«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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110 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL PRÓCER DE LA DEMOCRACIA ESTADOUNIDENSE

El legado de Reagan: ‘La mejor política social es un empleo’

Ronald Reagan es un tipo único en su especie. Su paso por el poder, entre 1981 y 1989, terminó de configurar al Partido Republicano como el defensor de los valores conservadores y las políticas económicas pro-mercados, al tiempo que llevó a los Estados Unidos a asumir un rol determinante como el bastión de occidente de la defensa de la democracia, la libertad y el capitalismo, así como un referente obligado de la lucha contra las amenazas mundiales de la izquierda.

Reagan, que venía de ser además un reputado actor de Hollywood y que despuntó como Gobernador del Estado de California, se hizo muy popular debido a las ingeniosas frases que de tanto en tanto profería. La oratoria era, sin lugar a dudas, uno de sus fuertes como político.

Dentro de ese sin fin de ocurrencias, salidas y dichos memorables, hay una muy especial: “La mejor política social es un empleo”. ¿Y cómo llevarle la contraria? Más allá de los programas sociales y de las innumerables veces en las que el Estado inventa mecanismos para intervenir en la vida de los ciudadanos; un trabajo bien remunerado generalmente es el punto de partida para la superación personal.

Ya lo asomaba John Locke en su ensayo sobre el gobierno civil: el día que el hombre descubrió que a través de su ingenio y sus manos podía crear y transformar cosas, ese mismo día comenzó la historia de la superación de la humanidad. Desde allí, la inventiva y el esfuerzo a través del trabajo, han sido los factores que explican la movilidad social ascendente en la vida de las personas. Este es el retrato de la aparición de lo que primero se conocería como la burguesía y luego como la clase media.

Nacer y morir estancado en el mismo sitio, en medio de la pobreza, era el signo común de las antiguas sociedades del mundo. Solo los nobles estaban llamados a disfrutar de las mieles de la vida, de sus cosas buenas. Los pobres venían al mundo a asumir una vida cuando menos, martirial. El día que los hombres notaron que su trabajo y su ingenio podían imprimirle valor a una cosa, y decidieron crear bienes y servicios que son apreciados en los mercados, todo comenzó a cambiar.

Una mujer que consigue unos duraznos, pero intuye que sometiéndolos a un proceso de cocción y agregando un poco de azúcar puede conseguir una deliciosa mermelada de duraznos, es una visionaria. Un hombre que nota que los bosques están repletos de árboles, y que si corta sus troncos y procede a hacer con ellos sillas y mesas -supliendo la necesidad de mobiliario de las personas comunes- es astuto. Estas son solo algunas posibles historias de cómo el trabajo modificó la historia económica y social del mundo.

Ingenio y trabajo duro son los elementos comunes que vamos a conseguir en todas ellas.

Reagan, al traer de vuelta la frase, no solo aludía a una obviedad por muchos olvidada, sino que ponía sobre la mesa de nuevo la importancia del hombre, el respeto a su individualidad y la creencia de que él mismo tiene la receta para su salvación.

Sin duda que en muchas sociedades las desigualdades hacen aparición de una manera más frecuente de la que nos gustaría. Pero décadas y décadas de intromisión del Estado en los asuntos más íntimos de los ciudadanos, de la manera más torpe además, nos dan cuenta de que considerar a las personas como seres desvalidos, incapaces de cuidarse a sí mismos, solo ha empeorado el problema: se han creado inmensas e ineficientes burocracias, los individuos se han castrado a sí mismos como seres capaces de crear, innovar y trabajar por un mañana mejor y, más importante aún, la libertad y la democracia han sido puestas en jaque, a través de gobiernos que cada día respetan menos el espacio privado de la gente.

Estamos en tiempos en los que incluso la pandemia invita a pecar: poblaciones a lo largo y ancho de todo el mundo que asumen haber quedado en medio de la línea de fuego, desprotegidas ante los embates del virus chino, pueden ser llevadas a gritar desesperadamente por auxilio. Sociedades enteras aquí y allá son inducidas a clamar por la presencia de la protección del todopoderoso y paternal Estado, para “navegar” la crisis causada por el covid-19 en medio de subsidios, subvenciones y ayudas que compensen la debacle económica que ha supuesto todo esto.

El peligro ante un nuevo culto al Estado y sus intervenciones permanentes en los asuntos privados de los individuos siempre debe ser mirado con atención. El apetito del aparato estatal por inmiscuirse allí en donde no se le ha llamado siempre estará a la orden del día. De eso da cuenta toda la batalla que el liberalismo clásico ha tenido que lidiar en los últimos dos siglos en medio de la tensión permanente que significa facultar a unos pocos con el poder de decidir sobre conjuntos amplísimos de personas, en distintos ámbitos de sus vidas.

Solo élites responsables y poblaciones conscientes son capaces de ponerle coto al desorden que puede suponer la voluntad irrefrenable de los poderosos de controlar y controlar cada vez más a los individuos y sus deseos de realizar libremente sus existencias.  

Quizá sea hora de volver al sentido común, tal cual nos pedía Reagan con aquello de que “La mejor política social es un empleo”. Más que una oración hueca, aquí tenemos un verdadero himno de lucha resumido en una frase simple. Un cántico a creer en el hombre bueno y trabajador; ese que es capaz de salir adelante con fe en Dios, pero también en las manos que tiene para trabajar y labrarse su futuro a través del esfuerzo.   

Reagan no fue electo y reelecto como Presidente de los Estados Unidos en los 80s por ganar un mero concurso de popularidad, por tener una cara bonita o por arrastrar tras de sí la fama hollywoodense. Lo hizo porque fue capaz de darle sentido a los principios básicos de la lógica económica, poniéndola al servicio del americano promedio y sus potencialidades; recordar el papel fundamental que tenía los Estados Unidos como garante de la democracia y la libertad dentro del concierto mundial de las naciones y, sobre todo, por ser un hombre de convicciones inamovibles en medio de los turbulentos tiempos que le tocó vivir. 

Este 6 de febrero se cumplen  110 años del nacimiento de este prócer civil de la democracia estadounidense. Desde acá solo podemos decirle: ¡Feliz cumpleaños, Ronald!

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