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admite que la política de inmigración ha sido un desastre

Dinamarca no quiere barrios con más de un tercio de ‘no occidentales’

La primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen. Europa Press

El gobierno danés ha anunciado que limitará el número de residentes «no occidentales» en los barrios de sus ciudades a un 30% con el objetivo de «reducir el riesgo de sociedades religiosas y culturales paralelas», una forma elegante de decir «guetos».

Sospecho que cuando la izquierda patria, y buena parte de su derecha blandita, hablaba largo y tendido del «modelo escandinavo» como la meta última de su proyecto político no se refería a limitar el número de inmigrantes en sus poblaciones a una cifra manejable, más bien a todo lo contrario.

Y no es que anduvieran demasiado desencaminado en su concepción de la inmigración masiva procedente de culturas muy distintas y bastante distantes como paso necesario hacia su paraíso de la piruleta y el arcoíris de raigambre nórdica; es, más bien, que los países que abanderaron esta fantasía y fueron en ella bastante lejos han descubierto que el sueño es en realidad una pesadilla.

Realmente, solo hacía falta pensar un poco sobre la realidad y no sobre delirios buenistas, pero lo hecho, hecho está. Ahora, lo mejor es fijarse bien.

La cosa es antigua y la experiencia lleva siempre a la misma conclusión, ya sea con la ‘asabiyya’ o ‘cohesión social’ que el geógrafo árabe Ibn Jaldún consideraba esencial para la prosperidad de las comunidades o con la obra del sociólogo progresista americano Robert Putnam, ‘Bowling alone’, sobre cómo la ansiada multiculturalidad pulveriza esa cohesión.

Pero a la fuerza ahorcan, y hasta el gobierno socialdemócrata danés se ha dado cuenta de que la multiculturalidad hay que limitarla para que las comunidades mantengan una mínima cohesión. Así que esta misma semana el ministro del Interior Kaare Dybvad Bek, ha anunciado la medida, alegando que la presencia de demasiados no occidentales en un área lleva a la creación de guetos (no, la ley no utiliza esa palabra). Dinamarca tiene 11,8 millones de habitantes, un 11% de los cuales es de origen foráneo y, de estos, un 58% procede de países no occidentales.

El ‘Welcome refugees’ empieza a ser un entusiasmo remoto del que los primeros en arrepentirse están siendo los primeros en alentarlo. Así, Dinamarca también ha sido el primer país europeo en decirle a sus refugiados sirios que su país está ya en paz, que es hora de hacer las maletas y volver a la patria. “Hemos dejado claro a los refugiados sirios que su permiso de residencia es temporal”, aseguró recientemente Mattias Tesfaye, ministro de Inmigración danés. “Puede revocarse si la protección ya no es necesaria”. Naturalmente, no podían saber que el muy progresista Biden, de gatillo fácil como suelen ser los de su especie, querría volver a calentar la zona.

Tesfaye ha tenido que admitir que la política de inmigración del país ha sido un “desastre”. Un botón de muestra: solo el 17% de las sirias refugiadas trabajan cinco años después de instalarse en el país. Y un estudio llevado a cabo por académicos daneses en 2019 y revisado por sus colegas concluye lo que tantos han experimentado tantas veces en carne propia: que la diversidad étnica tiene un impacto negativo sobre las comunidades porque erosiona la confianza pública.

En el propio anuncio la medida se justificó en cuatro datos abracadabrantes: más del 40% de los residentes en estos guetos (nuestra palabra, no la suya) están en paro; más del 60% de la población comprendida entre los 39 y los 50 años no tiene estudios secundarios; las tasas de criminalidad triplican la media nacional, y los ingresos brutos de los residentes suponen el 55% de la media local.

Quince barrios daneses corresponden a la descripción de Dybvad Bek y otros veinticinco se consideran “en riesgo”. La medida, que aún no tiene fecha, deberá debatirse votarse aún en el parlamento.

En definitiva, los estudiosos y políticos daneses han descubierto la pólvora, es decir, que una de las consignas más repetidas de nuestro tiempo, uno de los mantras más incuestionables, uno de los dogmas más inatacables, es, sencillamente, mentira: la diversidad nunca es fuerza.

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