«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
El ejército español solo mantiene un tercio de los efectivos que tenía en 1982

La vuelta del servicio militar: un debate obligado

Militares españoles del Ejército de Tierra durante unas maniobras. Europa Press

Sólo el 21% de los españoles está dispuesto a tomar las armas para defender a su país en caso de guerra frente al 94% de los marroquíes. Con esto ya estaría casi todo dicho de la política de defensa que España ha seguido desde su ingreso en la OTAN en 1982. Este proceso de desmilitarización ha sido común en casi todo occidente hasta el punto de eliminar el servicio militar obligatorio. En España Aznar fue el encargado de darle sepultura el 9 de marzo de 2001. El presidente, que gobernaba con mayoría absoluta, aprobó un decreto que entró en vigor en diciembre de ese año. La medida fue, en gran parte, una concesión a separatistas vascos (PNV) y especialmente catalanes (CiU), con los que pactó durante su primer mandato en 1996. Pujol se lo había exigido al líder del PP en el pacto del Majestic, cuyas consecuencias aún padecemos.

Claro que en el fin de la mili influyeron otros factores externos como la entrada de España en la OTAN, que conllevaba la conversión del ejército en una tropa auxiliar al servicio de los aliados. El planteamiento entonces era que con menos efectivos sería suficiente para participar en misiones internacionales como Afganistán, Somalia, Líbano, Sudán, Bosnia… donde los soldados a veces entran en combate y otras -la mayoría- desempeñan labores humanitarias. En 1982 -según datos de Military Balance- el ejército español estaba compuesto de 342.000 hombres, de los cuales 255.000 eran reclutas de la mili obligatoria. La distribución era la siguiente: Tierra 255.000 (190.000 mili obligatoria), Armada 49.000 (40.000 mili obligatoria) y Aviación, 38.000 (25.000 mili obligatoria). Cuatro décadas después las Fuerzas Armadas han menguado hasta quedar en un tercio de lo que fueron con 125.000 efectivos y 15.000 reservistas.

Aunque hubo cierta oposición al servicio militar obligatorio con el movimiento de objetores de conciencia e insumisos, la contribución decisiva al fin de la mili fue la inercia política española sometida tanto a la OTAN exteriormente como a los nacionalismos periféricos dentro del territorio. Quienes celebraron con mayor entusiasmo el decreto de Aznar del 2001 fueron los separatistas cuyos hijos ya no tendrían que jurar bandera ni convivir durante un año con españoles procedentes de todo el territorio nacional. Eliminar la mili -como bien sabía Jordi Pujol- era decisivo para erosionar la cohesión nacional y el patriotismo, pues una sociedad de individuos atomizados y sin vínculos es más fácilmente manipulable. Por eso no debería extrañar que tras dos décadas sin servicio militar obligatorio sólo el 21% de los españoles esté dispuesto a tomar las armas para defender a su país, según una encuesta de Gallup International realizada en 2019 en más de 60 países. En Europa occidental las cosas no están mucho mejor porque la media se sitúa en el 25%. Los más decididos al combate los tenemos cerca: son los marroquíes con un 94%.

En Francia, que abolió la mili unos años antes (1997) que España, parecen haberse dado cuenta del problema. Paradójicamente Macron, primer presidente de la República que no ha recibido instrucción militar, anunció su reinstauración hace dos años con un programa piloto de varias semanas para 2.000 adolescentes. Que se presentaran 4.000 revela que algo inquieta a la juventud francesa. Una vez superado este período de pruebas y la mili se incluya en la Constitución, Macron estima que unos 800.000 jóvenes completarán el servicio cada año. El proyecto del presidente galo es el reconocimiento de que la gran ventaja del servicio militar es su contribución a la cohesión social y la identidad nacional, dos de los grandes problemas de la fracturadísima sociedad francesa. De ello han advertido escritores como Houellebecq hasta militares en activo, que recientemente publicaron una carta advirtiendo del peligro del estallido de una guerra civil:

“Vemos la violencia en nuestras ciudades y pueblos. […] Vemos cómo el odio contra Francia y su historia se convierte en la norma. […]  Esta decadencia anuncia un caos y violencia que no vendrán de un pronunciamiento militar, sino de una insurrección civil. […] Si estalla una guerra civil el Ejército mantendrá el orden en su propio suelo. […]”.

Tras este diagnóstico del país los militares franceses le piden al Gobierno que reaccione porque de lo contrario el futuro de la nación está en riesgo: “Nos hemos dejado la piel para destruir el islamismo al que ustedes hacen concesiones sobre nuestro territorio. […] Actúen, señoras y señores. No se trata de prolongar sus mandatos o de conquistar otros. Se trata de la supervivencia de nuestro país, de su país”.

Curiosamente en términos muy parecidos se redactó en 1798 la Ley Jourdan que estableció el servicio militar obligatorio en Francia (también llamado sistema de conscripción) para todos los varones entre los 20 y 25 años durante cinco años: “Todo francés es soldado y se debe a la defensa de la patria”.

La vuelta al servicio militar es, desde luego, un síntoma más de que gran parte de Occidente lleva años caminando hacia la recuperación de las soberanías nacionales. El golpe de realidad que ha supuesto la reciente crisis entre Marruecos y España en la frontera de Ceuta podría reabrir el debate en nuestro país, aunque no será fácil teniendo en cuenta el recelo de la clase política sobre esta cuestión. Prueba de ello es que España es el tercer país de la OTAN que menos invierte en Defensa sólo por delante de Bélgica (1,10% de su PIB) y Luxemburgo (0,64%): destina sólo el 1,17% de su PIB, muy lejos aún del 2% al que todos los miembros de la OTAN se comprometieron para 2024. 

Este desapego a la defensa -que no es otra cosa que la supervivencia de la nación y el legítimo derecho a defenderte- no sólo se aprecia en el presupuesto sino también en declaraciones de los líderes políticos. Un micrófono abierto jugó una mala pasada a Rajoy la víspera del Día de la Hispanidad en 2008. El entonces líder de la oposición confesó a Javier Arenas la pereza que le daba asistir al desfile del 12 de octubre: “Mañana tengo el coñazo del desfile… en fin, un plan apasionante”. 

A José Bono no le hizo falta que un micrófono grabara su concepto de Defensa cuando ocupaba este ministerio: “Prefiero morir antes que matar”, dijo durante una conferencia sobre terrorismo internacional y defensa en Washington en 2005.

Más lejos todavía llegó el actual presidente del Gobierno cuando prometió eliminar el ministerio de Defensa, recién estrenado su cargo como secretario general del PSOE en 2014. En una entrevista a El Mundo Pedro Sánchez empezaba a darse a conocer:

-¿Qué Ministerio sobra y qué presupuesto falta?-, preguntó el periodista.

-Falta más presupuesto contra la pobreza, la violencia de género… Y sobra el Ministerio de Defensa-, respondió Sánchez.

Claro que una cosa es predicar en la oposición y otra gobernar. Esta semana Sánchez respondió a la violación de la frontera en Ceuta por parte de Marruecos enviando al ejército a la frontera. Decisión que, sin embargo, se vio ensombrecida por el posterior pago de 30 millones de euros al país de Mohamed VI para frenar la inmigración irregular. En total, el Gobierno ha pagado más de 90 millones al reino alauita desde que Sánchez llegó a la Moncloa.

Si en ganas de combatir los marroquíes ganan por goleada a los españoles, las fuerzas se igualan al comparar a ambos ejércitos. Según la consultora Global Firepower que elabora una clasificación con las Fuerzas Armadas más potentes, España ocupa el puesto 18 mundial mientras Marruecos se sitúa en el 53. España, con 47 millones de habitantes, gasta en defensa 12.854 millones de dólares frente a los 6.000 de Marruecos, cuya población es de 36 millones. En cuanto a las fuerzas militares España se impone en el aire: 519 aviones militares frente a 249; 140 cazas frente a 83, 133 helicópteros contra 64. En el mar España también gana con un portaaviones y 11 fragatas contra las seis de su vecino del sur. Diferente es en tierra, donde el país africano cuenta con diez veces más tanques de combate y el cuádruple de productos de artillería autopropulsada. Además supera a España en tropas triplicando su personal militar activo y hasta diez veces más en la reserva con un total de 150.000 efectivos. 

A pesar de todo España sigue siendo más fuerte. Otra cosa es el futuro más inmediato que parece sonreír a Marruecos, pues de seguir la tendencia actual (adquiriendo aviones F-35, cazas F-16, blindados Abrams, helicópteros Apache, baterías antimisiles, buques o drones) muy pronto tendrá un ejército más que respetable. Y eso sumado a que es aliado de Estados Unidos en un lugar estratégico para la OTAN, la UE y especialmente España, que no debería olvidar que Ceuta y Melilla no están bajo el paraguas de la OTAN. Los próximos años confirmarán si lo de esta semana en Ceuta ha sido una anécdota o si por el contrario es lo que parece: una seria amenaza para la seguridad de España y el resto del continente. De ser lo segundo las generaciones criadas en la abundancia y el carpe diem, que sólo han visto la guerra por televisión y a las que prometieron que de su defensa se ocuparía un soldado de Pensilvania o Texas, quizá en unos años se encuentren en un cuartel aprendiendo a usar un fusil.  

.
Fondo newsletter