Cualquier ciudadano bien informado sobre la realidad colombiana, como simple observador incluso, puede darse cuenta de las ostensibles diferencias que hay entre esa Colombia que se nos muestra a través de la televisión bogotana y aquella de la que habla García Márquez. No es la misma imagen de Colombia la que se ve en sus telenovelas que la que se escucha en su vallenato triste.
Los expertos dicen que Colombia es un compendio de cinco países en uno. David Buschnell habla de Una nación a pesar de sí misma. Y es allí cuando empezamos a escudriñar y encontramos los problemas de fondo. Y esos problemas, arrancan aquí en Europa. Obviamente, en España. Prestemos atención.
El Virreinato de la Nueva Granada
Felipe V “El Animoso”, primero de los Borbones y más longevo de los monarcas españoles, establece el Virreinato de Nueva Granada por una razón logística básica, que los hechos habían dejado claro: la composición geográfica de la zona, entre el Mar Caribe y el Océano Pacífico, hacía imposible que desde el Virreinato del Perú pudiese gobernarse a la Nueva Granada, entendida esta como el territorio conformado por las Audiencia de Santa Fe (actual Colombia) , Panamá, Quito y la Capitanía General de Venezuela.
Era el territorio de Santa Fe la zona más poblada. El actual territorio colombiano poseía para la época una numerosa población aborígen, que requería por elemental lógica una fuerte presencia de las instituciones principales: Iglesia, fuerza militar y administración. Eso marca al territorio de las audiencias de Santa Fe, de Quito y de Panamá, no así a la Capitanía General de Venezuela que carecía de la numerosa población que contenían sus pares.
Lo anteriormente relatado, parece un detalle pequeño, pero no lo es. Esas particularidades marcan una importante diferencia entre cada uno de los países que luego, disgregados, conoceremos como Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela. Particularidades que explican por qué se pierde la primera República de Colombia que contenía a todo este territorio, por qué se constituye el Ecuador con un núcleo en Quito y otro en Guayaquil, por qué ocurrió tan fácil la separación de Panamá y aun más importante, por qué la relación de Colombia y Venezuela parece, más que un matrimonio o un condominio, una hermandad siamesa de enormes dificultades de comprensión, hasta para los propios colombovenezolanos.
Bolívar, en sus delirios de moribundo, decía: “Bogotá es una universidad, Quito un convento y Caracas un cuartel”. Era su forma de explicar que, en cada uno de esos territorios, el poder se detentaba desde instituciones distintas.
Más o menos, ahí está el origen de todo.
La República de Colombia
Es un ente que nace fallido, pues lo que se supone que seria, nunca fue. Se entiende, que la nueva república agruparía a todo el conjunto del Virreinato de la Nueva Granada, incluyendo a lo que hoy es Venezuela y Ecuador, obviamente también Panamá (separada de Colombia en 1903). Se logró or un tiempo, con Bolívar a la cabeza. Pero lamentablemente para todos, nunca logró constituirse un modelo que sustituyera al colonial para resguardar la unidad nacional y el orden. No parecía haber nada que obligara al quiteño a formar una unidad nacional con un caraqueño. No parecía dispuesto un bogotano a igualarse a un caraqueño. Sobre Panamá, pues ya vemos…
Ido cada quien por su lado, queda entonces una República de Colombia sin el conjunto para el cual fue creado. Unas fronteras ficticias constituyeron una nación que se mantiene unida a pesar de sí misma, como dice Buschnel.
Más parecido el costeño colombiano al panameño o al venezolano del Zulia. En modos, costumbres y hasta acento, los habitantes del piedemonte andino venezolano tienen una cadencia más cercana al paisa antioqueño que al caraqueño. Y en Casanare se baila el mismo joropo escobillado que se baila en el Apure venezolano. Son los modos bogotanos casi réplica de los quiteños, y al ver a esos jugadores de la selección ecuatoriana de raza negra corriendo tras el balón, cualquiera puede confundir a un Valencia con un Cuadrado.
Es entonces la República de Colombia casi una nostalgia hecha país. Donde el capitalino es completamente distinto al caleño, pero no solo en acento, en tono de piel o costumbres: también en su concepción de país. ¿Es Colombia lo mismo para el Cundiboyacense que para el joven caleño que decidió salir, con razones o no, a destruir la ciudad? ¿Es lo mismo protestar en Boyacá que en Medellín? ¿Por qué protestan los universitarios y por qué protestan los campesinos?
Si se les pregunta, saltarán cincuenta razones distintas. Y tomando en cuenta que todo empezó por una reforma tributaria fallida que se entendió como una medida de ajuste que golpearía a los más pobres, pues evidentemente se encendieron unas calles que fácilmente pueden tomar calor en un país tradicionalmente violento, con pocas vías de resolución de conflictos sociales que impacten en lo político y , además, con un desgaste colosal de liderazgos que deja la mesa servida para la agitación chavista, que se disfraza de reivindicativa para esconder sus fines: la subversión del orden, la exacerbación de las controversias de la sociedad y el uso de las taras que la misma sociedad arrastra para sobre ellas construir una vía política, llena de resentimientos y venganzas, mas no de soluciones.
El chavismo colombiano
La gran alianza del chavismo con las fuerzas más sanguinarias de la insurgencia colombiana es de vieja data. Desde antes de la llegada de Chávez al poder, como militar activo incluso, se detectan las andanzas de esos militares golpistas venezolanos con aquellos narco guerrilleros colombianos. Lo saben los servicios de inteligencia militar de ambos países. Lo saben, también los patrocinantes de ambos: los capos de la droga.
Pero no habría que hacer trabajo de inteligencia para saber la política del chavismo para con Colombia: el propio Hugo Chávez en más de una oportunidad, declaró en cadena nacional que Venezuela “limita con las FARC, no con Colombia”. Eso ya es bastante decir. Y marca una ruta que se mantuvo impertérrita por años.
Son entonces los actores de las FARC, tanto los desmovilizados por el acuerdo de paz, como los “disidentes”, agentes aliados de un chavismo que les permite incluso actividades en Venezuela. El tristemente conocido Arco Minero venezolano cuenta con presencia certificada de grupos irregulares colombianos, al servicio de las contratistas dedicadas al negocio.
Gustavo Petro, Piedad Córdoba y toda esa claque izquierdista post insurgente, para insurgente o cripto insurgente, que anidada en universidades capitalinas y en oenegés de dudosos orígenes financieros dice estar “acompañando al pueblo en su clamor” no es más que un brazo chavista. No hay duda.
Quedan al descubierto cuando retirada la reforma tributaria, siguen en las calles. Ya el objetivo no es tumbar la reforma, sino tumbar a Duque. Y debe decirse que Duque se ha ganado ese maltrato con su incapacidad manifiesta para la resolución de problemas, incluso la gestión de la reforma que quiso imponer sin conocerla a fondo él mismo, tal y como se demostró en varias entrevistas que otorgó.
Sumen a eso, la presencia del gran ogro enemigo del chavismo continental, como lo es Uribe. El hombre que descabezó a las FARC. El hombre que fue capaz de bombardear territorio ecuatoriano para mandar al infierno al criminal de lesa humanidad Raúl Reyes, protegido por Rafael Correa en ese país.
La izquierda continental no le perdonará jamás a Uribe haber descabezado a las FARC y, al mismo tiempo, haber dejado en ridículo militarmente al chavismo que amenazó con una guerra para defender la memoria del guerrillero caído, sin que fuesen Correa y Chávez capaces de disparar siquiera una salva fúnebre frente al poder militar colombiano, aceitado y presto para la batalla después de 60 años en guerra permanente.
Todo eso es verdad. Sin duda. Uribe le fastidia a la izquierda. Pero ¿Qué hacemos con los problemas reales que preocupan y que son motivo de queja justificada?
Los problemas de tenencia de la tierra, de mejoras de la vida rural ¿Han sido atendidos? El acceso a la educación de calidad ¿Se resolvió? ¿Puede un colombiano comprar vivienda a crédito sin perder en ello la vida? ¿Puede un joven escoger lo que quiere estudiar y estudiarlo, sin que medien motivos económicos o de “estratos sociales” para lograrlo?
¿La movilidad social, el acceso a la justicia, a la administración pública eficiente y al trabajo de calidad?
Esos son los temas reales. Y lamentablemente, están ausentes de la agenda política de todos los partidos. Eso lo sabe el uribismo y también la izquierda. Por esa razón, sobra combustible para que las calles sigan siendo un campo de batalla.
Y sobran grietas por las cuales el chavismo maldito cuele su agenda, con su agitación y sus financiamientos, para subvertir el orden aunque no se tome el poder. Porque al fin y al cabo, la subversión permanente también es una forma de guerra contra la ciudadanía.