«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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PARA PONER FIN A LA DICTADURA

El periodismo independiente ante el manual castrista de subversión de la realidad

No se crea jamás que Fidel Castro era un simple psicópata que por arte de magia revolucionaria logró engañar primero a un grupo de jóvenes rebeldes, descontentos con Fulgencio Batista, y a empresarios confundidos o resentidos, para luego arremeter contra todos ellos, encarcelarles, fusilarles y finalmente embaucar a todo un pueblo, y hasta a un hemisferio, por varias generaciones. 

Para nada era tonto. Su capacidad para crear disturbios, intrigas y manipulaciones era casi tan grande como su maldad. Pero igual se equivocaba. Y grandemente. 

Todo eso lo puso en práctica siempre. Sobre todo, la manipulación a nivel masivo. En lo que sigue, por ejemplo, podemos comprobar cómo el dictador certifica que el sentido de los medios de comunicación en la Cuba totalitaria debía ser el mismo, aunque ya en una fase de sostenimiento, de la emisora radial Radio Rebelde, que fundara en la Sierra Maestra como aparato propagandístico de su Revolución, mientras realizaba actividades subversivas en las montañas y ciudades, antes de finalmente hacerse del poder total en la Isla. 

“Veo la prensa como una fuerza, un instrumento formidable de la Revolución. La veo como Radio Rebelde, en la Sierra Maestra, porque estamos viviendo tiempos que no son más fáciles que los de la Sierra Maestra; estamos viviendo tiempos más complejos que los que vivimos en aquella época”, esto dicta el dictador a los comunicadores en el país, el 23 de diciembre de 1992, tres años después del derrumbe del Muro de Berlín, y subrayando, con una impudicia increíble, que el pueblo cubano está condenado a una guerra sin fin, guiado por sus falsos ideales, como en un eterno retorno. 

Y es precisamente, en medio de esa enfermiza batalla en la que el pueblo siempre será víctima, donde la prensa, guiada y controlada por el partido comunista, “tiene la misión primordial de defender la Revolución. Defender la Revolución es defender el socialismo. Cuando hablamos de esta Revolución, no la puedo concebir separada del socialismo, son inseparables”. Esto recalcaría, una y otra vez, antes, durante y después de la caída de la Unión Soviética. 

Pero su visión, más allá de chupar de la teta del bloque comunista de Europa, siempre estuvo puesta en América Latina. Primero a través de la subversión armada y luego a través de la guerra cultural. No es casual que en el VI congreso de la UPEC, Castro les advierte a los periodistas que los medios de comunicación no son “un instrumento para nuestro país”. Les dice con su siniestra ironía y desvergüenza: “Olvidémonos de eso. Somos una gota de agua en un océano, casi. Hay muchas ideas que sembrar y extender por el mundo”. Y así lo hizo. Lo siguió haciendo hasta el final. Y sus ecos aún se utilizan para estos virulentos propósitos. Un terrible legado. 

También a propósito del VI congreso de la UPEC, Castro reitera que la prensa tiene una importancia vital en su batalla de ideas. “Una lucha en la que” -lo reconoce- “nos estamos jugando todo”. Y ya no sólo para el presente de los cubanos sino también para el futuro de su sistema: “No solo nos estamos jugando nuestra obra, nos estamos jugando la obra de todas las generaciones que nos precedieron, y estamos defendiendo la herencia de los que vendrán después de nosotros. Hay que partir de ese enfoque”. Algo que se empeñan en sostener, con más errores que el fantasmal caudillo, sus seguidores en el ilegítimo poder. 

En ese mismo discurso, hábil manipulador, Castro acude a la imagen, fabricada por él, tergiversada en todos los niveles, de José Martí. Y lo hace con la pretensión -no faltaba más, una vez más- de desvirtuar la realidad e influenciar a los periodistas para que le sigan sirviendo de soporte y fusil, e incluso carne de cañón, y con su ayuda, consciente o inconsciente, continuar adoctrinando y domesticando generaciones. A sus descendientes incluidos. Un juego macabro que aún persiste en la Isla y que en otras latitudes debería comprenderse. Pues el mundo, para sorpresa de unos y horror de otros, va por un rumbo muy parecido. Algo muy pero muy peligroso.  

Interpretemos a Castro en el citado discurso cuando, como si de un espíritu comunista se tratase, manosea la imagen del notable poeta y político del siglo XIX, apóstol de la independencia de Cuba, en función de sus perniciosos intereses: 

“¿Cómo pensaría Martí en una circunstancia como esta? ¿Qué diría Martí del papel de la prensa en una circunstancia como esta? Es decir, de la prensa revolucionaria. Creo que realmente no se apartaría de la esencia de las mismas cosas que ustedes han dicho aquí. Y tienen que darlo como premisas fundamentales: creo que la prensa, y aquí quedó claro con sentimiento y criterio de ustedes, tiene la misión primordial de defender la Revolución”. 

Martí, según Castro, les diría a los comunicadores: defender la revolución es su deber. Y es sinónimo de buen periodismo. Por eso exclama que “el país necesita la máxima calidad de nuestra prensa”, entendiendo por “calidad” no otra cosa que difundir el dictado estatal, el discurso de la Revolución. Hacer un periodismo revolucionario es hacer un periodismo socialista. Un periodismo castrista. 

En el 2007, previo a entregarle formalmente el poder a su hermano Raúl Castro, el viejo y enfermo dictador comenzó a publicar en la prensa nacional una serie de artículos que llamarían sus “reflexiones”, y que inmediatamente aparecían eran comentadas por todos los medios de prensa, siendo la guía de lo que debían pensar y hacer los revolucionarios ante diferentes temas y situaciones. Ante todo, realmente. Aunque por supuesto que no eran más que bodrios nacidos de su miserable e insaciable sed de poder. 

En la titulada “La historia real y el desafío de los periodistas cubanos” esto dispone Castro: “La verdad en nuestros tiempos navega por mares tempestuosos, donde los medios de divulgación masiva están en manos de los que amenazan la supervivencia humana con sus inmensos recursos económicos, tecnológicos y militares. ¡Ese es el desafío de los periodistas cubanos!”. 

Dos lecturas, al menos, podemos hacer. La primera -la pretendida por Castro- es que según el manual del periodismo castrista, la función de los periodistas cubanos (de los que no se arriesguen a disentir, claro está) no debe ser el compromiso con los hechos, con la incómoda verdad que durante décadas aqueja a su nación. Los periodistas cubanos, por ordenanza del periodista en jefe, deben olvidar su terrible entorno y enfocarse en criticar, revolucionariamente, lo que sucede fuera. Sobre Cuba ya les dirá el Estado qué decir, en qué momento y cómo. 

Ironía maquiavélica. Locura. Infinita tristeza para quienes realmente tienen respeto por un oficio cuyo mayor compromiso es con la verdad. 

La segunda lectura -que debería ser la que prevalezca en la Isla y el mundo- es totalmente contraria a la pretensión castrista de subvertir la realidad. Pues lo evidente es que sigue siendo el castrismo quien mantiene condenada la verdad a navegar por los mares más tempestuosos, signados por la censura, la autocensura y la represión sistemática. 

Es en Cuba donde los medios de divulgación masiva están en manos del Partido Comunista, quien con “sus inmensos recursos económicos, tecnológicos y militares” todos los días amenaza la supervivencia de los cubanos. De ahí que “el desafío de los periodistas cubanos” debería ser desertar inmediatamente de los medios oficiales, donde les han tenido atados durante tanto tiempo, y convertirse en periodistas independientes. Esa sería la salvación. De los periodistas y del periodismo cubano. La posibilidad de retornar ese noble oficio a la decencia. A ese estatus de donde un fallido proceso le sacó a fuerza de mentiras, patadas, castigos. 

En estas “reflexiones” es obvio que Fidel Castro se equivocó rotundamente. O tal vez se le escapó la verdad. Probablemente nunca lo sabremos. Pero valdría la pena que los periodistas decentes le tomaran la palabra al dictador y ayudaran, de una vez, a derribar los muros impuestos por una dictadura que a todas luces urge derrocar. 

Aunque lo cierto es que Fidel Castro murió en un contexto nacional, similar el actual, totalmente controlado por la policía política y acurrucado por la servidumbre intelectual: no debemos dejar de pensar y actuar para que esta realidad pueda ser revertida. Porque -si lo pretendemos, si lo construimos, desde ambas partes- cada vez más comunicadores se atreverán a cumplir su verdadera función: negarse al adoctrinamiento, informar, decir la verdad, con toda la dignidad, el riesgo y el agradecimiento que implica hacerlo en una dictadura. Porque siempre ha sido más fácil el silencio o la fuga. Bien lo sabemos. 

Y no será la masacre con que algunos tratan de paralizarnos, allá y aquí. Llegará ese momento (irónicamente “histórico”, como le gustaba decir al propio Castro) en el que, a los soldados del régimen, con la verdad chocándole en sus ojos, contra sus fusiles, nos les quedará más opción que abstenerse de asesinar a las multitudes indefensas, pero en las calles, y donde no faltarán sus familiares, avivados por las mismas penurias, hartazgos y demandas. 

Pero para que esto cuaje, para que finalmente esa explosión social suceda, sea real, y no sólo el eco de un viejo trino de más de 60 años: es imprescindible apoyar a los periodistas independientes en esa riesgosa labor que es expresar la verdadera realidad. Una elección que en la isla comunista es igual a convertirse en disidente. Este, en mi opinión, según mis experiencias dentro y fuera de la Isla, sería el camino más claro para ponerle fin a la dictadura y comenzar a sanar la nación. Y nos apremia hacerlo. En todas las orillas.

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