«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Censuras pandémicas

Lo que no quieren que sepamos sobre el origen de la covid-19

Desde que Franco falleció nunca había estado tan vivo el autoritarismo en España. Todo comenzó en una Fiscalía General impúdicamente sometida al Ejecutivo. Más tarde, el Parlamento fue silenciado con la excusa de un Estado de Alarma verdaderamente alarmante. A continuación, se aprobó un “procedimiento contra la desinformación” que, bajo el pretexto de la pandemia, supera las iniciativas “mordaza” del expresidente Rajoy y rememora los mejores tiempos de la dictadura franquista. Mientras, nos van dejando claro que la Ley sólo tienen que respetarla quienes no pacten con el Gobierno. Y últimamente, en un alarde de contradicciones (sólo aparentes), el vicepresidente Iglesias emula a la camarilla de Trump al inundar las redes de fake news y ataques a la prensa. Nadie se libra de la purga. Ni figuras periodísticas de probado talante progresista como Ana Pastor, ni su compañero Ferreras. Así son las purgas. Y si no, que se lo pregunten a la lista de descabezados ex -Podemos. Los nuevos “fachas” (bajo su disfraz de progresía  made in China), acusan de fascismo a quienes les lleven la contraria. De nada sirve ya un largo currículum solidario-democrático-participativo-sindicalista-activista-ecologista. Yo también voy preparando mi cabeza para la guillotina. Bienvenida sea la Laica Inquisición. 

Las evidencias que la científica disidente Yan me ha puesto sobre el tapete van contra la línea de flotación del orden global. No es de extrañar, pues, que la hayan esquilmado

En este contexto, ¿a qué se dedican los periodistas? Pues a sobrellevar el rodillo de los poderes fácticos que mueven sus tentáculos en los medios y las plataformas anti-bulo, en pie de guerra contra la “posverdad”. Qué bello nombre para la nueva censura. 

Recientemente he tenido ocasión de entrevistar a una de sus principales víctimas en el escenario internacional: Li-Meng Yan. Quizá no recuerden el nombre, se trata de la viróloga hongkonesa que Iker Jiménez invitó a su programa sobre covid hace ya algunos meses.  Yan ha sido flagrantemente silenciada por el grueso de las corporaciones mediáticas, tanto dentro como fuera de España. ¿Motivos? Cometer el error de buscar refugio junto a personajes controvertidos como Steve Bannon, enfrentarse al establishment de la tecnocracia sanitaria global y, sobre todo, atreverse a revelar algunas verdades peligrosas. En cuanto a Bannon, no seré yo quien lave su imagen. Poder tiene de sobra para intentar lavarla por sí mismo. Pero en torno a las elites sanitarias y a lo que Yan denuncia, sí tengo algunas cosas que contar. No son opiniones, sino hechos contrastados empíricamente, al alcance de cualquiera que siga los hipervínculos de este artículo y se disponga a indagar.  

No muchos saben que con dinero estadounidense se financiaron experimentos en Wuhan que incluían hacer algunos virus más peligrosos y fácilmente transmisibles

Las evidencias que la científica disidente me ha puesto sobre el tapete en su entrevista van contra la línea de flotación del orden global. No es de extrañar, pues, que la hayan esquilmado. Además de China, en su punto de mira se encuentran varias personalidades y organizaciones norteamericanas. Yan no ha cruzado una, sino dos líneas rojas al mismo tiempo. La detestan por ello enemigos y ‘amigos’. 

Además de Zhengli Shi y Linfa Wang, científicos chinos de reconocido prestigio en la investigación sobre coronavirus, por el laboratorio de Wuhan han dejado su huella varias figuras occidentales que son referentes a nivel internacional en el ámbito de la salud pública: Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance; Ralph Baric, catedrático en Carolina del Norte,  y Anthony Fauci, director de la NIH-NIAID (National Institutes of Health). 

No muchos saben que Daszak y Fauci financiaron con dinero estadounidense los experimentos de Baric y el equipo de Zhengli Shi en Wuhan, incluyendo los dedicados a “ganancia de función”, es decir, a hacer algunos virus más peligrosos y fácilmente transmisibles “para conocer mejor su potencial”. En 2015, Baric fue objeto de una feroz polémica porque aplicó técnicas de ingeniería genética a un virus de murciélago hasta conseguir un engendro “quimérico” capaz no sólo de dejar medio muerto a un ratón, sino también de infectar tejidos humanos. 

Pues bien, ahora mismo Daszak asesora a Naciones Unidas sobre las políticas del Gran Reiniciodesde la revista The Lancet. Baric se está lucrando con la patente de Remdesivir, un tratamiento frente a la COVID criticado por Médicos sin Fronteras debido su escandaloso margen de beneficio. En cuanto al todopoderoso Fauci, ascendió a la elite con Reagan y, a pesar de su discutible gestión, ha sobrevivido en la cumbre de la administración estadounidense hasta la actualidad. Demasiado importante para permitir que una niñata como Li-Meng Yan se meta con él. 

Casi todos prefieren la ficción de una investigación internacional avalada por la Organización Mundial de la Salud que es evidentemente una farsa

En un periodismo banalizado a golpe de likes, el rompecabezas que presentan los dos informes Yan (sep. y oct. 2020) resulta excesivamente complicado. Los medios todavía se orientan desde la contraposición derechas-izquierdas, Oriente- Occidente, Norte-Sur. (En este sentido, recordemos que la trama implica también a un ceilandés, Malik Peiris, ex director del laboratorio Pasteur en Hong Kong). Pero el discurso de la viróloga activista difumina y subvierte tales categorías de opuestos, no encaja en ningún patrón definido. No es pro-Trump, ni pro-Biden. Incluso son contestados los tópicos en materia de género, cuando Yan subraya un inquietante indicio feminista en el masculinizado ejército chino: el poder de la general Chen Wei, encumbrada por sus conocimientos en materia de virología y puesta a la cabeza de la comisión encargada de borrar las huellas del ‘crimen’ de Wuhan al inicio de la pandemia. 

A pesar de su innegable interés y su contrastable veracidad, el guión de esta intricada trama ha sido desestimado por la mayoría de los medios que, en virtud de las nuevas censuras pandémicas,  no han querido plasmarlo en un documental, ni en un reportaje, ni siquiera en una pieza informativa. Demasiado complejo, demasiado amenazador, en definitiva, demasiado real para llevarlo a las pantallas. Casi todos prefieren la ficción de una investigación internacional avalada por la Organización Mundial de la Salud que es evidentemente una farsa, pero nos deja más tranquilos. 


Mar Llera es profesora titular de Periodismo en la Universidad de Sevilla y activista proderechos humanos y medioambientales.

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