«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
SE ESCRIBE UN NUEVO CAPÍTULO DE HISTORIA BILATERAL

La llamada Biden-AMLO: las izquierdas se unen para apoyarse electoralmente

Captura de la llamada entre Andrés López y Joe Biden
Andrés López y Joe Biden

Este lunes 1º de marzo, Joe Biden y López Obrador sostuvieron una video-reunión. En cuanto a temas concretos, fue infructuoso el encuentro. AMLO no consiguió vacunas del presidente de Estados Unidos para México, ni un acuerdo migratorio. Nada serio en realidad.

Hablaron de generalidades. Que tienen disposición al diálogo, que son vecinos, que se respete el Tratado comercial USMCA (T-MEC), que sumarán fuerzas para el desarrollo económico. La trascendencia de la alianza en América del Norte. Vaguedades.

Sin embargo, el mensaje de fondo que ambas partes quisieron proyectar, y en lo que enfocaron sus esfuerzos, fue en mostrar al mundo que todo está bien en la relación bilateral.

A ambos les conviene. En México hay elecciones intermedias el 6 de junio. Urgía estar bien con el gigante de arriba. Y en 2022, son las elecciones intermedias en EU. AMLO necesita a Biden ahora; el año que viene Biden necesitará la visita de AMLO, el voto mexicano.

Las oficinas de ambas administraciones convinieron en hacer públicos los primeros minutos de su charla. Ahí fue donde, buscando acercarse, Biden habla del rosario que trae en su muñeca, el que usaba su hijo fallecido. La alusión a la Virgen de Guadalupe, el presentarse como católico, sin duda es bien visto en México.

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AMLO no tardó en aludir a Benito Juárez, un “liberal”, supuestamente como una de las dos figuras que en México son muy respetadas –casi igualando a la Madre de Dios– con un presidente impulsor de las leyes de Reforma.

No deja de advertirse la mano estratégica del canciller mexicano Marcelo Ebrard en acercar a su jefe AMLO a Biden. Ebrard profesa una ideología muy parecida a la del político de 78 años oriundo de Pensilvania. Es un “progre”. Él sí representa esa » nueva izquierda», ese «socialismo cool» que impulsa el liberalismo extremo, ese que rema contra las tradiciones religiosas, contra el conservadurismo, contra el nacionalismo.

Así que el principal beneficiario de acercar a ambos mandatarios es él mismo, sin dudas, con miras a su candidatura presidencial en 2024.

AMLO, como hemos escrito antes, no fue nunca en realidad cercano a Donald Trump. Su cercanía fue sólo momentánea, circunstancial. Trump no podría ver con buenos ojos a un presidente mexicano con ideas socialistas, admirador de Castro y el Che Guevara, aunque tuviera tintes nacionalistas y hasta conservadores en la agenda moral.

AMLO visitó a Trump en plena campaña del estadounidense por la presidencia, en julio de 2020. Con eso le ayudó a aumentar la intención de voto latino. Luego a mitades de noviembre, la administración del neoyorkino liberó al General Cienfuegos, que había sido detenido por parte del deep state. Así AMLO pudo calmar los ánimos castrenses, algo imprescindible para él, que cada día militariza más a México.

Así que con Trump, AMLO mantenía sólo una relación de conveniencia política coyuntural. No le convenía estar en conflicto con el poderoso presidente del norte. Pero nada más.

Con la llegada de Biden a la presidencia, AMLO necesitaba una reingeniería de la relación con Estados Unidos. Biden representa la izquierda, y AMLO también, pero son dos izquierdas distintas y hasta enfrentadas.

La de Biden es una izquierda progresista (que nada tiene que ver con el “progreso”) definida por su postura a favor del aborto (pese a decirse católico) y la agenda pro-gay. Además es globalista y neoliberal.

AMLO se formó en el PRI, entre el incienso a la revolución mexicana, al castrismo, y a Benito Juárez, símbolo del liberalismo decimonónico mexicano.

AMLO es de la izquierda vieja, la de ricos contra pobres, la marxista clásica, sin Gramsci, de la de la guerra fría, la del sueño latinoamericanista, del eje rojo, la Patria Grande. Todo eso, de los sesentas y setentas. Su socialismo está salpicado de “soberanismo”.

Se ha definido como “cristiano”, sin ser católico ni guadalupano, y no parece comprar mucho las ideas de las feministas, ni de los abortistas. Actúa en todo como un alumno aventajado del expresidente Luis Echeverría.

AMLO en lo moral tiende más a lo conservador. Difícilmente parece ir a favor del «matrimonio gay» y de la adopción gay. Se acerca más al castrismo respecto a esos temas.

En cambio, Ebrard y Biden sí coinciden ideológicamente. Prueba de ello fueron las leyes aprobadas cuando fungió el hoy canciller como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, de 2006 a 2012. Matrimonio gay y adopción gay.

Incluso Ebrard, en 2009, llegó a declarar que la ley que despenalizaba el aborto en la Ciudad de México, representaba un “avance en derechos humanos”, como si no existiera el derecho a la vida, como si abortar fuera un «derecho humano».

Lamentó que en 17 estados se aprobaran leyes contra el aborto. Le llamó a eso “la contrarreforma más grande” que había visto.

Ebrard es el personaje del gabinete mexicano más cercano al progresismo de Biden –quien fue apoyado para la presidencia abiertamente por la industria abortera Planned Parenthood, y además el más interesado en estos esfuerzos por acercar al caudillo AMLO con el mandatario estadounidense. Le va la candidatura a la presidencia en ello.

Sabe que nadie lo podrá rebasar si Biden le da su visto bueno, en su momento, a inicios de 2024, cuando deba pedir licencia para contender.

En este complejo contexto, AMLO, el «nacionalista», si quiere ganarse a Biden, deberá entre otras cosas enfriar su proyecto de reforma eléctrica, y no sólo porque es inconstitucional y va contra el T-MEC, sino porque afecta inversiones norteamericanas.

Si AMLO sabía esto, ¿por qué la impulsó e hizo que la aprobaran en la Cámara de Diputados?

La respuesta es que la usó para meter presión a esta reunión con Biden. Para hacer sentir un poco a EU que las cosas acá en México, podrían no ser tan agradables a los intereses norteamericanos. Para incomodar, pero teniendo la solución en la mano.

¿Cuál es su solución? Que la reforma eléctrica se atore en el Senado, cuando Ricardo Monreal, el coordinador de la mayoría, de Morena, haga lo que tenga que hacer y pretexte que no hay condiciones legales, constitucionales, internacionales (T-MEC), ambientales, para aprobar ese proyecto.

Y así, será enfriada, y Monreal de paso quedará bien con los inversionistas de EU y Europa, con la IP,  y se abrirá cancha para el 2024, tendiendo puentes como bien sabe hacerlo.

Si no paran esa reforma, se les vendrán encima amparos y controversias constitucionales, recursos legales de los múltiples intereses afectados.  Eso no lo verá bien Joe Biden, como no lo vio bien Neil Herrington el vicepresidente senior para las Américas de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, quien dijo que vendría la reinstauración del monopolio de la electricidad, en contra de los compromisos del T-MEC.

Por lo pronto, la verdad de las cosas es que AMLO necesita el amparo de Biden para consolidar su proyecto de la “Cuarta Transformación”, su sueño más caro. Para alargar su legado, con varias administraciones más. Si él mismo no reforma la Constitución para quedarse en el poder, se quedará a través de alguno de sus cercanos. Y todo eso no se puede hacer sin el visto bueno del Big Brother Progre del Norte.

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