Desde el punto de vista de la filosofía de la historia, no cabe duda del papel tan relevante que los héroes han ocupado, al menos desde Homero, en la memoria histórica de los pueblos. Es por ello por lo que Winston Churchill quizá profirió aquello de que “La nación que no honra a sus héroes, pronto no tendrá héroes para honrar”.
No cabe duda de que honrar a nuestros héroes es un deber fundamental de la patria. Es una manera de tener presente en la esfera de lo público el coraje, la valentía y el patriotismo de los que, de una manera virtuosa, amaron a la nación. Una patria como la nuestra, con tantos siglos de gestas, mantiene a miles de héroes escondidos, pero llama la atención que se haya desatendido a aquellos que lucharon y murieron por mantener la unidad en una de las fracturas más profundas de nuestro pasado: los procesos de secesión americanos.
Los procesos de secesión hispanoamericanos, fruto del colapso de la Monarquía Hispánica en América, se concretaron en una serie de guerras en los territorios españoles de América entre 1810 y 1826, y supusieron la separación de dos mundos que hasta entonces habían estado unidos, como reflejaba la conocida inscripción “Utraque Unum”.
Los realistas fueron aquellos que, siendo leales al Rey, enarbolaron las banderas, hoy olvidadas, del ejército que, en palabras del diplomático español Juan Albi, quiso mantener la soberanía española en América. Los realistas, según el estudio que publicó hace algunas décadas Edmundo Heredia, fueron los perdedores, los vencidos. Posiblemente sea esa la causa del memoricidio, pero olvidarles es impropio e inoportuno. Tuvieron un significativo papel en nuestra historia, luchando y muriendo por evitar la consumación de la fractura del mundo hispánico; sin embargo, sus cuerpos se encuentran sepultados por todos los rincones de América y sus nombres, olvidados por España, cuando no repudiados por las naciones que del conflicto surgieron. Todos deben ser reconocidos, al menos por España, al margen de cualquier doctrina o credo que se profese. Nuestra historia es inconcebible sin Hispanoamérica, y la historia de América es indivisible de la de España.
La historiografía arrinconó a estos hombres, posiblemente, como subraya el reputado historiador Jordi Canal, como manera de negar el fratricidio. En efecto, las conocidas guerras de independencia fueron, en realidad, una guerra civil cuyo resultado fue el surgimiento de una veintena de naciones. Así lo ilustra en sus estudios Pérez Vejo; las naciones hispanoamericanas nacieron de las guerras, es decir, fueron su consecuencia, pero nunca las provocaron, y comenzaron en unos momentos de enorme confusión, con un rey legítimo preso en Francia y una guerra también en la España peninsular.
Estas son las claves. Las guerras hoy conocidas como de independencia nacional en América fueron guerras en las que se enfrentaron distintos grupos sociales y étnicos en los dos bandos. Bajo ningún concepto se pueden presentar como guerras entre españoles americanos y españoles europeos, mas, al contrario, lucharon algunas significadas élites criollas contra un alto porcentaje de indios, negros, mulatos y mestizos americanos. Por ello, nada extraña que uno de los generales separatistas, muy próximo a Bolívar, dijera que: “La independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes; las clases elevadas fueron las que hicieron la revolución: los ejércitos españoles se componían de 4/5 partes de hijos del país; los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Reino, como que presentían que como tributarios eran más felices de lo que serían como ciudadanos de la República”.
A todos ellos se les debe honrar memoria, respeto y recuerdo. Cuando la patria estuvo en peligro se armaron para defenderla, contribuyendo a lo que, sin referirse propiamente a este episodio, Todorov denominaría “memoria ejemplar”. Solo así los pueblos otorgan la gratitud debida a quienes les han honrado y el ejemplo a las venideras generaciones del respeto que se debe a los que, en todas las latitudes de América, y en palabras de Ullate Fabo, quisieron seguir siendo españoles dando sus vidas por los pendones de España.
Algunos de los que lucharon por una América española, los menos, son hombres conocidos, sobre todo los europeos Pablo Morillo y José Tomás Boves, pero se siguen desconociendo aquellos miles, en su mayor parte americanos, que se sacrificaron por su Rey y por su Patria. Héroes como Agustín de Agualongo, o los indígenas del Pasto, y gestas como la de Antonio Huachaca durante la guerra, o las de los llamados Chilotes, deben ser conocidas y honradas, pues si, parafraseando a Horacio en sus Odas, “Dulce et decorum est pro patria mori”, también es deber de la patria acordarse de todos ellos y enaltecer sus nombres.