba con la goma-2», que es el explosivo con el que otros antifas comprometidos como Otegui volaron a seis trabajadores civiles de la Armada en estas mismas calles de Vallecas hace nada, en 1995. Alguien grita: «Madrid será la tumba del fascismo». La querencia de la izquierda por las tumbas es como para llevar el asunto a un congreso mundial de psiquiatría.

A Santiago Abascal ya le escucho porque grita más que todos mientras se llevan a un chaval de VOX al que han abierto la cabeza de una pedrada. Abascal señala a los bukaneros y grita que se va a bajar del escenario y va a recorrer la distancia que «el ministro criminal del Interior, Grande Marlasca», ha dejado de separación entre pacíficos y violentos. Abascal, claro, se baja, que para eso es hijo de su padre, y se acerca a la turbamulta contando los pasos mientras vuelan, en una sola dirección, de izquierda a derecha (y ya me entienden), más botellas y más piedras. Un hombre mayor, simpatizante de VOX, chorrea sangre. A un diputado nacional por Guadalajara, Ángel López, se lo llevan a un hospital con una mano herida.

«¡Dieciocho pasos!» —grita Abascal.

Vuela hacia el escenario una piedra que no lo es, sino ladrillo/pedrusco de cantera arrojado desde los dieciocho pasos para descalabrar a alguien, que es eufemismo para no decir matar. Y hasta aquí llegó la broma del orden público entendido según Marlasca. Carga la Policía. Al fin. Gritos, porrazos, carreras y petardos. La izquierda madrileña vuelve a los 80.

Disueltos y a la carrera los ‘demócratas’ de Iglesias y Monedero, escucho a mis espaldas a una nekane feminista de pelo morado, enrabietada y sola, todavía a dieciocho pasos de Abascal y de Monasterio, que ya hablan en libertad, gritarle a un policía que «es que los de VOX están provocando». Coincide que suena el himno nacional que concluye el acto. Y a mi lado una mujer de VOX, de esas de primera línea, se gira, mira a la nekane y con una condescendencia infinita le dice: «señora, váyase a la mierda». Y es imposible no estar acuerdo en todo, menos en lo de «señora».

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