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Un entusiasta del fin de las identidades nacionales

González Pons, amigo de China y punta de lanza del globalismo en Bruselas

Esteban González Pons. Europa Press

Una de las figuras que mejor explica tanto la degradación de la Unión Europea como el interminable viaje del PP al centro de la nada es Esteban González Pons. El hombre fuerte del PP en Bruselas lleva tiempo destapándose como un entusiasta del globalismo, del fin de las soberanías e identidades nacionales y la imposición del modelo chino en occidente, uno de los grandes objetivos de las élites europeas.  

Con este historial no deberían sorprender las recientes declaraciones del vicepresidente del Partido Popular Europeo en las que reconoce que la misión de la UE en Polonia -que él mismo dirige- busca derribar al Gobierno de Mateusz Morawiecki. «Intentaremos ayudar a la sociedad polaca a cambiar las autoridades que no parecen ser buenas para Polonia». El alarde de ilegítima intromisión de González Pons, desde luego, se agradece en la medida en que confirma lo que la Unión Europea lleva tiempo haciendo con Polonia y Hungría: negar su soberanía y amenazar con sanciones en caso de ejercerla.

La sinceridad de Pons destapa el actual modelo de Unión Europea, un club cada vez más homogéneo que parasita la soberanía de las viejas naciones-estado. La megaestructura bruselense no quiere oír nada de las peculiaridades históricas de los veintisiete ni de su derecho a tener, por ejemplo, una política propia de fronteras, por eso los deseos del político español recuerdan demasiado a los tanques que la URSS envió para reprimir la revolución húngara de 1956 o la primavera de Praga del 68.  

Desde luego, la bravuconada de Pons es un nuevo aviso al gobierno polaco, al que amenaza con sanciones económicas por la compra del software espía Pegasus, que el viceprimer ministro polaco justifica al tratarse «de una herramienta muy útil para combatir el crimen y la corrupción» y descarta «cualquier operación de vigilancia a la oposición». Polonia, por cierto, ha reaccionado exigiendo su cese como jefe de la misión mientras Pablo Casado, que el lunes habló largo y tendido en la COPE, guarda silencio. 

No es la primera vez que el líder popular europeo muestra sus cartas. El 14 de noviembre de 2019 Pons celebraba una resolución contra Varsovia por impedir la difusión de propaganda LGTBI en las escuelas. Y el año pasado iba un paso más allá al ser el único eurodiputado del PP que votó a favor de un texto muy parecido que condenaba «en los términos más enérgicos posibles» la ley aprobada en Hungría que prohíbe la propaganda LGTBI en las escuelas y en los programas de televisión, publicidad o cualquier plataforma accesible a los menores de 18 años.

Si con Polonia y Hungría González Pons se crece, digamos que con China la cosa es diferente. En 2017, el portavoz del PP en el parlamento europeo viajó a Pekín para reunirse con el Gobierno chino y representantes del Partido Comunista. La reunión debió ir bien, porque a la salida manifestó que «la colaboración entre China y la UE es imprescindible para la estabilidad global». En realidad el PP llevaba tiempo colaborando más o menos de tapadillo con el partido de Mao y la gran hambruna. Cuatro años antes Cospedal había firmado en Madrid un acuerdo con los comunistas chinos, y hasta el propio partido lo anunció en su web explicando que lo hacía para «impulsar y ampliar las relaciones comerciales, políticas y económicas entre el país asiático y España». Una alianza, a priori, contra natura que, sin embargo, el paso del tiempo ha destapado de lo más convencional: no es que ningún país occidental tosa a China, es que están importando su modelo de control total de la población.

Claro que el planteamiento de prietas las filas que González Pons defiende para Europa también lo quiere en España. En 2016, cuando Rajoy pasaba apuros para formar gobierno, el portavoz popular en Bruselas apostó por un pacto con Ciudadanos y el PSOE, «una gran coalición a la europea». Más adelante, en la última campaña para las europeas, llegó a decir que «Podemos es un partido tan peligroso como VOX», aunque en el reparto de culpas no fue equitativo, pues a Pablo Iglesias lo calificó de «culto, inteligente y muy creativo», mientras que del discurso de VOX dijo que «es inaceptable, nadie lo entiende más allá de los Pirineos». 

Con esta hoja de servicios no extraña tampoco que sus mejores socios en el Parlamento Europeo sean el liberal Luis Garicano y el socialista Javier Moreno, que acudieron a la presentación de su novela, y con quienes participó en un reportaje en El Español «contra la dinámica del guerracivilismo» en el que desvelaban la «cordialidad y el consenso» de la relación que les une frente a la crispación del Congreso de los Diputados. Nuevamente España (nosotros) es el problema y Europa (ellos), la solución.

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