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LA HUIDA DEL SOCIALISMO CONTINÚA

La inmigración venezolana: distintas modalidades, un mismo infierno

Los migrantes venezolanos cargan bolsas mientras caminan por la frontera entre Colombia y Venezuela. Europa Press

El infierno está aquí y es real. La semana pasada una imagen causó revuelo en la opinión pública mundial: una anciana macilenta era cargada en los hombros de un vigoroso joven que cruzaba a todo tren el Río Grande, para tocar suelo estadounidense. Este paso de agua que divide al gigante norteamericano de sus vecinos mexicanos se ha convertido en el nuevo trecho utilizado por venezolanos para huir de la miseria e intentar llegar a hacer una vida  nueva en “la tierra de las oportunidades”.

En este episodio en particular los  protagonistas  eran Irma y César Andrés, de nacionalidad venezolana ambos. Sin embargo, la escena no es algo fuera de contexto: en las últimas semanas se ha mencionado reiteradamente que grupos de entre 50 y  100 venezolanos tratan ilegalmente y casi a diario de llegar a los Estados Unidos desde el lado mexicano. Para ello usan los senderos dominados por los coyotes (choferes especializados en burlar a las autoridades migratorias estadounidenses en la frontera) y que desembocan finalmente en las aguas del también conocido como Río Bravo.

Este tránsito es ampliamente conocido por los mexicanos, guatemaltecos, hondureños, nicaragüenses y salvadoreños que desde hace años optan por tratar de “cruzar el charco” para entrar desesperadamente a los EEUU. Sin embargo, los venezolanos son debutantes en estas lides.

La miseria provocada por el socialismo ha logrado que cerca de 7 millones de habitantes de la nación sudamericana hayan tenido que huir de su país, en la mayoría de los casos emprendiendo una migración no planificada, utilizando mecanismos peligrosos y con poco dinero y pertenencias a cuestas.

En décadas previas el conflicto derivado de las guerrillas y el control de zonas del territorio colombiano por parte de los poderosos carteles del narcotráfico causó que familias campesinas enteras tuviesen que abandonar sus hogares, huyendo hacia el lado venezolano. Se instauró así la figura del “desplazado” colombiano, que de ahí en más tuvo que hacer vida en Venezuela.

Hoy, con una Colombia que no es ni por asomo la de 20 o 30 años atrás, los papeles se han invertido: la penetración del narco en Venezuela y la complacencia del régimen chavista con la guerrilla ha derivado en conflictos por el territorio como el que tiene semanas escenificándose en Apure (oeste), llevando a que los pobladores de la zona terminen siendo empujados hacia el lado colombiano. Se estima que los últimos dos meses de refriegas han obligado a más de 6000 venezolanos a cruzar la frontera, asentándose en espacios de albergue temporal en Colombia. Ahora los desplazados son venezolanos. 

Cuba fue muy popular en la década de los 90s porque, más allá del mito de que el socialismo podía redimir al ser humano y crear un nuevo mundo de justicia social, estaba la realidad: miles de cubanos se lanzaban a las aguas del Caribe buscando tocar las costas de la Florida, en los Estados Unidos. Para ello se servían de cualquier instrumento: tripas de caucho, chatarra, trozos de madera podrida, etc. Esos contingentes humanos que preferían salir de la isla, aún a riesgo de que los engulleran los tiburones en aquel mal atribulado, luego fueron conocidos como los “balseros”.

Hoy por hoy una Venezuela que nunca pensó en convertirse en la segunda Cuba de América muestra sus propios balseros, con tragedia incluida. Esos que han escenificado auténticos episodios de horror tratando de tocar tierra firme en alguna Antilla del Caribe. A finales de 2020 causó conmoción en la opinión pública el hallazgo en costas venezolanas de dos decenas de cuerpos sin vida de estos migrantes que, a fuerza de embarcaciones precarias y fe, trataban de llegar a Trinidad y Tobago. No lo lograron.

La alternativa que le ha dejado el socialismo a muchas mujeres en medio de los apremios de la miseria es la de vender lo más preciado que tienen: sus propios cuerpos. Es el correlato de la prostitución en la antigua URSS y los países que formaron parte de su esfera de influencia, así como también lo es de la Cuba castrista. Así fue como Europa del este se convirtió en un paraíso para la trata de blancas hacia distintas partes del continente, o como la isla caribeña terminó transformándose en un destino de excepción para el turismo sexual.

La Venezuela depauperada de hoy muestra un rostro idéntico: cientos de venezolanas han terminado en distintos países de la región y del mundo ejerciendo la prostitución para proveerse el sustento, a ellas y a sus hijos. El riesgo al que conlleva este tipo de trabajo es inherente a la situación de vulnerabilidad en la que están insertas estas mujeres; quienes pueden terminar pagando la decisión tomada hasta con sus vidas.

En medio de este drama las mafias que crean redes de explotación sexual parecen haber conseguido su mina de oro. Recientes escándalos que se han escenificado en Antillas del Caribe, como la propia Trinidad y Tobago, dan cuenta de ello. Poblados fronterizos, como la ciudad de Cúcuta en Colombia, también se han terminado convirtiendo en plazas atractivas para venezolanas que creen que pueden obtener más ingresos por sus servicios sexuales allí que los que recabarían en una Venezuela que atraviesa por una severa crisis económica desde hace años. 

Bien sea por tierra, por aire o por mar, el caso es que los venezolanos están huyendo de su país. Y lo hacen a través de modalidades que otrora eran utilizadas por poblaciones de otras partes del continente. El signo común de estas migraciones es el desespero que agobia al individuo que las emprende, así como los enormes riesgos a los que conlleva poner en práctica la huida del país de origen bajo cualquiera de estos métodos.

Sin embargo, parece que morir ahogado, devorado por los tiburones, asesinado por una patrulla migratoria o la guerrilla, termina siendo un escenario más deseable para estas personas que quedarse a morir de tristeza en un país que ya no es. Un país que alguna vez se llamó Venezuela. 

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