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LA VIOLENCIA SE IMPONE EN LA HISTORIA DE LA NACIÓN CARIBEÑA

La ‘comunidad internacional’ fracasa continuamente en sus intentos por promover la democracia en Haití

El presidente asesinado de Haití, Jovenel Moïse - Reuters

De Quisqueya han escrito más los poetas que los historiadores y teóricos sociales. Por eso, para definir lo que es Haití, podemos acudir a la definición hecha por el quisqueyano Juan Luis Guerra cuando dice en su canción “El costo de la vida” que la isla es “un agujero en medio del mar y el cielo, quinientos años después”. Él hablaba de República Dominicana específicamente, pero no hay ningún problema al aplicar la frase a la isla entera.

Y al hablar de Haití, el cantautor comunista y propagandista venezolano Alí Primera decía que en ese país han muerto luchando por la libertad “el número exacto de las veces que en un siglo mueve las alas el colibrí”.

¿Y qué dicen los teóricos? Hablan de los hechos económicos, del desarrollo histórico y normalmente regurgitan teorías eurocéntricas y racistas sobre las razones de la situación haitiana.

La izquierda muy especialmente, se afana en remontarse a la independencia de Haití para explicar el origen del problema. Partiendo de ahí, todo lo demás es fracaso, pues se limitan a decir (sin decirlo abiertamente, con su tradicional hipocresía), que el problema es que los esclavos negros se alzaron y mataron a los colonizadores blancos franceses, sustituyendo el orden colonial y yéndose por el barranco de la república supremacista, condenándose al atraso.

Este criterio, pueril dicho sea de paso, ignora un hecho claro y verificable con respecto a la colonización como acto de Estado en su momento. Y desdeña, además, la diferencia obvia entre la colonización española y la francesa. Es más que claro que el efecto de la “leyenda negra” es un ataque a la hispanidad, más que a la colonización, pues se habla del conquistador español pero nunca de los desmanes que en colonias francesas, inglesas y holandesas quedaron marcadas en la piel de los nativos y esclavos importados.

Reivindicando el colonialismo español, aunque mal pague

Ignoran los anti españoles que se disfrazan de bondadosos reivindicadores de aborígenes y esclavos negros, que las colonias españolas se independizaron precisamente porque el sistema colonial español no era realmente opresivo en estricto sentido, como si lo eran los sistemas coloniales de otras potencias europeas. Esto tiene quizás explicación por  el tema religioso, que motivaba a los fundadores del sistema, nada más y nada menos que los reyes católicos. 

Así, terminaba siendo más importante la presencia del misionero que del propio conquistador. Porque el misionero iba a convencer al aborigen de la necesidad de asimilar una nueva cultura, intentando entonces de arrancada una imposición consensuada, aunque imposición al fin. Porque no se trata de negar la obvio: los españoles querían imponer su cultura, sus creencias y su sistema. 

Pero el combate vino como consecuencia de los errores al momento de tratar a los aborígenes, contraviniendo el mandato religioso. Cuando el conquistador español esclavizó aborígenes, robó y violó mujeres, impuso tributos y expolió riquezas, pues obviamente el aborigen se alzó. ¿Contra qué? Contra la imposición. Y fue esa imposición la que combate el hecho religioso, que explica en gran medida dos cosas: el catolicismo en Hispanoamérica mucho más fuerte incluso que en Europa y la resistencia inicial de los aborígenes americanos a aceptar las ideas independentistas, que los dejaban inermes frente a los criollos racistas y supremacistas. 

Revisemos una cosa clara y básica, como indicio: ¿Cuántos aborígenes dejaron los franceses en Haití? Revisar la población de ese país nos dará una idea: 95% de la población es negra y el porcentaje restante esta compuesta por mestizos y blancos de origen francés. ¿Dónde están los aborígenes que poblaban la isla? 

Podrá un ensoberbecido combatiente antiespañol decir que los indígenas fueron arrasados por los conquistadores españoles antes de la partición de la isla, que además fuese bautizada como La Española por Colón. Según esto, en 1665 ya no quedaba ni un solo taíno por culpa de los españoles.

Siendo así, una nueva pregunta asalta la lógica del negrolegendario antiespañol: ¿Cuántos aborígenes hay en los territorios ultramarinos franceses de Martinica, Guadalupe, Guayana Francesa, San Bartolomé, San Martín? ¿Cuántos en los territorios holandeses de Aruba, Curazao, Bonaire, Saint Marteen, Surinam? ¿Cuántos en los territorios de la Mancomunidad Británica de Trinidad, Barbados, Guyana, etc?

Revisemos entonces mejor las cosas. Es más que evidente que la diferencia entre una y otra parte de Quisqueya está en que España dejó instituciones de gobierno que no había en los territorios coloniales de Francia. Le interesaba a España y, por cierto, también a Portugal que existiesen instituciones que permitieran que sus dominios funcionaran por sí mismos. Si bien esto a la larga significó que en el caso español la independencia ocurriera, no puede culparse al sistema por eso pues la independencia iba a ocurrir tarde o temprano como de hecho ha ocurrido también en territorios de otros imperios. Pero cuando comparamos a los territorios independientes colonizados por España con los territorios independizados conquistados en América o África por franceses, holandeses, belgas o ingleses ¿qué encontramos sino la ausencia de instituciones y de ciudadanía que, con sus bemoles, sí se formaron en las sociedades americanas gracias a la herencia hispana?

Empecemos por ahí a la hora de hablar de Haití y dejemos atrás el complejo “Black Lives Matters”, que no es una camisa talla única para evaluar al mundo.

Una herida llamada Haití

Yendo entonces al fondo del asunto, lo que tenemos en Haití es, en principio, una ausencia de instituciones y una ausencia de ciudadanía, en sentido amplio. Por un lado, el trato despótico que se le prodigó al habitante forzoso de la isla, importado a la fuerza desde África y sin acceso a la ilustración de la época que solo podía llegar a través de la educación, solo podía dejar un territorio con pequeñas rencillas permanentes que a la larga llevaran a ese país a ser un simple campo de batalla de la guerra civil permanente.

Pero por otro lado, caemos en la acción que, ya en tiempos modernos, ha desarrollado la llamada “comunidad internacional” a la hora de comprender y manejar los fenómenos que se desarrollan en países como este. Se parte de la irresponsabilidad generalizada a la hora de confundir ayuda con inversión y desarrollo con crecimiento. 

Las instituciones internacionales quieren ayudar pero no invertir. Y ayudan mucho, sobre todo a las propias burocracias de esos entes, que justifican su existencia y sus presupuestos gracias a la existencia de problemas como el haitiano. Basta ver como organizaciones gubernamentales y no gubernamentales de esa comunidad internacional engordan sus presupuestos cada vez que surge una crisis en algún país del tercer mundo, pero al paso de los años si se revisa lo gastado, las soluciones fueron casi nulas y los resultados bastante magros.

Siendo así, el haitiano también espera ayuda, más que inversión. Subsidio, más que trabajo. Caridad más que salarios dignos. Y todo eso por la ausencia de ciudadanía, pues el haitiano fue primero esclavo y luego manumiso, pero no llegó a la ciudadanía. En Hispanoamérica padecemos más o menos de lo mismo, pues nos queremos comportar como ciudadanos cuando en realidad nos seguimos sintiendo súbditos huérfanos de monarca. Pero eso ya es otra cosa.

¿Quién mató al presidente haitiano? Cincuenta especulaciones, quinientas teorías y una sola verdad. Lo mató Fuenteovejuna, señor. Es decir todos o ninguno. El narcotráfico o los poderes fácticos de EEUU o Francia. Organismos de inteligencia de uno o de otro lugar. Simples bandoleros. O aventureros freelancer. Veremos un nuevo gobierno que, como los anteriores, se irán a la deriva de la autocracia y la inestabilidad. Volveremos a ver las manos extendidas de los dignatarios haitianos, exigiendo ayudas y clamando por caridad. Seguirán los haitianos buscando llegar a Chile o a Miami, como antes a Venezuela. 

Y al final, no sabremos a ciencia cierta quién y por qué se fraguó un magnicidio rocambolesco. Pero lo que sí está claro es que Haití como Estado tiene décadas sin signos vitales y la comunidad internacional sigue negándose a caer en cuenta de ello.

Tanto así, que nadie propone la salida más lógica: la reunificación de la isla con el acompañamiento internacional para hacerlo viable.

Pero qué mas da. La vida es una mentira en la diplomacia. Seguirá la caridad, las condolencias, los huracanes y los coup d’ État. Seguirá el vudú y la migración. Y seguirá la hipocresía internacional proponiendo diálogos, ayudas y cooperación, hasta la próxima crisis. Como es usual.

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