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Zapatero, Iglesias y Monedero se suman a la infamia

El socialismo español muestra su desprecio por Iberoamérica con su apoyo a Petro y a Lula

Gustavo Petro y José Luis Rodríguez Zapatero durante su reunión en Madrid.
Gustavo Petro y José Luis Rodríguez Zapatero durante una reunión en Madrid.

Las eternas contradicciones de la izquierda en su mutación castrochavista son a veces tan burdas, que es difícil explicarlas sin reír. Y eso del “bolivarianismo” es una muestra de como se renuncia a los dogmas si de ello depende la exitosa estrategia de insuflar con retórica los discursos que se requieren para ganar elecciones.

Se supone que los comunistas son el árbol del cual surge esa desgracia que es el castrochavismo. Y cuando se revisa, se nota que algo ocurre cuando el marxismo cruza el Atlántico. Es como si se negara a sí mismo y decidiera mimetizarse. Como si bañarse en el Caribe convirtiera, por arte de magia, al nacionalismo en una expresión de izquierdas y a Bolívar en un socialista cabal, a pesar de la descalificación hecha por el propio Marx en el perfil biográfico que hizo del Libertador: militar incompetente, tirano cobarde, etc.

El castrochavismo ha ignorado estos conceptos sobre Bolívar desde siempre. Los comunistas iberoamericanos que usan El Capital como biblia y la palabra de Marx como la de un profeta inapelable, al mismo tiempo pasan por encima de estos conceptos sobre Bolívar para no granjearse la antipatía continental favorable a la imagen del Bolívar semidios del que tanto se ha escrito, supuesto y fabulado.

Así, cuando Chávez intentó construir un ideario, solo le quedó tomar todo lo que existía ya de ideología “bolivariana” que no era más que la suma de proclamas, cartas y discursos de Bolívar. Todo esto, sin reparar en el detalle básico que queda en evidencia con una somera revisión de la historia: la independencia de Iberoamérica fue un proceso colectivo, que respondió a causas profundas a ambas orillas del Atlántico y la verdadera obra de Bolívar a nivel político fue un rotundo fracaso: La República de Colombia.

Es una verdad incómoda en Venezuela, en Colombia, en Ecuador. Pero sigue siendo una verdad. El proyecto bolivariano fracasó y dicho fracaso está además atado a las carencias del personaje histórico que no parece haber entendido a cabalidad las necesidades que las sociedades de los países liberados tenían a futuro. Lo demás, es fácil verlo en cualquier libro de historia.

¿Tenía sentido entonces invocar a Bolívar y declararse “bolivariano” para encabezar un proyecto político? De ninguna manera.

Pero es que el proyecto de Chávez era militar. De captación de militares para su causa, con la toma del poder por la fuerza. Por eso, se dedicó a manosear a Bolívar, rescató al “maestro de Bolívar” Simón Rodríguez y se atrevió además, en su bastardía ideológica, a desenterrar a Ezequiel Zamora, un caudillo post independentista, terrateniente y dueño de esclavos, para crear un anodino “árbol de tres raíces” que se supone es el fundamento ideológico de eso que llaman “chavismo”.

Mentira. Evidentemente era el argumentario requerido para la toma del poder. Decirse bolivariano era normal en Venezuela y no hacía ruido dentro de un cuartel, pues bolivarianos eran los componentes del Ejército y bolivariano era el Estado, si a ver vamos. El culto a Bolívar hacía que ese detalle pasara bajo la mesa. En cambio, decirse socialista, izquierdista, revolucionario o comunista, sí era una afrenta grave. Porque ese ejército que se decía “forjador de libertades”, había sido aquel ejército que derrotó a las guerrillas comunistas que financió Fidel Castro contra la democracia venezolana. Ser socialista, comunista o revolucionario, era ser enemigo. Ser bolivariano era normal en un militar.

Al llegar al poder y sentirse sólidos, se acabó la mentira. Pusieron a dormir a Bolívar y empezó el culto a la personalidad de Chávez, omnipresente en todas las paredes pintarrajeadas por el aparato de propaganda. Ya no se hablaba de ser bolivarianos sino de ser socialistas. No había partido bolivariano sino Partido Socialista Unido de Venezuela. Y de lo que se hablaba no era de bolivarianismo ni de tres raíces, sino de “socialismo del siglo XXI”.

Y es aquí donde está la conexión España.

Controlando los dineros públicos procedentes de la inmensa renta petrolera, cualquiera puede hacerse una ideología a la medida. Chávez lo logra llevando a Venezuela a cuanto pordiosero de la izquierda que se quiso sumar. Así, Marta Harnecker, Heinz Dieterich, Noam Chomsky y tantos otros ideólogos de la desgracia fueron capaces de darle al chavismo lo que necesitaban: palabrería. Pero la praxis real, la construcción de una ideología de reemplazo que sirviera para mantener el poder concentrado y a la ciudadanía sometida era propuesta española.

Vestringe, Monedero, Iglesias, Errejón, Bescansa. Viviendo en Venezuela y despachando desde el mismísimo palacio presidencial, ayudaron con sus recomendaciones e ideas. Colaboraron en la creación de ese aparato de opresión que el chavismo construyó para someter a toda una nación. Y así, actúan como lo que son: enemigos del concepto de Iberoamérica post independencia. Obviamente anti bolivarianos. Expresamente liberticidas.

No podría un izquierdista español reivindicar a Bolívar, metido de lleno en el dogma marxista aunque lo intente morigerar. Bolívar es para ellos un enemigo y bien vale la pena invocar a Marx para justificar sus odios. Pero es un odio que además es racista, eurocéntrico y negrolegendario. A los chavistas españoles les importa un bledo la unidad de Iberoamérica o la hispanidad. Lo de ellos es el dinero y el poder. O el poder del dinero. O el poder que da el dinero. O el dinero que da el poder.

Para eso, hay que concentrar el poder y promover a aquellos que puedan concentrar el poder pero siguiendo sus recomendaciones y dictámenes. Que sirvan de plataforma al otro lado del Atlántico para lograr el asalto final y definitivo a este lado del Atlántico. El objetivo es destruir, acabar con las libertades. Y quedarse ahí, para siempre.

Por eso se ve esta danza impúdica de Zapatero y Monedero apoyando a Petro en Colombia, como ayer a Evo en Bolivia, a Correa en Ecuador, a Boric en Chile. Como apoyan el regreso del corrupto Lula a Brasil. Y siguen apoyando al chavismo en Venezuela, aunque traten de esconder a Maduro porque ya dejó de ser el hermano con dinero para ser el primo en desgracia.

Pero no hay que confundirse. Las intenciones son las mismas, con Petro se busca constituir una nueva plataforma en Iberoamérica que permita financiar el asalto al poder y además crear las alianzas necesarias para imponerse en escenarios electorales con gobiernos afines. La danza de intereses empresariales de toda laya hacen el asunto aún más peligroso. La ya añeja maquinaria de legitimación de capitales que ha convertido a Colombia y Venezuela en maquinarias del narco y del lavado, hacen apetecible el arribo de Petro a la presidencia de Colombia.

¿Y qué más da? Al final Colombia es una creación de Bolívar, que impuso ese nombre a los territorios conformados por el Virreinato de la Nueva Granada, el Ecuador y la Capitanía General de Venezuela. Destruir a Colombia llevando a Petro a la presidencia es lo mejor que podría pasarle a ese chavismo español, que tanto desprecia a Iberoamérica y a los hispanoamericanos en especial.

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