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El presidente brasileño es contrario a la vacunación forzosa

El alcalde de Nueva York enfurece ante Bolsonaro, bestia negra del globalismo mediático y político

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Europa Press

En Nueva York, ciudad sometida por su alcalde bolchevique, Bill de Blasio, a un régimen draconiano de restricciones sanitarias contra la pandemia de covid, es sede de las Naciones Unidas y, sumando los decretos del alcalde al entusiasmo liberticida del presidente Biden, eso planteaba un serio problema: ¿quién le dice a un mandatario extranjero que para intervenir en la asamblea que reúne a (casi) todos los países del mundo que si no está vacunado no puede entrar?

De hecho, la práctica habitual en estos tiempos de recortes de libertades parece ser que la gente importante no tiene que someterse a las mismas reglas que afectan a la plebe. Por otra parte, no pueden desdecirse, así que han parido una solución de compromiso: será obligatorio estar vacunado para entrar, sí, pero no se comprobará. Es el llamado “sistema de honor”.

Según Washington Post, cualquiera que entre en la sala de la Asamblea General en la sede de la ONU está confesando implícitamente haberse inoculado siguiendo unas normas que se han impuesto para impedir que eventos que reúnen a personas vacunadas en su abrumadora mayoría se conviertan en foco de contagio masivo. Cómo pueda ser esto así si las vacunas son eficaces es asunto de otro debate.

Pero el presidente brasileño Jair Bolsonaro no está vacunado, como no le importa reconocer, y ha hablado en la asamblea de la ONU. Sin mascarilla, por supuesto, para escándalo de quienes prefieren mantener a cualquier precio el hipócrita teatrillo. La enésima prueba de este generalizado paripé fue la de sendas fotos de la reunión bilateral entre el premier británico, Boris Johnson, y el presunto presidente Joe Biden, una con mascarillas ambos, otras sin mascarillas. Mismo lugar, mismo momento, diferencia de minutos. Todo muy científico.

Pero vuelvo a Bolsonaro. No se le oculta a nadie que el líder brasileño es, apartado Trump, la bestia negra del globalismo mediático y político, el mandatario que es obligatorio odiar para ser alguien en la vida social. Viene a ser el Orbán de Iberoamérica.

En los tiempos que corren, se le ha achacado el más grave de los cargos del momento, ser antivacunas, algo que no puede hacerse con el expresidente Trump. Y no, Bolsonaro no es antivacunas. De hecho, ha apoyado vigorosamente todos los esfuerzos de vacunación en Brasil, un país donde, ha declarado, el 90% de la población ha recibido ya al menos la primera dosis. Su límite, que ha dejado muy claro, es la obligatoriedad: es contrario a la vacunación forzosa y al llamado ‘pase covid’, lo que en tiempos más felices se consideraría ser partidario de la libertad.

Él mismo admite no estar vacunado, habiendo pasado la enfermedad y, en consecuencia, poseyendo una inmunidad natural que cualquier vacuna solo puede remedar parcialmente.

La intervención en la ONU del mandatario brasileño, desenmascarado y sin inocular, ha enfurecido al alcalde De Blasio, quien ha declarado que no se le debería permitir entrar en el edificio siquiera en esas condiciones. El pataleo del alcalde, sin embargo, ha quedado en eso.

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