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MIENTRAS LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN HURGAN EN LAS CONSIGNAS

El ejemplo francés y la estrategia de propaganda de la izquierda ante su carencia de argumentos

El dirigente ultraizquierdista Jean-Luc Melenchon. Europa Press

La mentira principal es llamar derecha a todo aquel que se oponga a los avances autoritarios de la izquierda. Y mientras más fuerte sea el tono que se utilice contra la destrucción de la democracia y del Estado de Derecho, pues más a la derecha se colocará a la disidencia. Es una técnica que a algunos les ha resultado casi infalible, al menos donde interesa: en el discurso, en el relato, en la opinión pública.

Lo importante es estigmatizar, descalificar y, si es posible y pertinente, deshumanizar. Los soviéticos tildaban de oligarcas y terratenientes enemigos de la patria a todo aquel que reclamara los atropellos comunistas. El mejor aprendiz que tuvo Stalin fue el líder chino Mao Tse Tung, que hizo más o menos lo mismo con sus adversarios.

Castro los mandó, como sus maestros, a los campos de concentración, al paredón, al exilio. Y por supuesto, la muerte moral de todo aquel que osara levantar su voz contra el castrismo, era promovida en la opinión pública desde los medios de comunicación controlados por la izquierda. Así, logró el castrismo imponer el termino deshumanizante de «gusanos» a los cubanos que escapaban de la isla en balsa y se establecían en EEUU. La «gusanera de Miami» era el término. Batisteros. Esbirros de la dictadura de Batista. Privilegiados burgueses opresores del pueblo cubano. Eso y mucho más.

Chávez fue menos sutil pues tenía más cancha en su horizonte. En medio del repudio al sistema político imperante heredero del «Pacto de Punto Fijo» que en 1958 puso de acuerdo a los principales partidos democráticos para construir una democracia, el golpista aspirante a la presidencia impuso un término: puntofijismo. Sus enemigos eran los puntofijistas. Esos que se beneficiaban del sistema, se oponían al cambio. Así fue por un rato. Luego aludió a que eran minoritarios y empezó a llamar a sus opositores «escuálidos». Luego avanzó llamándolos golpistas. Luego apátridas. Y así, hasta llegar a conceptualizarlos como «la derecha». Luego la «ultra derecha». Y de ahí, se abrió un universo de combinaciones según la ocasión: derecha apátrida, ultra derecha golpista, derecha extrema pro yankee, etc.

El ejemplo francés es elocuente

Durante toda la primera vuelta y mucho más en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, el estamento político y mediático europeo impuso una línea de información: hay que parar a la extrema derecha. 

El peligro de la ultra derecha. El horror de la extrema derecha. Lo repetía Macron y lo repetía y machacaba Melenchon. Titulaba con agravios Le Monde y Le Figaro. Lo echaban a rodar en las tertulias de radio y televisión. Se llenaban las portadas de las más importantes revistas y se rentaba el lápiz a los caricaturistas con ese fin: cuidado, la extrema derecha viene a por nosotros.

Cuando se disolvió el ímpetu en los sondeos de Zemmour y se consolidó Marine Le Pen, ya se dejó de hablar de la «extrema derecha» como un fantasma y se le puso rostro al enemigo: la candidata de extrema derecha Marine Le Pen. 

Termina Le Pen en la segunda vuelta y se desata la vorágine como nunca antes. La extrema derecha acabará con Francia y después con Europa. Acabemos con ella antes que acabe con nosotros. Y sale Jean Luc Mélenchon, un comunista lo suficientemente chavista como para ser detestable, a pedir el voto por Macron para detener «a la ultra derecha».

El resultado era de esperarse. Alineados todos los causahabientes del sistema con Macron, Marine Le Pen sale derrotada de la única forma que podía, ahogada además en las propias contradicciones de su propuesta, en la que coincide de fondo con Mélenchon en su valoración de Putin. Obviamente, le tocó el pero momento posible para una elección.

¿Y ahora qué? Pues ahora viene la tercera vuelta. Reelecto Macron, los fieles del sistema van a las elecciones parlamentarias que definirán el rumbo del gobierno, que podría terminar cohabitando con un primer ministro como Mélenchon, que ya anunció que aspira a lograrlo. 

Con Le Pen derrotada política y moralmente, se abre paso la alianza de izquierdas alrededor de Mélenchon, sin que nadie advierta el peligro de darle el poder a otro secuaz de Putin y, además, del chavismo. Sacudir el fantasma de la «extrema derecha» sirvió, finalmente, para abrirle paso a la izquierda más abyecta y liberticida, con el concurso de los medios de comunicación que se prestaron a seguir la línea del juego de opiniones contra «el extremismo de derechas» sin abrirle paso al necesario debate que merecía una sociedad en riesgo de caer en las manos equivocadas.

Los medios hurgan en las consignas

Al final todo se trata de la libertad. La que aspira el común. Y la que los tiranos aspiran eliminar, a su antojo.

Pero en tiempos electorales todo es mentira, sobre todo para los medios. Ya no se busca discutir los programas electorales, sino hurgar en las consignas y con eso armar un escándalo que se viralice y ayude a algunos a decidir. Porque ahora los votos no existen en las urnas electorales y en las papeletas, sino en los likes y retuits. 

Se han sustituido las ideas por consignas. Lo importante no es lo que se piensa hacer desde el gobierno, sino de qué manera vender un candidato, aunque este no tenga la más mínima idea de qué hacer por el bienestar de la sociedad. 

Así, lo correspondiente es la pose. La vestimenta, el peinado y los accesorios. Caerle bien a la gradería de las redes sociales y sintonizar, claro está, con ellas. Sea con una foto de pelo en pecho a lo Macron, con una frase rebuscada para alinearse con un discurso feminista o sea poniendo los colores de la bandera de Ucrania en el perfil, porque hay que fingir que el tema les importa.

Por eso, es de derechas hablar de los intereses nacionales, del problema de la migración y del fracaso del modelo de integración de inmigrantes. Es de extrema derecha señalar la nacionalidad de un delincuente. Es de ultra derecha revelar el estatus migratorio de un delincuente extranjero. Y es facha hablar de la religión de un terrorista, claro está.

Es la «extrema derecha» un simple fantasma mediático para posicionar candidaturas. Incluso, es la propia derecha, los propios conservadores asimilados al sistema imperante los primeros en agitar el asunto. Le conviene a quienes están en el reparto del poder ese discurso de temor a la «extrema derecha», porque se venden como la alternativa viable. Una derecha que no sea extrema y que pacte con la izquierda. Y, sobre todas las cosas, que ayude a mantener el sistema donde poco importa la ideología mientras todos puedan repartirse las prebendas y esconderse sus miserias.

Es la irresponsabilidad la principal guía de quienes imponen esta línea de opinión. Sacudir el «peligro de la extrema derecha» para impedir debatir el programa de los partidos es la novedosa estrategia de la izquierda para abrirse paso. Por ahora, su única estrategia en España, ante la carencia de argumentos, es la propaganda.

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