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DE ESA MANERA GANARÍAN LOS REPUBLICANOS

El fin del juego en EEUU… ¿una ‘elección contingente’?

La estrategia de Trump parece perfilarse cada vez más clara en todo este panorama de humo y espejos en que se está convirtiendo la vida política norteamericana desde la noche electoral o, por ser más precisos, desde esa hora de la madrugada en la que todo se dio la vuelta.

El fin del juego parece ser forzar una ‘elección contingente’, el procedimiento que prevé la Constitución en caso de que no se certifiquen los votos de los electores.

Y es que aunque la prensa ya le denomina ‘presidente electo’, puestos a ser puristas todavía no lo es: la certificación definitiva la realiza el Congreso reunido el próximo 6 de enero (¿a quién le traerán los Reyes una presidencia?). Y para asegurarse de que hay disputa, siete estados -Pensilvania, Georgia, Míchigan, Nevada, Winsconsin, Arizona y Nuevo México- han enviado dos listas, una por el gobernador y otra por la legislatura; una por Trump y otra por Biden. Es lo que se conoce como ‘duelo de electores’ o ‘duelling electors’.

La razón aparente es que así estos estados, de cuyos resultados electorales hay presentadas demandas que, en teoría, podrían prosperar, se protegen de las consecuencias legales de que los tribunales dieran la razón a los demandantes en el sentido de que, efectivamente, ha habido fraude.

Que lo ha habido parece demostrarlo el análisis de las máquinas de Dominion realizado por un equipo forense en el condado de Antrim, en Michigan, donde incluso se realizaron demostraciones de cómo usar el sistema para amañar los resultados.

Para iniciar el proceso de una elección contingente, tiene que haber un senador y un diputado de la Cámara que objeten a una de las listas. Entonces las cámaras, ya por separado, votan si procede la revisión.

En el Senado, los republicanos tienen la mayoría, y si vota a favor de la revisión y la Cámara vota en contra, el desempate corresponde al presidente del Senado, que no es otro que el vicepresidente Mike Pence. En caso de que se tome la decisión, de convocar la elección contingente, en la que es la Cámara la que decide quién es el presidente electo.

Los demócratas tienen mayoría en la Cámara, pero en una elección contingente no votan individualmente los diputados, sino colectivamente los estados: un estado, un voto. 26 republicanos frente a 22 o 23 demócratas.

Esta estrategia tiene muchos imponderables. El Partido Republicano no ha mostrado precisamente una fidelidad llamativa a Trump, más bien al contrario. Sin ir más lejos, Mitch McConnell, presidente de la mayoría en el senado, ha concedido hoy la victoria a Joe Biden. “El Colegio Electoral ha hablado, así que quiero felicitar al presidente electo Joe Biden. El presidente electo no es un extraño para el Senado. Lleva muchos años consagrado al servicio público”, dijo McConnell, probablemente sellando su destino electoral.

Y McConnell está lejos de ser el único. Los ‘nevertrumpers’ llenan las filas republicanas, y quizá sean mayoría los miembros activos del partido que respiren aliviados cuando Trump salga de la Casa Blanca. Después de todo, el presidente le ha dado la vuelta al partido como un calcetín, imponiéndole una línea política ajena al ‘corpus’ habitual, especialmente en aventurerismo bélico e inmigración masiva.

Para obligar a los más recalcitrantes a votar por el presidente, su equipo tendría que sacar de su chistera figurada el Conejo Más Grande Del Mundo, algo que haga imposible dudar, que convierta a quien lo haga en un verdadero e indisputable canalla a los ojos de los americanos.

De hecho, la atmósfera está tan cargada de electricidad que de continuo saltan chispas en forma de bulos o rumores sobre secretos de Estado que, de desclasificarse, llevarían a una verdadera limpia de la ciénaga de Washington; sobre investigaciones a punto de concluirse o ya concluidas que se presentarán, en el mejor estilo de Hollywood, en el momento de mayor dramatismo. Apuntamos, de pasada, que dicha atmósfera es también bastante peligrosa.

Si no hay conejo, es probable que no haya elección contingente o que se pierda, con la consiguiente depresión de los trumpistas.

Pero en ningún caso se volverá a la ‘normalidad’. Esto es como la pandemia: la ‘nueva normalidad’ no va a parecerse en nada a la normalidad sin adjetivos. Todos esos análisis forenses, esos cálculos matemáticos y estadísticos, esas asombrosas coincidencias y la montaña de declaraciones juradas han dejado en muchos, sino en la mayoría, de los americanos la sensación de que Biden ha ganado haciendo trampas. El hecho mismo de que haya ganado, teniendo todo el carisma de un trapo mojado -por robarle la analogía a Nigel Farage-, y por más votos que Obama, ya suena fatal en el hombre que apenas reunía una docena de personas en sus mítines. Hoy su equipo, alegando alarma sanitaria -el comodín de todo el mundo últimamente-, ha pedido a sus imaginarios fans que no vuelen a Washington para la inauguración, lo que es una excelente manera de buscarse una excusa al previsible escaso entusiasmo de la ceremonia.

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