Uno nunca deja de aprender sobre la democracia. Estos últimos días, por ejemplo, hemos aprendido que el demócrata, como el cristiano en San Pablo, vive de la fe, y que ese frágil régimen de contrapesos y controles se viene abajo con estrépito cuando dejamos que el veneno de la duda y el recelo entre en nuestros corazones.
Los grandes medios, los tertulianos, periodistas de relumbrón y todos los partidos, salvo uno, del arco parlamentario coinciden en la abismal gravedad (…) que significa poner el duda lo que el líder de Podemos quiera ponernos por delante
A decir verdad, afinando, no es una fe genérica la que pone en inminente peligro la democracia, sino una fe cualificada. En concreto, la bomba nuclear que destruye este régimen de libertades que nos hemos dado es desconfiar de Pablo Iglesias.
No me crean a mí, miren a su alrededor, observen, lean, escuchen. Los grandes medios, los tertulianos, periodistas de relumbrón y todos los partidos, salvo uno, del arco parlamentario coinciden en la abismal gravedad, del pecado nefando y la mortal blasfemia que significa poner el duda lo que el líder de Podemos quiera ponernos por delante. Tenemos que creer, o la democracia muere.
Uno, en su ingenuidad, tenía la idea exactamente opuesta. Tenía de la democracia -al menos, del modelo de democracia impuesto en Occidente en nuestros días- la idea de que su base está en la desconfianza, de que, como decía Jefferson, el precio de la libertad es la eterna vigilancia, y que si hay controles y equilibrios y división de poderes es, precisamente, porque se parte de que los políticos harán lo que sea y dirán lo que sea a menudo para alcanzar el poder, conservarlo y ampliarlo. Y que lo peor que se puede hacer para mantener las libertades es, precisamente, abandonarse a la confianza en nuestros líderes.
Vivimos en un tiempo curioso que dice adorar la Ciencia -el saber material basado en evidencias- pero en el que, al mismo tiempo, se nos demanda fe ciega. Incluso en esa misma Ciencia, que acaba no siendo otra cosa que la fe en los ‘expertos’ que seleccione el poder.
¿Puede Pablo Iglesias y el ministro del Interior y la jefa de la Guardia Civil haber recibido amenazas de muerte acompañadas por el melodramático detalle de cuatro balas en el sobre? Sí, claro, naturalmente. ¿Es un deber moral creérselo? No, en absoluto.
Apenas unas horas después del dramático anuncio, acompañado de material gráfico, muchos han sido los que han empezado a ver agujeros en la narrativa, los que se preguntan si en Correos pueden dejar pasar algo así dirigido a todo un ministro o a un exvicepresidente y candidato y muchos otros detalles que no cuadran. De hecho, la propia Correos -departamento dirigido por Juan Manuel Serrano, un hombre de Sánchez a quien el presidente ha nombrado recientemente- ha salido al paso de las críticas “sorprendiéndose” de que algo así haya podido burlar sus controles y ha anunciado el despido de la persona que tuvo el despiste.
En este tipo de cosas, reconozco que soy más del Padre Brown que de Sherlock Holmes, es decir, que me pierdo con los detalles técnicos y pruebas materiales y me convencen más las psicológicas y la visión del bosque por encima de los árboles.
Y aquí es donde empiezan mis dificultades. Imaginemos un tipo que odia a Iglesias hasta el punto de querer matarle. ¿Qué sentido tendría enviarle una amenaza tan historiada justo a unos días de unas elecciones en las que se juega su futuro político y el de su partido, y que solo puede redundar en su beneficio? Si le aborreces, ¿por qué haces algo que solo puede favorecerle? ¿Vive nuestro sanguinario fascista en Marte, en una cueva, tan desconectado del mundo que ignora que Pablo se la está jugando, que las encuestas le dan perdedor, que ha hecho la apuesta de su vida y que algo así podría rescatarle?
Creer a alguien que se beneficia directamente con tu fe puede ser perfectamente razonable solo si conoces suficientemente a esa persona y ha demostrado ser escrupulosa con la verdad
Cuando la diputada de Vox Rocío de Meer recibió una pedrada en la ceja en un mitin en Sestao, Podemos se negó a condenar el acto, sus operativos (empezando por ese saco de bilis, Pablo Echenique) se rieron de la agresión, insinuando que la sangre era ketchup, diversos medios pusieron en duda la herida, muchos otros hablaron de “supuesta agresión” y, ¿saben qué?, nadie dijo que la democracia estuviera en peligro por todas esas declaraciones o ausencia de condena.
Creer a alguien que se beneficia directamente con tu fe puede ser perfectamente razonable solo si conoces suficientemente a esa persona y ha demostrado ser escrupulosa con la verdad. Creo que no es exactamente el caso de Pablo Iglesias.