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provocó una oleada de pillajes, incendios y violencia

El juicio por la muerte de George Floyd: entre un golpe a la seguridad jurídica o el polvorín racial en EEUU

Protestas de la extrema izquierda por George Floyd

¿Se acuerdan de George Floyd? Es difícil olvidarle, incluso con la pandemia y los mensajes contradictorios de los líderes políticos de todo el mundo ante ella. Una veintena de ciudades norteamericanas ardieron por su causa, Estados Unidos vivió una verdadera oleada de pillajes, incendios y violencia, el grupo marxista Black Lives Matter se hizo tan poderoso que apenas hay político que no se incline ante él, varios estados y municipios redujeron o eliminaron directamente el presupuesto para las fuerzas del orden, se hicieron marchas multitudinarias en los lugares más recónditos del planeta y hasta en un lugar tan inverosímil como Cáceres inauguró un monumento a su memoria.

Porque la muerte de Floyd a manos de la policía blanca convenció al mundo de que el ‘racismo sistémico’, dogma fundacional de la Administración Biden, era una realidad en América. Un vídeo viral que mostraba al agente de policía blanco Derek Chauvin, de Minneapolis, asfixiaba al joven negro con la rodilla en su cuello mientras el detenido suplicaba que parara porque no podía respirar, conmocionó al planeta.

Hoy Chauvin está en el banquillo, acusado de asesinato, y lo que salga de ese juicio puede ser tremendamente explosivo para Estados Unidos y, por contagio, para el mundo entero. Porque un tribunal penal no es un lugar donde las consignas y la propaganda tengan valor probatorio, el acusado es inocente hasta que se demuestre lo contrario y muchos indicios apuntan a que, en realidad, la actitud del policía pudo no ser lo que causara la muerte del delincuente habitual. Y un veredicto en este sentido podría, sencillamente, hacer que la calle volviera a arder, con consecuencias imprevisibles.

Lo advirtió en la CNN el célebre periodista Van Jones, para quien un veredicto de inocencia pondría a América en “una posición peligrosa”. “Esto es poner el sistema en el banquillo para una generación. Y, ¿saben?, escuchen, pueden preguntar a cualquiera de los que se han estado manifestando en plena pandemia, va a haber quinientos millones de personas observando cuando se anuncie el veredicto”.

El pequeño problema es que un veredicto de culpabilidad por asesinato podría ser sencillamente una injusticia, y también hay una América a la que podría preocuparle mucho, mucho saber que su sacrosanto sistema judicial está sometido a la presión política.

Las imágenes que empezaron todo esto son terribles, y es comprensible que quienes contemplaron el vídeo de 9 minutos de Chauvin con la rodilla en el cuello de George Floyd sin atender las súplicas de este proporcionan un caso cerrado. Pero en estos meses han surgido nuevas pruebas.

Por decirlo de una vez, Floyd no murió ahogado bajo la rodilla de Chauvin. Es lo que muestra la autopsia, que no aprecia la menor contusión o señal de violencia en los músculos del cuello. Floyd murió de una parada cardiaca, compatible con su crónica constricción arterial: cinco arterias presentaban un bloqueo del 90%, y otras dos de un 75%. Por otra parte, esa misma autopsia reveló una altísima concentración de fentanilo en el organismo de Floyd y restos de metanfetaminas, de modo que si hubiera muerto sin que le tocara Chauvin su muerte se hubiera atribuido sin problemas a sus problemas cardíacos congénitos y a una sobredosis de fentanilo.

Más: una grabación que muestra los minutos previos a la escena crucial muestra a Floyd gritando repetidas veces “no puedo respirar”, y resistiéndose a la detención de dos policías novatos que tratan de introducirle en el coche patrulla, acusado de haber intentando colar en una tienda un billete falso. Y quienes estaban con Floyd en el coche antes de ser detenidos por la policía confiesan que en un momento dado la víctima perdió el conocimiento antes de que llegaran los agentes.

No envidio al tribunal. Tiene ante sí un espantoso dilema: alegar que hay una “duda razonable” y declarar, por tanto, inocente a Derek Chauvin de la muerte de George Floyd, encendiendo el polvorín racial en toda América y dejando en una posición bastante ridícula a todas las instancias de Occidente que han declamado a placer a costa del caso; o ignorar las pruebas y declararle culpable, asestando un golpe de muerte a la seguridad jurídica y al prestigio del estamento judicial, ante millones de norteamericanos que sabrán que, de ahora en adelante, ya no tienen la seguridad de ser juzgados con imparcialidad si la opinión publicada decide lo contrario.

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