«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
DEL LIBRO 'MEMORIA HISTÓRICA', AMENAZA PARA LA PAZ EN EUROPA

Juicio y muerte de Lluís Companys: un mito

El 6 de octubre de 1934, Lluís Companys, presidente de la Generalidad catalana, se sublevó contra el Gobierno parlamentario y proclamó el Estat Català. La sedición se realizó un día más tarde del comienzo del golpe de Estado de la izquierda (PSOE y UGT) contra el mismo Gobierno. Aunque duró veinticuatro horas, causó casi cuarenta y seis muertos en Cataluña. Companys y sus consejeros fueron detenidos y encarcelados (foto). En el juicio posterior, se le condenó a treinta años de cárcel. Cordon Press

Un historiador catalán explica el proceso del presidente de la Generalidad catalana, Lluís Companys. El tribunal lo formaron otros catalanes y lo condenaron a muerte por su responsabilidad en la muerte violenta, incluso en centros de tortura, de más de 8.400 personas.

A Catalan historian explains the judgament of the president of the Catalan Generalitat, Lluís Companys. The court was made up of other Catalans and sentenced him to death for his responsibility in the violent death, including in torture centers, of more than 8,400 people during the Spanish Civil War.

En España se denomina «memoria histórica» a un sesgo de la interpretación de acontecimientos que conciernen a la Guerra Civil española (1936-1939). Se han elaborado legislaciones como la Ley de Memoria Histórica nacional (2007) que pretenden ocultar las barbaridades cometidas por el bando perdedor de la contienda; y se prepara otra más dura, llamada Ley de Memoria Democrática. Este tipo de iniciativas pretende crear un relato que no corresponde con la realidad y mitifica a responsables de multitud de crímenes. Uno de estos mitos, Lluís Companys presidente de la Generalitat de Cataluña entre febrero de 1936 y febrero de 1939, está siendo utilizada por el movimiento independentista catalán, formado entre otros partidos por ERC. La figura de este controvertido personaje se nos propone como una víctima inocente asesinado por el bando vencedor de la guerra. Sin embargo, sus admiradores silencian sus responsabilidades en el asesinato de más de 8.400 catalanes en Cataluña durante el conflicto español.

Checas, campos de concentración, barcos-prisión…

Una vez comenzada la guerra civil en julio de 1936, en la Cataluña de Companys proliferaron centros de interrogatorios, checas o barcos-prisión. Sólo en la ciudad de Barcelona hubo un total de 46 checas que se convirtieron en epicentros del terror. Muchas de ellas fueron controladas por anarquistas, pero todos los partidos de Frente Popular de izquierdas tenías sus checas donde fueron torturados y asesinados miles de ciudadanos. Con el tiempo, las Checas pasaron a depender en su mayoría del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), un auténtico instrumento de sovietización de la política española que asumió buena parte de la labor de terror emprendida por los anarquistas. En toda Cataluña, una región española de una superficie similar a la de Bélgica, se crearon seis campos de trabajo o concentración, donde también fueron exterminados muchos prisioneros sin ningún tipo de juicio.

Companys fue responsable de tantas matanzas por dos motivos. El primero es que armó y consintió que miles de anarquistas e izquierdistas formaran las llamadas Patrullas de Control y posteriormente Comités de Milicias Antifascistas. Estas patrullas recorrieron Cataluña asesinando indiscriminadamente a sacerdotes, ciudadanos significados políticamente o simplemente a católicos por sus creencias. En segundo lugar, Companys en agosto de 1936, consiguió que el Parlamento de Cataluña aprobara un decreto que le traspasaba todas sus competencias al Gobierno de la Generalitat. De este trascendente y acallado hecho, se desprende que fue un autogolpe de Estado en toda regla que liquidó en Cataluña el parlamentarismo y concentró el poder en su persona y por tanto en responsable de los crímenes cometidos bajo su mandato.

Companys huyó de Barcelona en enero de 1939, antes de la entrada de las tropas nacionales, y se exilió a Francia. En 1940, sería capturado ahí por los alemanes, trasladado a Francia, juzgado en Barcelona y condenado a ser fusilado. Ello le ha llevado a ser considerado por un «mártir» por parte de los independentistas. En este capítulo queremos revisar el mito del juicio a Companys y lo que los independentistas callan respecto a esos hechos. No podemos entretenernos en su captura por los alemanes ni de las discusiones sobre el trato recibido por la Gestapo y las complejidades de la extradición; para ello hay mucha literatura científica. El caso es que Companys, en agosto de 1940, fue repatriado prisionero a España. Y aquí se inicia —o culmina— una extraña catarsis que le hace abandonar ese estado de melancolía casi perpetua que sobrellevaba en el exilio. 

Una vez el preso llega a Madrid, el escritor Valentín de Pedro, lo describe así: “Los que lo vieron, decían que estaba desconocido, y que estaba más delgado y seco, y que sus ojos llenos de vida, fiebre y fuego, le salían del rostro”. Camino de Madrid a Barcelona, fue —contra su voluntad— esposado, a lo cual sentenció: “Está bien. También a Cristo lo crucificaron”. Las referencias religiosas empezaron a aparecer en su vocabulario antaño ateo. Parecía que Companys ya se iba auto-convenciendo de su inmediato papel martirial. En el traslado a Barcelona, le acompañaba prisionero Máximo Gracia Royo, al que le confesó: “Créame, prefiero ser fusilado que condenado a presidio por esta gente”.

La verdad sea dicha, con Companys se tuvo un trato cuidadoso, especialmente en el Castillo de Montjuïch, como así lo reconocería él mismo ulteriormente. Se le asignó la estancia destinada al cura castrense y no fue maltratado —confirma Josep Benet— ni de palabra ni de obra. Como no es cuestión ni intención de estas páginas una biografía de Companys, sólo nos quedaremos con algunos puntos que permitan la reflexión sobre cómo se inició la mitificación de Companys. La relación de acontecimientos y hechos no es exhaustiva, pero sí significativa.

Los catalanes que condenaron a Companys

Casi nunca se ha hecho hincapié en el papel de los catalanes que participaron en el proceso sumarísimo contra Companys. El juez instructor era el General tortosino D. Ramón de Puig Ramon. El fiscal fue otro militar catalán, tarraconense para más señas, Enric de Querol. Entre los llamados a declarar estaban dos insignes apellidos catalanes: Carlos Trías (tío del que fuera décadas después alcalde convergente de Barcelona, Xavier Trías, entre 2011 y 2015) y José Tàpies Mestres (su hijo fue el célebre pintor Antoni Tàpies), entre otros. Fue un militar catalán, alzado el 19 de julio, condenado a muerte y cuya pena fue conmutada, el que aceptó la defensa de Companys. Se trataba del capitán de artillería Ramon de Colubí, cuya acción como abogado fue ejemplar y así lo reconoce también Companys en sus últimos escritos. El famoso Luys de Santamaría, camisa vieja falangista y consejero nacional del partido único franquista FET y de las JONS, afincado en Barcelona, se negó a asistir al juicio. Él mismo había pasado por esa experiencia, pero en el bando contrario y había sido condenado dos veces a muerte. La pena se le había conmutado por la intervención de intelectuales antifranquistas a su favor.

Un aparte especial merecen dos de las hermanas de Companys, Ramona y Neus, que permanecieron con él en su último trance. Las hermanas, cosas de la vida, eran profundamente católicas. Y aunque querían mucho a su hermano, ni compartían sus ideas políticas, ni aceptaron nunca su divorcio y segundo matrimonio. Por ello habían permanecido muy distantes de su hermano durante años. Pero la sangre es la sangre y el amor el amor. Ellas estuvieron con él sus últimos días hasta su fusilamiento. Gracias a Ramona y un diario personal en el que recogía los acontecimientos, podemos saber cómo pasaba Companys esos días: “Está tan tranquilo —escribía el 11 de octubre de 1940— que creo que no hay nada que pueda turbar su paz”. También quedan recogidos esos aspectos místicos que hemos referido. Por ejemplo, constantemente hacía alusión a que se sentía indigno de morir con casi sesenta años por Cataluña.

Al acabar el juicio, se le concedió a Companys la posibilidad de hablar. Su tono fue sencillo y sin ánimo de grandes retóricas. Sorprendió oírle decir cosas como (dirigiéndose al Tribunal): «Ustedes no tienen la culpa de mi muerte» y acusó de la situación a las presiones recibidas de instancias superiores. Se despidió del Tribunal con un «¡Ah, sin rencores!». El caso es que su breve discurso impresionó a los asistentes. Tras el ya más que esperado anuncio de la sentencia a muerte, todo se precipitó. Las hermanas, muy creyentes, le estuvieron hablando de Dios y su misericordia y de que se preparase como católico para la muerte. Hubo una primera resistencia inicial, pero luego solicitó un monje capuchino (ya tenían fama por aquella época de catalanistas).

Hay ciertas dudas sobre quién le atendió espiritualmente en los últimos momentos. Josep Benet se inclina a favor del jesuita Isidre Griful (que con el tiempo se fue haciendo catalanista y algo progre). El caso es que tras una larga conversación con el sacerdote, pidió confesión, acolitó en Misa (de pequeño había sido monaguillo) y comulgó. Los últimos escritos de Companys están llenos de referencias espirituales y a Dios. Esta es una de las partes que siempre debe ser ocultada, para que resplandezca el mito.

La propia hermana, Ramona Companys, comentó a los militares en una mezcla de mística y esperanza, aguardando aún la sentencia: «Yo creo que es providencial que le hayan juzgado hoy, vigilia de Santa Teresa. Yo les pediría que no tengan que ejecutarlo esta noche. Yo les ruego que pidan a la gran Doctora que les iluminen, para que no firmen nada irreparable». Pero las plegarias no lo evitaron. Una vez ejecutado Companys, en los escritos de Ramona aparecen constantes referencias a él como un “santo” que murió el día de Santa Teresa de Jesús. No deja de ser paradójico que esta devoción a Santa Teresa fuera compartida por el mismo Franco que llevó a su lado durante toda la Guerra, el brazo incorrupto de la santa de Ávila, encontrado entre el botín robado y abandonado por las izquierdas en Málaga.

Resignación ante su condena

Sobre los últimos momentos hay un relato que ha calado en los mitómanos catalanistas sobre que Companys se descalzó para ser fusilado. Con esto se significaría que moriría pisando la tierra pairal, la tierra catalana, su amada Patria. Este hecho apócrifo ha mitificado aún más la muerte de Companys y se encuentra recogido en innumerables escritos. El caso es que en las fotos públicas que se conservan de las postrimerías del personaje (las de Companys ejecutado descansan en un archivo del Ministerio de Defensa, son clasificadas y no se pueden consultar), en una de ellas se le ve caminando custodiado por dos guardias, hacia el foso de Santa Eulalia. Compays está calzado, con las mismas zapatillas blancas con las que lo detuvieron los alemanes en La Baule. Lo que sí es cierto es que el presidente de la Generalitat murió con los ojos sin vendar y gritando “Per Catalunya!”.

Lo de “morir descalzo” no es anecdótico pues ha inspirado y emocionado a miles de catalanistas y lo encontramos relatado en cientos de artículos y referencias. Pero alguien nada sospechoso de anticatalanismo —Josep Benet— desmintió que Companys muriera descalzo. En una entrevista al diario El País, en 19 junio 1998, reconcía que: “murió calzado con las mismas zapatillas blancas con las que lo detuvo la policía militar alemana en La Baule”. Quizá el origen de esta mitología gestual se deba a otro hecho menos épico. Por dos fuentes orales indirectas, que oyeron a testigos presenciales relatar el momento, se puede deducir que la cosa fue así: antes de ser custodiado por los guardias hacia el lugar de la ejecución —como recoge la fotografía mencionada— se fumó plácidamente un cigarrillo. En esto coinciden muchos historiadores. Cuando fue llevado al fatídico lugar, pocos metros antes, Companys se derrumbó. Le flaquearon las piernas y los últimos metros lo tuvieron que llevar arrastrando mientras lloraba. Es ahí donde posiblemente alguno de los zapatos podría haberse caído y alguno de los guardias se lo habría repuesto (simplemente estamos lanzando una hipótesis, pues solo contamos con esos testimonios indirectos). Ya en el lugar donde iba a ser fusilado, se rehizo, rechazó la venda y gritó «Per Catalunya». En esto no hay duda, aunque algunos digan que gritó «Visca Catalunya». Pero por lo demás, murió con calzado francés, y mucho menos se quitó unas «espardenyes» (alpargatas catalanas), como se ha llegado a encontrar escrito en algún sitio.

Ya hemos mencionado la intervención de catalanes en el juicio contra Companys, pero paradojas de la historia, quien dirigió el piquete de ejecución también fue otro catalán: Benjamín Benet Blanch, natural de Mont-roig del Camp (aquél pueblecito donde se inició la historia del espiritismo). Este último personaje ha salido recientemente a la luz gracias a la obra de Jordi Finestres, Retrat d’un magnicidi, les últimes hores del president Companys. Companys no murió inmediatamente y el tiro de gracia lo ejecutó Benjamín Benet. Consumado el acto dijo: «He rematado a Companys. Que Dios tenga piedad de su alma y perdone la mía». Hasta los forenses fueron catalanes, tanto el militar (Luis Mª Callís Farriol) como el civil (Pere Badal i Botanch).

Ni su muerte ni la ley pueden limitar las investigaciones

Este es el esbozo, imperfecto e incompleto por necesidades obvias, pero no errático, de cómo fue juzgado políticamente Companys por sus compañeros catalanistas, antes que por el Ejército nacional. Estas líneas han tenido por intención describir cómo un hombre que tuvo infinidad de críticos, conspiradores y gentes entorno suyo que le odiaban por ser poco catalanista, aceptaron —tras su fusilamiento— que para la historia del catalanismo acabaría convirtiendo en mártir y referente ineludible. El afamado historiador catalanista Ferran Soldevila, en su Dietaris de l´exili i del retorn, apunta el 6 de octubre de 1940, dándole la razón a un comentario del pintor Joaquim Sunyer: «Si llega la confirmación definitiva [de la muerte de Companys] será como dice Sunyer: «Ya nunca más podremos hablar mal de él: le habrán hecho un mártir, un santo»». Otro catalanista, Pous i Pagés, en Vida y Obras, recoge una carta recibida de Antoni Mª Sbert. En ella se lee: «Las circunstancias son tales que lo han convertido en un símbolo. El hombre que habría —y que había y era— más discutido, se ha convertido en un mártir» (p. 284).

Ciertamente fue así. Todos los que le odiaban y rechazaban tuvieron que asumir el póstumo papel de Companys: el del President màrtir. Pero esta aureola, este pasar del infierno al cielo, no puede velar ni detener las investigaciones históricas que intenten demostrar cuál fue la verdadera responsabilidad de Companys en Cataluña durante el primer año de la Guerra Civil en el que se cometieron miles de asesinatos bajo su gobierno de la Generalitat y se ejecutaron docenas de penas de muerte con su firma.

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